Presente
Gemidos.
Es lo primero que escucho ni bien abro los ojos alarmada. Aquel sonido se escucha desde afuera de mi habitación por lo que trato de refrenarme y no salir disparada para golpear a los que hacen aquel sonido. No tengo que ser un genio para saber que es mamá. A estas alturas debería estar acostumbrada a despertarme sobresaltada por aquellos molestos ruidos.
Me levanto de la cama y busco un albornoz de seda para cubrir mi cuerpo escasamente vestido por unos pantaloncitos cortos y una camiseta de tirantes que llevo para dormir esta noche. Cuando me siento segura salgo de mi habitación en completa oscuridad y busco a tientas la pared del pasillo. Los sonidos ahogados provienen de la habitación unos metros más allá de la mía. Miro en esa dirección con odio, como si aquello fuera suficiente para callarlos, y luego voy a la habitación contigua a la mía, la que está más cerca al rellano de la escalera.
La abro en silencio y la cierro detrás de mí con seguro. Conozco esta habitación tanto como la mía, por lo que no necesito luz para acercarme a la cama y echarme allí. Un cuerpo pequeño me recibe, cuando prendo la lámpara de la mesa de noche un rostro angelical me mira con ojos confundidos.
—Nova... —susurra mi hermanita de seis años.
Le sonrío con tranquilidad. Saco del bolsillo de mi albornoz mi celular y lo alzó entre las dos. Pongo una música suave y suficientemente alta para que ahogue los sonidos repugnantes que nuestra madre está haciendo.
No sé si exagera, si son de verdad o está audicionando para una película porno, pero ya me estoy hartando de sus frecuentes novios que solo quieren tres cosas de ella: sexo, dinero y fama. Y ella como la mujer solitaria y despechada que es, logra amarrarlos con solo darles lo que ellos quieren. Supongo que funciona para ambos, pero por mucho o poco que ame a mi madre, sus comportamientos no deben ser bienvenidos en esta casa. No cuando mi hermana pequeña vive aquí y tiene que toparse con cada hombre que pisa esta casa. No son muchos, mi madre mantiene a sus novios no más de algunas semanas o meses. Pero en los cuatro años que ella ha estado manteniendo este tipo de relaciones hemos visto más a hombres que a nuestro propio padre.
Presiono mi mano sobre el cabello negro de Noellia y la acaricio, esperando que pueda dormirse con la música y mis caricias.
—¿Por qué mamá hace eso? —pregunta inocentemente abriendo sus ojazos y mirándome con un puchero en sus labios. Lo único que quiero en este momento es entrar en esa habitación y botarlos a ambos de casa, pero sé perfectamente que si eso llegara a pasar solo desencadenaría una pelea. No cambiaría nada. Lo he intentado tantas veces que he llegado al punto de cerrar la boca e ignorarla.
No sé qué responderle a Elli.
—No lo sé, amor —susurró besando su frente—. Pero sabes que mamá te ama mucho.
Ella asiente, pero sus ojos se ponen vidriosos. Aquello me mata. En realidad nunca he escuchado a mi madre decirle que la ama.
Nunca me lo dijo a mí, muchos menos a ella.
—Extraño a papá —susurra.
Aquello termina por aniquilarme.
—Oh, Elli. —No tengo nada más que decirle, ni cómo consolarla.
Intento arrullarla como si fuera una bebé, y a pesar que no lo es, logro hacer que se duerma. Cuando los extraños sonidos terminan de una buena vez, apago la música y cierro los ojos. Pero solo dura unos buenos minutos, no sé cuántos, pero los suficientes como para que se repongan y momento después empiece de nuevo el coro de gemidos. Vuelvo a poner la música, incluso tapo los oídos de Elli y trato de dormir, pero me mantengo despierta por un buen tiempo.
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Las probabilidades de un amor imposible
عاطفيةNova Hernandez es una veinteañera que está en su segundo año de carrera en la prestigiosa universidad privada que su madre paga. Tiene la suerte de venir de una familia adinerada, y a pesar de que su padre no está en la foto, ella siente que con su...