Para Luke, cada día en el hospital era una línea trazada en la pared. Contaba los días, las horas, incluso los segundos, en un esfuerzo desesperado por no perderse a sí mismo. Según sus cálculos, llevaba 341 días encerrado en aquel lugar, y cada uno de ellos pesaba sobre sus hombros como una losa. "Tengo que recordar," se repetía en silencio, "porque si no recuerdo, ya no quedará nada de mí."
Apenas había cumplido los veinte cuando fue internado, y ahora, el tiempo transcurría sin un principio ni un fin, como un eco incesante de los mismos pensamientos. En cada momento de aparente calma, Luke podía sentir algo en su mente, como una sombra que se movía en las profundidades, una presencia que lo acechaba, esperando el instante en que bajara la guardia para tomar el control. Sabía que no estaba solo... no realmente. No en su propia mente.
Había algo más en él, una constante que lo desafiaba, que algunas veces lo dominaba y otras lo observaba en silencio. Era como si una parte de su ser le susurrara pensamientos oscuros y confusos, palabras que no sentía propias y que lo hacían dudar de su realidad. A veces, la presencia tomaba control, lo arrastraba hasta un punto de no retorno, y cuando despertaba, los médicos o las enfermeras le hablaban de episodios que él no podía recordar: gritos, golpes, intentos desesperados de huida.
Luke se aferraba a su cuenta de días porque era lo único que le daba una pizca de estabilidad, el único recurso tangible para no perderse en ese abismo. Sabía que los números eran su verdad, su ancla en un mundo donde todo lo demás era difuso. Los días grabados en la pared le recordaban que él era real, que él era Luke, y no esa sombra que lo acechaba, esperando en el fondo de su mente para arrebatarle la conciencia.
No confiaba en los médicos, en las enfermeras, ni en aquel doctor de voz pausada que hablaba de "redención" con el tono solemne de quien se cree un salvador. Luke entendía, en su propia manera, que si dejaba de contar, si permitía que su mente se perdiera en la neblina del hospital, terminaría rindiéndose ante el juego perverso de aquel lugar que le robaba la identidad a cada uno de sus internos.
Su habitación era pequeña, con paredes grises y un catre de metal. No había reloj, ni ventanas, ni forma alguna de saber la hora exacta. Solo él, sus pensamientos, y las sombras que susurraban en su mente, tentándolo a rendirse. A veces, cuando la soledad se volvía insoportable, una voz más suave parecía emerger en lo profundo, invitándolo a dejarse llevar, a soltar toda resistencia. "El tiempo no importa aquí," susurraba, "déjate ir, aquí nadie espera."
Pero Luke se resistía, porque quería salir, quería recordar quién era más allá de las sombras que lo acechaban. Quizás aquella voz tenía razón, y tal vez el tiempo no era real allí dentro. Pero Luke aún contaba los días, porque sabía que si dejaba de hacerlo, si abandonaba aquella cuenta que le daba sentido a su existencia, desaparecería por completo en la neblina que lo rodeaba.
"Yo soy Luke," murmuraba en un susurro apenas audible, con las manos aferradas al borde de su cama. "Yo soy Luke, y saldré de aquí."
En el fondo, sin embargo, sabía que aquel lugar no lo liberaría. Sabía que Devereux y su hospital eran un pozo sin fondo del cual no habría regreso.
ESTÁS LEYENDO
Amapolas
HorrorLuke está atrapado en un hospital psiquiátrico, sin recordar cómo llegó allí. Cada día, intenta contar los días en la pared para no perderse a sí mismo, pero siente que algo extraño sucede en su mente, como si hubiera otras partes de él esperando pa...