El momento antes de caer

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Kara regresaba del viaje a la playa, y a medida que el auto se acercaba al departamento, su cuerpo se sentía cada vez más pesado. No quería llegar; incluso los pasillos del edificio le parecían demasiado oscuros, casi opresivos. Al entrar, el lugar estaba sumido en un silencio sepulcral, y la penumbra hacía que todo pareciera vacío. La atmósfera fría le recordaba que estaba sola, pero al mismo tiempo le recordaba la otra presencia en esa casa, una presencia que preferiría evitar para siempre.

Sin hacer ruido, cerró la puerta de su habitación y echó el seguro. Se quedó quieta, como si de algún modo eso pudiera hacerla invisible. Respiró hondo y miró su cama, el refugio que debería ofrecerle paz, pero que en cambio solo intensificaba el vacío que sentía. En ese momento, algo en ella deseó desaparecer.

Apenas se sentó en el borde de la cama, dejando que el cansancio se adueñara de su cuerpo, el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose la sacó de su ensimismamiento. Su respiración se detuvo. Sabía lo que significaba: Jeremiah había llegado. Su mirada se posó en el reloj de su celular. Las 7 p.m.

Pronto escuchó el crujido de sus pasos acercándose, y su estómago se encogió. Entonces, la voz de Jeremiah resonó desde el otro lado de la puerta, y Kara sintió una punzada de terror.

—Kara, tenemos una conversación pendiente. Abre la puerta —dijo con voz controlada, pero podía percibirse la amenaza contenida en cada palabra.

Ella permaneció en silencio, inmóvil, sus manos temblando sobre sus piernas. Su mente era un caos de pensamientos: abrir la puerta le traería problemas, pero no abrirla... podría ser aún peor.

Los golpes en la puerta comenzaron a intensificarse, cada vez más fuertes y llenos de ira.

—¡Abre la puerta, hija de puta! —gritó, y Kara sintió cómo la sangre se le helaba en las venas. Sus piernas temblaban, y su única respuesta fue un susurro inaudible de desesperación. Cada golpe hacía que su corazón latiera con más fuerza, resonando en sus oídos.

Cuando Jeremiah gritó: "Si no abres la maldita puerta, te juro que te mato esta vez, ¡buena para nada!", el terror que sintió le impidió respirar. Sabía que no podía quedarse, que no podía soportar más.

Apenas logró calmarse lo suficiente como para pensar con claridad. Rápidamente, recogió una mochila y echó dentro algunas prendas de ropa y algunas pocas pertenencias importantes. Estaba dispuesta a escapar, aunque no tuviera idea de a dónde ir. Su madre... no podía acudir a ella; no quería involucrarla. Alex... tampoco podía saber nada; si Jeremiah se enteraba, podría encontrar maneras de separarlas.

Sin hacer ruido, se acercó a la ventana de su habitación. Con un último vistazo al interior de su habitación, se deslizó por el marco y saltó, sintiendo el impacto en las piernas. Sin detenerse a mirar atrás, comenzó a correr.

La noche avanzaba, y cada paso que daba parecía consumir su energía. A su alrededor, las luces de la calle pasaban como sombras, y el sonido de sus propios pasos era lo único que rompía el silencio. Corrió hasta que el aire quemó sus pulmones, pero el miedo la impulsaba a seguir. Cayó una vez, raspándose las rodillas, pero se levantó y continuó hasta que, exhausta, se detuvo en un puente alto.

El viento soplaba con fuerza, y el agua del río oscuro fluía con un murmullo que parecía llamarla. Sin pensarlo demasiado, subió a la baranda del puente, sintiendo el frío del metal bajo sus dedos. Cerró los ojos, tratando de dejar ir todo el dolor, la desesperanza... el cansancio de una vida que la aplastaba. Se inclinó hacia adelante, escuchando el suave murmullo del agua.

—Kara, ¿qué estás haciendo? —La voz alarmada de alguien rompió el silencio.

Su cuerpo se tensó y abrió los ojos de golpe. No era Jeremiah, era... Cat. Los ojos de Cat estaban llenos de tristeza y preocupación, y su respiración era pesada. Kara sintió cómo la vergüenza y el alivio se mezclaban en su interior, pero no dijo nada.

