PRIMERA VEZ
—Estoy cansada —logro musitar, dejándole en claro que me mueva él porque mis piernas no me van a responder.
El payaso esboza una sonrisa siniestra de oreja a oreja y, conmigo pegadita a su cuerpo, empieza a retroceder hasta que quedamos en el centro de la sala, porque es una sala, incluso miré sillones en una esquina.
Su brazo, lejos de soltarme, me pega más y entonces el manojo de globos que sostenía son liberados cuando abre el puño de la otra mano, extremidad que pronto cae en mi trasero para amasarlo de una forma tan grotesca que no debería provocarme nada.
Pero sucede.
Empiezo a sentir un intenso cosquilleo en mi vientre bajo y...
Algo realmente jodido debe estar sucediéndome a nivel neuronal porque un extraño corrientazo me recorre toda la espina dorsal mientras él sigue tocándome la nalga derecha con la mano que pronto se escabulle bajo mi faldita para así tocar directamente mi carne. Con un dedo cubierto en ese ostentoso guante traza la curva de mi glúteo, logrando que gima bajito.
¿Lo peor de esto? Mi cerebro grita y suplica que él lleve su mano en medio de mis piernas, justo en esa zona que a veces suelo tocarme cuando necesito un desahogo.
—Mierda, diosa... —suelta un gemido animal que me pone a temblar—. Tu culito está demasiado suave. Dime, ¿alguien te había tocado así antes?
—No.
Y eso es verdad.
Nunca he estado con un hombre por lo que mi cuerpo ha estado libre del pecado. El payaso debe llegar a esa conclusión porque gustoso saca su larga y puntiaguda lengua para lamerme el rostro, tal como un perro lo hace con su dueño cuando está feliz.
—¿Qué debería hacer contigo primero, diosa? —pregunta en medio de un ronco jadeo, metiendo sus dedos bajo mi ropa interior de algodón para hacerla trizas. El sonido de la tela rompiéndose me hace brincar—. ¿Darte tu globo rojo o cogerte como a una puta?
La segunda opción me hace temblar y atragantarme con mi propia saliva porque tener sexo con un hombre ha sido mi sueño desde que supe cómo se crean los bebés.
—¿Qué pasa si quiero lo segundo?
El payaso rápidamente traslada las manos a mi cintura, me alza con demasiada facilidad y dice:
—Sostente bien del gancho.
De forma automática elevo las manos hasta sentir una frialdad curveada que me hace aferrarme con fuerza cuando él me suelta de modo que mi cuerpo queda colgando a no sé qué tantos metros de altura.
—Si te sueltas, vas a morir porque bajo de ti hay una trituradora.
Y el sonido del cual no me había percatado empieza sonar con mucha potencia, extinguiendo la asquerosa lujuria que estaba sintiendo y avivando el terror en mis entrañas.
—Por favor bájame de aquí —suplico, sintiendo como las manos están sudándome.
—Tú elegiste la segunda opción, así que ahí te quedarás hasta que acabemos, diosa.
—¿Por qué haces esto? —pregunto con la voz trémula, mirando a todos lados sin realmente encontrar nada ya que se ha puesto completamente negro.
—Porque puedo, quiero y se me antoja —se burla de mí, dándome un azote en los pechos que me mueve un poco y hace que el gancho haga ruido—. Cuando eras más pequeña me destrozaste, diosa. ¿Qué daño te hice?
El recuerdo del peluche de payaso que mi padre me regaló viene a mi cabeza. Tal como viene el momento exacto en que lo miré con sus maletas subiendo a su antiguo carro. El enojo surge tal como las ganas de querer encontrarlo para gritarle que, por su culpa, no he tenido una vida normal.
Por su maldita culpa no pude cumplir mi sueño de ser una profesional porque estoy atada a una familia que debo mantener porque lo que hace mi madre no es suficiente.
—Eras mi peluche favorito porque mi padre me lo regaló —me sincero, apretando bien el gancho ya que estoy resbalándome—. Te amaba tanto que incluso te llevaba conmigo a la escuela, pero entonces mi padre nos abandonó y comencé a odiarte.
—El odio es un veneno que te pudre.
—Lo sé, y durante mucho tiempo lo tuve presente hasta que simplemente me resigné a ser lo que mi familia ocupa.
—¿Y eso es?
—Una fuente de ingresos monetarios.
El payaso ya no pregunta nada y yo guardo silencio. Las ganas de querer hacer cosas pecaminosas desaparecen dejando solamente un sentimiento de amargura atascado en el pecho.
—Si tuvieras a tu padre al frente, ¿qué le dirías?
—Que ojalá tenga una vejez miserable y que se pudra en el infierno.
Mis ojos se abren en asombro porque no puedo creer que algo tan horrible escapó de mi boca. Lo peor es que la culpabilidad no llega y eso debe notarlo el payaso porque aplaude.
Sí.
El payaso aplaude y eso me hace preguntarme si ya se quitó los guantes o si esos guantes son sus manos en realidad.
—¿Qué más?
—Le desearía la muerte más trágica del mundo.
—Sigue. Sigue.
—¡Le gritaría que es un ser despreciable y cobarde que no tuvo los huevos necesarios para mantener a una familia!
Y entonces el payaso vuelve a tomarme de la cintura para alejarme de la trituradora. No sé qué sucede ni a donde camina, pero pronto termino encima de un charco cuyo líquido huele a hierro. Debe ser la sangre que miré y, aunque podría sentir asco por eso, no sucede y menos cuando la lengua del payaso se mete en mi cavidad oral para probarme, para darme un beso demasiado vulgar que dispara mis alarmas. Pero esa caricia dura poco ya que su larga lengua empieza a lamerme la garganta, se pasea por mis pechos y baja a mi cadera. Con sus manos me aparta los muslos y entones su lengua aterriza en el manojo de tensión que tengo ahí abajo.
Un sonido animal abandona su garganta pues seguro está degustando lo salado de mi orina. Eso debería hacerlo retroceder, pero el payaso maldito lame a su antojo, rompiendo mi cordura en un santiamén pues su lengua se remolinea con gusto por toda mi vulva e incluso por el interior de mis muslos. Absorbe la humedad que debió dejar la orina y después mete su lengua en mi orificio vaginal para cogerme con su apéndice el cual siento que me llega hasta el cérvix.
Me retuerzo como una mujer poseída por la lujuria, pues se siente demasiado bien la caricia interna que me está dando. Con sus enormes manotas frota mi clítoris mientras la otra acuna mi seno para amasarlo a su antojo, logrando que mis pezones se tornen más duros y sensibles porque la tela de mi camisa estorba.
Mis latidos cardiacos aumentan su ritmo, asustándome en el proceso ya que parece que en cualquier momento entraré en un paro. El payaso me penetra con avidez, causando un chapoteo tan intenso que opaca la lluvia que sigue derramándose en el exterior.
Pego un grito cuando su punta lingual roza una zona que me provoca muchas cosquillas por dentro.
—Deja de... Oh, joder.
—Solo disfruta, mi diosa —su voz ronca y animal rebota entre mis piernas, logrando que todo mi cuerpo entre en un tremendo calor sofocante y sé, con certeza, que este momento va a cambiarlo todo en mi vida.
Porque este payaso está dándome mi primera experiencia sexual.
Y estoy segura de que no querré alejarme de él jamás.
FIN
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¡Y llegamos al final de esta historia corta!
Muchas gracias por haberle dado una oportunidad. Espero que la hayan disfrutado muchísimo y atentos a mi perfil de Wattpad, que de repente me entra la loquera y hago una versión más extendida de la diosa y su payaso. ¿Les gustaría eso?
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Diosa
HorrorDISPONIBLE EN PAPEL Cada octubre, un payaso horripilante aparece en Silent Home y, con él, llegan las desgracias. Kali Banks, una veinteañera que trabaja en un centro de películas, tiene la desdicha de encontrárselo tras una larga jornada laboral. S...