Capítulo 4.

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DOS GLOBOS


La jornada laboral resulta un verdadero infierno.

Me resulta imposible parar de pensar en lo que Jude me dijo en la bodega ya que parece sacado de un cuento de terror. Sin embargo, algo sí sé y es que mi mente grita que es verdad, que debo acceder a lo que ese payaso quiere si es que deseo ver a mi madre con vida. Es por eso que, apenas se llega la noche, abandono mi trabajo para irme a la misma carretera donde me encontré a ese sujeto.

Las manos me sudan y mis sentidos se han intensifican haciendo que el más mínimo sonido me ponga la piel de gallina. Aferro el tirante de mi pequeño bolso y trago saliva mientras me quedo de pie a media calle, implorando que el payaso aparezca para decirle que sí quiero su maldito globo rojo, que acepto ir con él a su casa para que me lo entregue.

Pero espero, espero y espero durante horas, más él no aparece.

La noche le da paso a la madrugada, mis pensamientos cada vez se tornan más oscuros pues en pocas horas habrán transcurrido las veinticuatro que él me dijo. ¿Y si quiere que lo busque? ¿Y si quiere que yo sola encuentre su casa? El desespero me embarga porque no tengo ni puta idea donde encontrarlo. Tal realización me hace estirarme los cabellos y arrepentirme tanto de lo que sucedió ayer.

Debí solo aceptar ir con él.

Debí ser amable.

Y debí conservar aquel peluche que mi padre me regaló.

El fondo de mis ojos empieza a picar mientras el clima cambia de forma drástica. La calma le da paso a una tormenta que me empapa de pies a cabeza, humedeciendo cada gramo de mi piel y haciendo que respingue cuando un relámpago aparece en el cielo seguido de un estruendoso trueno que rebota en mi pecho.

Me froto las manos en los antebrazos mientras veo a todos lados. Está oscuro, tan oscuro como lo es el petróleo, y solo veo fragmentos de mi alrededor cuando aparece un relámpago. Los dientes me titiritean, ya que el agua que viene del cielo siempre me ha resultado como si fueran cubos de hielo.

Cada gota que se derrama sobre mí y a mi alrededor me hace temblar e incluso retroceder. El suelo bajo mis pies emite un ligero sonido de burbujeo provocado debido a la lluvia. Es como si la carretera estuviera bebiendo agua después de estar en plena sequía durante meses.

De pronto, un enorme destello amarillezco ilumina a mi izquierda y ahí, a pocos metros, está el payaso con el mismo atuendo y el mismo manojo de globos. Está mirándome fijamente con sus espantosos ojos blancos y casi puedo jurar que un brillo siniestro tintinea en ellos.

Sin dudarlo obligo a mis piernas a acercarme incluso cuando una voz en mi cabeza me grita que no lo haga, que me aleje, que corra y vaya a la policía para convencerlos de que un payaso maldito me amenazó, pero no sé por qué, pero la sensación horripilante que me provocan sus ojos y rostro me dejan en claro que, si me atrevo a dar media vuelta, estoy jodida.

Es por eso que avanzo incluso cuando deseo hasta orinarme del miedo. El frío siempre me hace querer miccionar a cada rato, o tal vez es el inminente terror que empieza a rebosarme como el agua rebosa un vaso bajo el grifo.

Me planto frente a él, notando que su altura es demasiada, fácil me saca cinco o seis cabezas, y su contextura física grita que puede torcerme el cuello con demasiada facilidad.

El sonido de las sirenas se escucha a la distancia, parece que algo pasó pues en Silent Home casi nunca se escucha ese sonido, ni siquiera cuando asesinan a alguien en la vía pública.

—¿Quieres un globo, diosa? —su voz macabra rebota en cada pared de mi cerebro, estremeciendo cada molécula que habita dentro de mí.

Trago el jodido nudo que se ha formado en mi garganta y con la valentía que no siento alzo el mentón para verlo un poco mejor.

—Sí. Me gustaría mucho recibir un globo tuyo.

—¿De qué color?

Su pregunta es tan simple y a la vez tan complicada. Siento que si elijo uno de lo que carga en su mano va a cumplir su amenaza, pero antes me matará aquí mismo para empaparse de mis gritos y suplicas.

El ardor se hace presente en mi nariz, avisando que las ganas de llorar están presentes, pero empujo todas esas emociones porque ahorita debo hacer uso de los cojones que se me escondieron.

—Rojo. Yo... —muerdo mi labio inferior el cual está temblando, pero rápido lo suelto junto a una exhalación—. Quiero un globo rojo porque es mi color favorito.

El payaso mueve su cabeza lentamente, simulando a la Exorcista que he mirado en las películas, y después su boca de dientes horripilantes forma una especie de O que afloja más mis ganas de orinarme.

—No tengo ese color aquí —dice lo evidente, regresando sus ojos blancos a mí—. Pero en mi casa sí. ¿Vienes conmigo, diosa?

—Sí.

—Dame tu mano entonces.

El payaso extiende su extremidad cubierta en ese guante blanco demasiado enorme y, aunque deseo tanto no moverme, termino haciéndolo. Casi de forma brusca dejo mi mano encima de su palma, notando la inmensa diferencia entre los dos.

—Qué chica tan buena y obediente —dice en medio de una risita que pone a mi barbilla a temblar—. A las chicas buenas y obedientes se les regalan dos globos. ¿Te gustaría que te diera dos bonitos globos rojos, diosa?

—S-sí, por favor.

La boca del payaso se expande en una sonrisa tan enorme que sus comisuras llegan a los orillas de sus ojos. Aquellos filosos dientes semejante al de los leones quedan a escasos centímetros de mi rostro y entonces sucede.

Me orino frente a este sujeto sintiendo un titánico miedo apoderarse de mis entrañas. Las lágrimas que tanto me negaba a soltar emergen con muchísima facilidad, pero ninguna de esas cosas se nota porque sigue lloviendo a cántaros.

Avergonzada, y demasiado horrorizada por esta situación de espanto, empiezo a mover las piernas para seguir al payaso que me conduce hacia una tremenda oscuridad que nos traga enteros. Está tan negro que no sé hacia dónde voy, solo puedo sentir mis latidos golpeando mi garganta como si fuera un mazo que busca romperme por dentro.

Cada paso que doy es una promesa llena de horror que logra que mi barbilla incluso tiemble. Si no me atrevo a sollozar es porque siento que el payaso me va a lastimar o yo qué diablos sé.

Mis zapatillas se hunden en una consistencia extraña y sé entonces que estamos caminando sobre el lodo. Puedo sentir como este se filtra entre mis dedos ya que el material de mis zapatos no es tan bueno que digamos.

Caminamos, caminamos y caminamos tanto que mis pies duelen demasiado, pero claro está que no me quejo ni pregunto si ya mero llegamos, primero porque es una pregunta demasiado estúpida y segundo, mi parte racional me dice que hacerla me condenará a una vida de miseria y horror.

Es por eso que me quedo calladita, siguiendo al payaso hacia quien sabe dónde, sintiendo más frío del normal porque la minifalda que traigo puesta tapa solamente lo necesario. Odio tanto el uniforme que nos dan en Movieland, pero entiendo que a veces los clientes regresan para deleitarse de nuestras piernas y trasero.

Silent Home es un lugar machista lleno de perversión, solo que nadie se atreve a decirlo en voz alta y mucho menos a quejarse. Aceptan los comentarios vulgares como si fuese cualquier palabra bonita pues es mejor llevar la fiesta en paz que provocar alboroto.

Una eternidad más tarde, el payaso se detiene en no sé dónde, pero un crepitante trueno inunda el cielo seguido de un relámpago rojo que me saca un grito, pero, a la vez, hace mirar la entrada del lugar que me hace volver a orinarme del puto miedo.

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Voy a ser honesta. Estoy actualizando este libro en el día porque ni loca me leo el manuscrito en la noche  JAJAJAJA Ya me lo escribí de noche y fue horrible, así que ya no ocupo esa experiencia.

DiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora