II

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El sol apenas comenzaba a iluminar el horizonte cuando Dipper salió de la cabaña, caminando con pasos sigilosos para no despertar a nadie. Sabía que si los demás se daban cuenta de su ausencia, lo seguirían, o peor aún, intentarían consolarlo, harían preguntas. Desde la partida de Bill, todos se habían mostrado excesivamente preocupados por su bienestar, y aunque agradecía la intención, prefería estar solo. Esta mañana en particular, más que nunca, necesitaba espacio para pensar.

Con la mochila colgando de un hombro, se adentró en el bosque, sacando su bruja del bolsillo, siguiéndola mientras caminaba entre los árboles que le resultaban tan familiares. Después de un largo rato caminando, llegó al borde de un barranco. Lo rodeó sin prisa, siguiendo un sendero angosto que lo llevó hacia abajo, directo al lago. El agua se veía tranquila, apenas movida por una leve brisa, y en la orilla, como siempre, estaba la estatua de Bill.

Caminó lentamente hacia la orilla del lago, donde la estatua descansaba inmóvil, se detuvo un momento antes de continuar, observando la figura mientras la brújula en su mano derecha apuntaba hacia la misma. Sabía que Bill ya no estaba allí como en el pasado, él mismo junto con su familia habían visto el triángulo marcharse, entrando por el portal del caos. Sin embargo, su corazón aún se aferraba a la idea de que, de alguna forma, visitarlo podría traerle un poco de paz. Había algo en ese lugar que lo llamaba, una sensación de conexión que no podía ignorar. Se agachó, dejando caer su mochila en la orilla, y se quitó los zapatos antes de meterse, con el agua helada envolviendo sus pies, caminó hacia la estatua. Cada paso lo acercaba a la estatua, y el peso de los recuerdos se hacía más fuerte en su pecho.

Cuando llegó lo suficientemente cerca, extendió una mano, con cuidado, y tocó el costado frio de la estatua. La piedra era áspera bajo sus dedos, durante un momento, cerró los ojos, deseando que todo fuera diferente. Que Bill, de alguna manera, estuviera aún allí, esperando a reírse o burlarse de él. Pero no lo estaba. Y lo sabía. Lo había visto marcharse.

Suspiró, dejando que el sonido del agua y el viento llenaran el vacío del silencio. —Lo siento, Bill... —susurró, aunque sabía que nadie le escuchaba —Quería que volvieras.

La mano que había apoyado sobre la estatua tembló ligeramente antes de que la retirara, sintiéndose abrumado por la mezcla de nostalgia y tristeza. Su mirada perdida en los detalles del mármol que representaba al triángulo en su forma más familiar. La sensación de frustración y tristeza lo envolvía lentamente. Había pasado tanto tiempo desde que Bill se había ido, y aunque al principio había mantenido la esperanza de encontrar una forma de traerlo de vuelta, poco a poco esa esperanza se había convertido en un peso cada vez más difícil de llevar.

Se quitó su gorra azul, dejándola sobre la estatua y suspiró profundamente, sintiendo cómo el frío de la piedra contrastaba con el calor de sus pensamientos. Comenzaba a aceptar una verdad que siempre había intentado ignorar, quizá nunca podría traer de vuelta a Bill. Tal vez no había forma de hacerlo sin arriesgarlo todo, sin romper las reglas de la realidad misma. Cada vez que pensaba en una posible solución, el peligro se hacía evidente. No podía permitirse jugar con el universo, y mucho menos poner en riesgo a Mabel. Su seguridad era lo más importante, incluso más que su propio deseo de recuperar al demonio.

El sentimiento de culpa lo invadió. Por más que intentara ser razonable, no podía evitar desearlo. A veces se sorprendía a sí mismo fantaseando con encontrar un ritual, un portal, cualquier cosa que pudiera traer al demonio de vuelta, aun cuando sabía lo peligrosas que eran esas ideas. La balanza siempre caía en el mismo lugar, ¿Era egoísta por siquiera considerarlo? El mismo Bill se enfadaría si supiera que estaba dispuesto a arriesgar tanto solo por un deseo egoísta. Bill lo había dejado, y aunque le dolía admitirlo, tal vez había sido por el bien de ambos.

Last SummerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora