Prólogo

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Paz.

Sinónimo de tranquilidad, sosiego, calma, armonía y acuerdo. Situación o estado emocional plenamente codiciado, y que, para muchos, es difícil alcanzar.

En la balanza del bien y el mal, equilibra; pero, una mísera influencia del pecado, llevado por la envidia, ira y avaricia, causa un declive en tal nivel de armonía, provocando dolor, guerra y polémica, en uno mismo y en la sociedad.

Esa palabra de tres letras que posee un significado demasiado poderoso; gracias al acuerdo, se acabaron las guerras y ahora reina la paz en el mundo, o eso pensábamos.

Es bien sabido que es un valor que se busca en toda relación o ámbito social; permite el fortalecimiento de los vínculos y el desarrollo de sociedades más justas y armónicas. Un entorno social equilibrado se logra buscando la resolución de los conflictos de manera pacífica y el respeto por los derechos humanos fundamentales.

Si tan sólo este mundo fuera como lo pintan en los cuentos de hadas; paz, felicidad, justicia, arcoíris y unicornios… Como saben, la vida real no es así.

¿Cómo puede existir la paz cuando el mundo está lleno de personas egoístas, avaras, envidiosas y sedientas de poder?

Recuerdo mi niñez en Seattle; todo era tranquilo. Eran tiempos felices, y no nos dimos cuenta hasta hace un año, cuando Jean Smith se auto proclamó alcalde tras la misteriosa desaparición de quien estaba anteriormente en el poder. Lo único que ha hecho en este poco tiempo es hundir a la ciudad en un oscuro abismo de delincuencia e injusticia hacia los que aquí habitan.

Mi pulso aumenta, al igual que el hormigueo en mis manos y el calor en mis mejillas, empiezo a temblar inconscientemente mientras pensamientos asesinos invaden mi cabeza.

«¡No es justo!»

«¿Por qué nadie hace nada?»

«¡Si esto no acaba, nunca seremos felices!»

-Paz -escucho mi nombre a lo lejos, casi como un susurro, pero lo ignoro.

Los pensamientos se hacen más fuertes y creo que voy a perder el control, cuando siento sus manos en mis hombros y todo rastro de enojo, disminuye.

«Paz, yo soy paz, la paz vive en mi interior» -repito en mi mente una y otra vez.

Mi madre me sacude para que salga de mi ataque de angustia y me abraza de inmediato.

-Cariño, tienes que tranquilizarte, debes controlar tu ira.

El sol dejó de brillar hace unas horas y la luna se encuentra iluminando todo a nuestro alrededor; estamos sentadas en el sofá de la sala viendo las noticias nocturnas. Fueron encontrados dos cuerpos en el Lago Unión, y ¿qué es lo que hace el alcalde Smith? Nada. Sólo incrementa los impuestos otra vez, según él, para aumentar la seguridad en la ciudad.

¡Mentira!

-Perdona mamá, no puedo contenerme después de ver tales actos de injusticia.

-Lo sé cariño, por eso no me gusta que veas las noticias.

- ¿En serio no hay nada que podamos hacer?

Acuna mis mejillas con sus manos mientras me besa en la frente. -No, nada, sólo queda esperar -cierro mis ojos para tranquilizarme.

Por lo general sufro de ataques de ira, y es una gran ironía por el nombre que me otorgaron mis padres cuando nací.

Mi madre se levanta del sofá. -No te desveles, mañana tienes que irte a la universidad bien temprano.

-Lo sé mamá, te amo.

-Yo también te amo mi pequeña, te voy a extrañar.

Se gira para salir de la sala, pero se detiene en el umbral de la puerta. -Paz, prométeme que te controlarás en la universidad. Sabes que tu impulso puede impedirse, recuerda lo que dice la escritora y activista estadounidense Eleanor Roosevelt...

-"No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla" -cito antes de que ella lo haga-. Lo sé mamá y te lo prometo; evitaré conflictos y siempre haré mis meditaciones, no te preocupes.

-Está bien, cariño, hasta mañana.

-Descansa.

Veo a mi madre subir las escaleras hasta que desaparece en la oscuridad.

Mis ojos vuelven a impactar contra las horribles imágenes de los cadáveres que muestran en la televisión; mi respiración se acelera, lágrimas nublan mi visión e inconscientemente, tomo uno de los cojines y lo aviento a la pared detrás de mí.

Se me hace difícil controlar mi ira. Todo empezó el día que encontré a mi padre con otra mujer. Tenía tan sólo 15 años cuando esa misma tarde corrí a decirle a mi madre lo que mis ojos vieron. Después de eso, mi padre llegó a casa, tomó sus pertenencias y se marchó con la chica que parecía mi hermana, dejando a mi madre desconsolada.

A partir de ahí, el nombre de Paz Castillo quedó en mi mente como un chiste; la paz que tenía hasta ese momento se transformó en ira pura.

Mi madre tuvo que ponerse fuerte para llevarme a varios psicólogos por mi problema de autocontrol y, aunque disimulo estar mejor para que no se siga preocupando por mí, por dentro sé que me he convertido en un alma rencorosa y llena de odio.

Hijos del pecado: El origen de los PCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora