¿Sobreviviremos?

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Capítulo 3: Primeros indicios de peligro

El grupo avanzaba lentamente por la densa jungla, sus pasos amortiguados por el follaje espeso que cubría el suelo. A medida que el sol descendía, la luz se filtraba en haces dorados entre los árboles, pero esa belleza apenas los tranquilizaba. Sabían que la oscuridad estaba cerca y con ella, el verdadero peligro.

—¿Cuánto más falta para las montañas? —preguntó Liam, jadeando levemente mientras se secaba el sudor de la frente.

Tom, quien llevaba el mapa rudimentario que había logrado dibujar desde el barco antes de la tormenta, lo observó con una expresión pensativa.

—Unas horas más, tal vez menos —respondió—. Pero no estoy seguro. Depende de cómo avance el terreno.

Aya, que caminaba detrás de él, estudiaba el entorno con una mirada fría y analítica. Aunque era la más silenciosa del grupo, su mente estaba siempre trabajando. No dejaba de analizar las huellas, los sonidos y los patrones del terreno. Su obsesión por la tecnología y los detalles ahora se enfocaba en su propia supervivencia.

—Tendremos que hacer campamento antes de llegar —dijo finalmente—. Si intentamos seguir avanzando en la oscuridad, será mucho más peligroso. No conocemos esta isla ni qué otros depredadores hay aparte de los dinosaurios.

—Ya es lo suficientemente malo con ellos —murmuró Elena, claramente aún perturbada por lo que había visto.

El grupo se detuvo en un pequeño claro rodeado de altos árboles. La vista hacia el horizonte les daba una sensación de control sobre su entorno inmediato, y la vegetación densa ofrecía algo de cobertura en caso de que necesitaran esconderse.

—Aquí estaremos bien por esta noche —dijo Tom, asintiendo para sí mismo—. Hagamos un fuego y descansemos.

Liam comenzó a recoger ramas caídas, mientras que Aya sacó su pequeño kit de supervivencia de su mochila. Mientras encendía el fuego, el grupo se reunió en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. La tensión era palpable. Sabían que estaban más allá de su zona de confort, enfrentándose a algo que jamás hubieran imaginado.

—¿Crees que alguien vendrá por nosotros? —preguntó Elena en voz baja, rompiendo el silencio.

Tom la miró, sus ojos llenos de incertidumbre.

—No lo sé. No hemos visto señales de que la tripulación haya sobrevivido. Y no sabemos si alguien sabe dónde estamos.

Elena asintió lentamente, aceptando esa dura realidad. Estaban solos. Y si querían sobrevivir, tendrían que hacerlo por su cuenta. Mientras el fuego comenzaba a crepitar suavemente sus llamas pequeñas pero lo suficientemente cálidas para brindar algo de consuelo en medio de la inquietante jungla. A medida que la oscuridad caía, el grupo de adolescentes se sentaba en silencio alrededor de él, con los rostros iluminados por el resplandor anaranjado. Cada uno estaba inmerso en sus pensamientos, luchando por procesar lo que les había sucedido ese día. Todo parecía irreal, como si de alguna manera estuvieran atrapados en una pesadilla.

Tom fue el primero en romper el silencio, su voz baja y pensativa.

—Siempre quise ver dinosaurios en vida, ¿saben? —dijo, observando las llamas—. Pensaba que sería… increíble, algo como lo que ves en las películas o lees en los libros. Pero esto es diferente. Es peligroso, más real de lo que jamás imaginé.

Liam lanzó una pequeña rama al fuego, viendo cómo se retorcía y ardía.

—Nunca quise ver dinosaurios —respondió, con un leve sarcasmo—. En mi lista de deseos, creo que estaba "sobrevivir al verano" y nada más. Pero aquí estamos. ¿Qué vamos a hacer, Tom? Tú eres el experto en estas cosas.

Tom levantó la mirada hacia sus amigos, sintiendo la presión de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabía más que ellos sobre dinosaurios, pero su conocimiento estaba basado en libros y documentales, no en una realidad donde estas criaturas caminaban a su alrededor. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de dejar que el miedo lo paralizara.

—Tenemos que ser inteligentes —dijo finalmente, con una determinación renovada—. Esta isla está llena de peligros, pero también tiene que haber recursos que podamos usar. Si los dinosaurios están aquí, eso significa que hay agua y alimento. Sobrevivieron millones de años, y nosotros solo necesitamos mantenernos vivos hasta que podamos encontrar una forma de salir de aquí.

Aya, quien había estado escuchando en silencio, levantó la vista de su pequeño cuaderno donde había estado tomando notas de todo lo que veía.

—Creo que lo primero que debemos hacer es explorar más la isla, pero de forma estratégica. No podemos simplemente caminar sin rumbo. Hay que organizar un plan de búsqueda. Podemos dividirnos en grupos pequeños, pero solo si es seguro.

Elena frunció el ceño, claramente incómoda con la idea de separarse.

—¿Dividirnos? Eso suena como una mala idea. Si esos… lo que sea que son están por aquí, estar juntos nos da una mejor oportunidad. No pienso vagar sola por esta isla.

—No estarás sola —dijo Tom rápidamente, intentando calmarla—. Siempre nos moveremos en pares, o mejor, en tríos. Pero Aya tiene razón. Tenemos que conocer más del terreno. Si encontramos algún refugio natural, una cueva o algo así, podremos sobrevivir más tiempo.

Liam suspiró y se dejó caer hacia atrás, apoyándose en un tronco.

—Todo esto suena bien, pero sigue sin resolver el mayor problema. ¿Cómo demonios salimos de aquí?

Esa pregunta flotó en el aire, sin respuesta. Ninguno de ellos tenía una solución. Sin medios para comunicarse con el mundo exterior, sin saber exactamente dónde estaban o cómo llegaron allí, su única opción era sobrevivir y esperar que alguien los buscara.

—Mañana —dijo Tom, rompiendo el silencio— comenzaremos a explorar en serio. Buscaremos agua potable y comida. Quizás también algo que nos ayude a construir una señal para que nos vean desde el aire. Si seguimos adelante, encontraremos algo. Tienen que venir por nosotros.

El grupo asintió en silencio, sabiendo que esa era su única opción. Mientras se preparaban para pasar la noche, los ruidos de la jungla se intensificaron. Los insectos zumbaban y las hojas crujían bajo el peso de pequeños animales. Pero lo que les puso los pelos de punta fue un sonido lejano, como un rugido profundo que resonó a través de la espesura. Era un sonido inconfundible, como el de una criatura enorme, cazando en la noche.

—¿Escucharon eso? —preguntó Elena, tensando el cuerpo.

Tom tragó saliva y asintió, su corazón latiendo más rápido.

—Sí, lo escuchamos. Tenemos que mantenernos alertas toda la noche. Nos turnaremos para hacer guardia.

El grupo acordó los turnos, y aunque estaban agotados, nadie podía dormir profundamente. El miedo les pesaba como una manta fría, y el eco de los rugidos en la distancia no los dejaba relajarse. Sabían que lo que fuera que estuviera ahí afuera, cazaba en la oscuridad. Y ellos, sin lugar a dudas, estaban en su territorio.

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