—Kara, estoy aquí —dijo Cat con una voz suave, pero firme. Hizo un gesto con la mano, acercándose con lentitud, sin presionarla.

Kara no podía dejar de llorar, sintiendo el peso del vacío dentro de sí, el deseo de rendirse. Cat continuó hablando, su voz un ancla que la mantenía en el presente.

—Sé que sientes que esto nunca va a pasar, pero te prometo que sí. Con tiempo y con ayuda, va a mejorar. No tienes que pelear sola. ¿Quieres bajar y hablar?

Kara temblaba, sus dedos aferrados a la baranda. No encontraba las palabras para expresar lo que sentía, pero, de algún modo, la calma en la voz de Cat le ofrecía un rayo de esperanza.

—Estoy cansada —murmuró Kara, con la voz quebrada.

Cat dio un paso más, con los ojos llenos de comprensión.

—Lo sé. Y está bien sentirse así. Pero esto puede pasar... puedes tomarte todo el tiempo que necesites para sanar. Solo quiero ayudarte. —Cat la miró fijamente y extendió los brazos—. ¿Quieres un abrazo?

Kara dudó, pero algo en el calor y la sinceridad de Cat la empujó a bajar lentamente de la baranda. Sin saber cómo ni por qué, se acercó y se dejó envolver en un abrazo. En ese instante, algo en ella se rompió.

Llena de emociones contenidas, Kara lloró, dejando salir el dolor que había acumulado durante años. Cat acariciaba su espalda, murmurando palabras de consuelo. En medio de ese abrazo, por primera vez, Kara sintió un poco de alivio.

—Tienes gente que te quiere, Kara. No estás sola. —Cat se separó un poco y le sostuvo la cara entre las manos—. Me tienes a mí. Puedes contar conmigo.

Kara bajó la mirada, sintiendo la vergüenza por haber mostrado su vulnerabilidad, pero al mismo tiempo sintió una conexión que no había sentido antes.

—Gracias —murmuró, apenas encontrando la voz para decirlo.

Cat le sonrió y volvió a abrazarla, brindándole ese consuelo que necesitaba. Después de un momento, se separaron, y Cat le pasó una mano por el cabello, apartando un mechón.

—Sé que vives lejos de aquí. ¿Qué haces tan lejos de casa?

Kara no respondió. No quería hablar de lo que había pasado en su hogar, pero Cat no presionó.

—Está bien. No tienes que decir nada si no quieres —dijo Cat con suavidad—. ¿Quieres descansar? Tengo un lugar donde puedes quedarte esta noche. ¿Te gustaría venir?

Kara asintió lentamente, y recogió su mochila del suelo, mientras Cat la guiaba hacia su auto. Durante el trayecto, las luces de la calle pasaban lentamente, y Kara sintió cómo el peso en su pecho comenzaba a aliviarse un poco.

Llegaron a una casa acogedora, con plantas alrededor de la entrada. Kara no había prestado atención al camino, absorta en sus pensamientos, y al llegar, se quedó un momento en el auto, inmóvil.

—Está bien no estar bien —dijo Cat, girándose para mirarla con una sonrisa cálida—. Tocar fondo a veces es lo que necesitamos para impulsarnos de nuevo.

Kara sintió cómo las lágrimas volvían a sus ojos, pero esta vez no eran solo de tristeza, sino de algo que se parecía a la esperanza.

—¿Quieres hablar y comer un poco de helado? —preguntó Cat, ofreciéndole una sonrisa amable.

—Creo... creo que puedo hacer una de las dos —murmuró Kara, sintiéndose agotada.

—Lo que te haga sentir más cómoda, princesa.

Kara sonrió levemente, y ambas bajaron del auto. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que el mundo podría no ser un lugar tan oscuro después de todo.


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No pude evitar llorar un poco por la situacion de kara, ok, quizas mucho, porque me contre en un punto asi, solo que no tuve a nadie para hablar, pero aqui estamos, cuiden su salud mental gente. Espero que les guste esto en serio.

No quiero perderte (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora