Capítulo 2

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EL PAYASO

Días atrás


Movieland es el lugar donde toda la población de Silent Home asiste cada octubre.

Es donde puedes encontrar los clásicos de terror más espeluznantes y disfrutarlas con algún aperitivo delicioso que promete hacerte gemir.

He trabajado aquí desde mis quince años ya que el salario es demasiado jugoso lo cual me permite ayudar en la casa pues mi padre nos abandonó a mi mamá, a mis cuatro hermanitos y a mí desde antes de que supiera que era común que la población masculina se deslindara de sus obligaciones de tal forma.

Ella es costurera, pero el dinero no le alcanza para alimentar tanta boca, y este año todo se ha ido a pique ya que personas acaudaladas abrieron una tienda de ropa que tiene ofertas todos los días del año, razón por la cual sus clientas habituales no le han encargado trabajos como solían hacerlo.

La noche de películas termina exactamente a la hora del diablo, es decir, a las 03:00 de la madrugada. Todo el mundo abandona el lugar para irse a sus casas mientras a mí me toca hacer el corte, sumando así la cantidad de dinero que vendí desde que abrí y viendo si no me falta dinero porque, de ser así, me lo descuentan del sueldo.

Suelo aburrirme demasiado, pues mi jornada laboral es de exactamente trece horas. Los pies me duelen, la espalda ni se diga y el estómago no ha parado de gruñirme ni un solo segundo puesto que no tuve oportunidad de tomar mi hora de comida ya que mi compañera Jude decidió faltar debido a la borrachera que se pegó anoche en su cumpleaños.

Mis manos tocan billete tras billete y moneda tras moneda. Para cuando acabo de sumar todo y guardarlo en la caja fuerte, son las 03:30 de la madrugada. Es entonces cuando tomo mi pequeño bolso, mi platillo con la hamburguesa que no pude comerme y salgo de Movieland deseando tanto tener alas para llegar pronto a mi casa.

La madrugada está demasiado oscura, helada y solitaria. Es increíble lo rápido que las personas pueden desaparecer de un lugar. Tan solo me tomó treinta minutos para que las quinientas personas que había en mi trabajo se esfumaran como espuma. Eso me hace saber que todos tienen automóviles o bien, pidieron algún taxi.

Desgraciadamente para mí, no puedo darme ese lujo, ya que lo es, así que me toca caminar una larga hora lo cual me hace replantearme algunas cosas. ¿Debería regresar? Mi próxima jornada empieza a las diez de la mañana. ¿De qué me sirve llegar a casa si solo estaré ahí cuatro horas? Suelto un bufido y me detengo a medio camino, sintiéndome harta de la vida de porquería que llevo. Abro mi plato de hamburguesa y le doy un enorme mordisco mientras las ganas de llorar surgen.

Odio ser tan pobre.

Odio no tener un buen auto con el cual moverme.

Y odio tener que trabajar.

Mastico sin ánimos mi comida, sintiendo incluso asco porque está fría y no sabe tan rico como se supone que debería saber una hamburguesa. Mis ojos se cristalizan y con el nudo en la garganta sigo tragándome lo que desearía tirar, pero hacerlo es sentirme culpable pues, en mi condición económica, no debo hacer tal atrocidad.

—¿Quieres un globo? —espetan de repente, logrando que cada uno de mis vellos corporales se ericen mientras el corazón empieza a latirme con fuerza en mi pecho y garganta.

La hamburguesa se me resbala de las manos, cayendo al suelo y generando un sonido que solo me eriza la piel. Rápidamente miro hacia atrás, encontrándome con un payaso de algunos dos metros de altura mirarme atentamente con sus brillantes ojos blancos.

DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora