Capítulo 4

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Arzhel:

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Arzhel:

La noche era profunda, envuelta en sombras, y el silencio del puerto solo se rompía por el suave crujir de las cuerdas que sujetaban el barco al muelle. Nunca bajaba de mi navío, nunca pisaba tierra firme, y mucho menos en un lugar tan mundano como el pueblo frente mio. Pero algo, esa sensación persistente de urgencia, me decía que esta vez debía hacerlo. Algo en el aire había cambiado.

Mis botas hicieron eco en las tablas del muelle cuando baje del barco, mi figura envuelta en un abrigo largo y oscuro que parecía fundirse con la noche. Mi tripulación, silenciosa como siempre, me siguió a distancia, como sombras que obedecían mis órdenes sin cuestionar. Para la mayoría de los habitantes del pueblo, yo y los mios no eramos más que leyendas, fantasmas que vagaban por los mares y solo aparecían cuando algo oscuro estaba por suceder.

Los pocos que aún deambulaban por las calles a esas horas de la noche se apartaban rápidamente al vernos. Nadie osaba cruzar miradas conmigo; todos habían oído las historias. Era un nombre que susurraban los viejos marineros, era una figura temida por mi crueldad y, sobre todo, por lo que representaba: un pasado que no moría.

Caminé hacia el corazón del pueblo, cada paso cargado de determinación. No estaba allí para causar estragos esta vez, aunque mi mera presencia ya despertaba el terror en quienes me reconocían. Estaba en busca de algo muy específico, una joya. Uno que, según sus fuentes, estaba más cerca de lo que había estado en mucho tiempo.

El bar al que se dirigía estaba al final de una calle empedrada, apartado del bullicio de la plaza principal, "La Taberna del Corsario". Desde fuera, apenas se veía la luz filtrarse a través de las ventanas sucias. Un lugar discreto.

—Capitán, ¿estás seguro? —murmuró uno de los suyos, un hombre alto y delgado que rara vez hablaba—. La última vez que bajamos...

—Lo sé —interrumpi, mi voz ronca y firme—. Pero esta vez es diferente. El joya esta aquí, lo puedo sentir.

Entramos al bar sin hacer ruido, pero no necesitabamos anunciarnos. En cuanto cruzamos la puerta, las conversaciones se detuvieron de inmediato. Los pocos hombres y mujeres que estaban allí apartaron la vista, algunos incluso se apresuraron a salir por la puerta trasera, incapaces de soportar mi presencia y de mi tripulación.

El ambiente estaba cargado de tensión. Escaneó el lugar con ojos fríos, sin prisa pero con la certeza de que estaba en el camino correcto. Había algo en ese lugar, algo que me llamaba, como si el destino hubiera guiado mis pasos hasta aquí. Sabía que el collar no estaba lejos.

Me acercó a la barra, donde un hombre viejo y encorvado intentaba parecer ocupado limpiando un vaso ya limpio. Temblaba bajo mi mirada, pero se obligó a hablar.

—¿Qué… qué puedo servirles? —balbuceó, evitando a toda costa levantar la mirada.

No necesitaba decir mucho. Me incliné sobre la barra, dejando que mi voz baja y amenazante se abriera paso en el silencio.

La Joya del mar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora