The dinner that changes everything

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Max estaba sentado en su habitación, disfrutando de un momento de calma mientras revisaba su teléfono. En la pantalla, aparecía la conversación que había tenido con Sergio la noche anterior. Ambos solían hablar sobre sus días, compartiendo anécdotas y experiencias. A menudo, Sergio enviaba imágenes adorables del pequeño pato, mostrando cómo jugaba, comía e incluso cómo dormía plácidamente. Era una actividad que llenaba a Max de alegría, disfrutando cada momento que compartían.

En los últimos días, Max había estado dándole vueltas a una idea que le emocionaba mucho: invitar a Sergio a cenar. Sin embargo, además de la cena, también había pensado en la posibilidad de regalarle unas rosas. Pero había un pequeño obstáculo que le preocupaba: no sabía qué tipo de flores escoger. Tenía que ser algo especial, que representara sus sentimientos hacia Sergio, pero la duda lo mantenía en un estado de reflexión mientras seguía admirando las fotos del pato que había inundado su conversación anterior.

—Hola, buenas tardes. Necesito que envíen un ramo de rosas rojas junto con una nota a la dirección que le proporcionaré, por favor.—Con el teléfono pegado a la oreja, le indicó la dirección específica que quería.

—Gracias, hasta luego. Ah, antes de que se me olvide, por favor, coloca las rosas más rojas que puedas encontrar. Quiero que se vean realmente hermosas para él. —Al decir esto, colgó el teléfono. Después, tomó la decisión de prepararse para salir un rato con su amigo Carlos.

Había llegado a un acuerdo con su mejor amigo para salir a comprar un regalo especial para Sergio, con la intención de entregárselo durante la cena que tendrían más tarde esa misma noche. Para él, Sergio era una persona muy importante, alguien a quien quería con todo su corazón. Era difícil encontrar las palabras adecuadas para explicar lo que sentía al interactuar con él, ya fuera en persona o a través de mensajes. Cada vez que pensaba en él, la necesidad de estar junto a él crecía, como si se tratara de un tesoro invaluable que no podía dejar pasar.
Estaba tan absorto en sus pensamientos y en el proceso de prepararse, que no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. De repente, una figura femenina que conocía perfectamente apareció ante él, y en ese instante se dio cuenta de lo imprudente que había sido al dejar la puerta sin asegurar. Era Kelly. ¿Qué estaba haciendo ella allí? Su mente se llenó de dudas y preguntas, mientras trataba de comprender la situación inesperada que se le presentaba.

—Hola, cariño. ¿Cómo está el amor de mi vida? Te he extrañado tanto—dijo Kelly mientras se acercaba a Max, con la intención de besarlo.

—Kelly, ¡AHG! Por favor, quítate. No quiero ser grosero, pero ¿qué quieres que te ofrezca?—respondió Max, alejándose de ella. La insistencia de ella le resultaba tan molesta que ya no podía soportarlo.

—Ay, qué mal humor. Pues bien, ¿qué más quiero? Solo deseo pasar tiempo contigo, ¿por qué no? Como la pareja perfecta que alguna vez fuimos—replicó ella, con un tono meloso.

—Escucha, tú y yo no somos nada—interrumpió Max, con un marcado fastidio—. Quiero que lo tengas bien grabado en tu cabecita, ¿de acuerdo? Dejamos de ser pareja hace demasiado tiempo.

—Max, me haces reír con tus comentarios tan optimistas. Crees que no me he dado cuenta de aquel chico de escasos recursos que salió de tu oficina hace unos días, ¿verdad?— Estas palabras provocaron que los ojos de Max se llenaran de enojo.

—¡Él no es ningún pobreton, ¿entendiste? ¡Ya no te metas en mi vida, por favor! Cada vez la arruinas más— La voz de Max iba en aumento, reflejando su frustración.

—¿Te molesta que diga la verdad? Solo es un muerto de hambre que busca en hombres, porque es lo único que sabe hacer— replicó Kelly con desdén.

A Max le incomodaba profundamente escuchar comentarios desagradables sobre Sergio. Estas palabras hirientes le generaban una gran frustración, y había llegado a un punto en el que no estaba dispuesto a tolerar esa situación ni un segundo más. Max estaba decidido a proteger a su amigo y asegurarse de que esas ofensas no se repitieran jamás.

El pequeño encuentro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora