Capítulo5 - Aullido de Libertad

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La luna brillaba más fuerte de lo que jamás había visto, como si su luz quisiera desafiar la oscuridad que me envolvía. Sentada en la fría prisión, sola con mis pensamientos, la realidad me golpeaba con una fuerza que no podía ignorar. Mi mente, inquieta, vagaba por recuerdos de otro tiempo, un tiempo en el que todo parecía más simple. Extrañaba a mi familia, aunque nunca lo habría admitido antes. Extrañaba las risas y la camaradería de mi clan, la sensación de pertenencia que ahora se sentía tan lejana. Incluso extrañaba a mis amigos, aquellos que intenté matar con mis propias manos. ¿Cómo llegué a este punto?

Desde que dejé mi territorio, todo ha ido mal. Unirme al clan coyote fue mi primera gran caída. Pensé que sería la solución, un nuevo comienzo, pero todo lo que hice fue desatar el caos. Las decisiones que tomé me alejaron aún más de lo que solía ser, me transformaron en alguien que apenas reconozco. Luego, en mi furia ciega, intenté destruir a quienes alguna vez consideré aliados, amigos, familia. No pude controlar mi rabia, mi instinto de supervivencia, y casi los destrozo.Y después, vino el mago. Pensé que había tocado fondo antes, pero ese encuentro... ese fue el verdadero desastre. Lo que sucedió con él, lo que desencadenó dentro de mí, fue peor que cualquier error que hubiera cometido antes. Perdí el control, casi pierdo mi humanidad, si es que todavía me queda algo de ella. Todo lo que ha pasado desde entonces me ha empujado hacia este abismo del que no sé si podré escapar.Aquí estoy ahora, encerrada, sin la fuerza para moverme ni la esperanza de encontrar una salida. A veces, me pregunto si desde un principio debí haberme rendido. Quizá habría sido más fácil, menos doloroso. Si hubiera dejado que el destino me aplastara cuando tuve la oportunidad... tal vez no estaría en esta situación. Morir hubiera sido una salida sencilla, una liberación de todo lo que he tenido que soportar. Y sin embargo, no lo hice. Por alguna razón, no me rendí.

No, nunca me he rendido, y no voy a empezar ahora. Aunque el peso de mis errores me asfixie, aunque la oscuridad intente devorarme, sigo aquí. Luché entonces, cuando parecía imposible, y seguiré luchando ahora. No me dejaré caer. No importa cuántas veces la suerte me haya dado la espalda, no importa lo mucho que me hayan traicionado los que alguna vez amé, no voy a rendirme.

Soy más fuerte de lo que ellos creen. Más fuerte de lo que incluso yo pensé que podría ser. La luna puede brillar más intensamente que nunca, recordándome la libertad que una vez tuve, pero mi luz sigue dentro de mí, aunque esté en esta prisión.

La furia y la desesperación explotaron dentro de mí, una energía cruda y salvaje que no podía contener más. Me levanté y, sin pensar en nada más, dejé que un aullido profundo y potente saliera de mi pecho. Fue un llamado que no pedía ayuda ni buscaba consuelo; era una manifestación de todo lo que sentía, una mezcla de ira, dolor y una voluntad inquebrantable de no rendirme. La fuerza de mi propio aullido hizo vibrar los cristales de aquel laboratorio, y cada fibra de mi ser vibró con ellos. Sentí que el eco llenaba cada rincón del lugar, como si ese aullido pudiera romper las paredes que me contenían. A pesar de la incomodidad que sentía por el encierro, seguí y seguí, dejándome llevar por el sonido. Mi garganta ardía, y el aire se llenaba de una electricidad palpable, como si el mismo espacio resonara con la furia que no podía sofocar. El aullido reverberaba, rebotando en las paredes, y algo en mi interior me decía que no debía detenerme Entonces, algo cambió. Vi movimiento más allá de los cristales vibrantes. Por una de las ventanas del laboratorio, el resplandor de las luces artificiales fue interrumpido por la figura de un grupo de personas que ingresaban con sigilo. Sus sombras se proyectaban en la pared, y al ver sus rostros en la penumbra, un atisbo de esperanza creció dentro de mí. Tal vez no estaba sola después de todo.

Uno de ellos se movió rápidamente, un hombre con el rostro cubierto y movimientos precisos. Lo vi sacar un pequeño juego de ganzúas de su bolsillo, y sin decir una palabra, comenzó a manipular la cerradura de mi celda. Observé sus manos moverse con habilidad, cada giro de las herramientas parecía arrancar un pedazo de la barrera que me mantenía atrapada. Contuve la respiración, mi corazón martillando con fuerza en el pecho. Un clic final resonó en el aire, y la puerta se abrió con un suave chirrido. Durante un segundo, me quedé inmóvil, apenas creyendo lo que estaba sucediendo. El hombre se apartó, dándome espacio para salir. La libertad estaba justo delante de mí, una oportunidad que apenas había imaginado en las últimas horas. Sin pensarlo más, di un paso al frente, cruzando el umbral de la celda, dejando atrás el frío confinamiento.

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