Capítulo II

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—¿Qué es esto? —preguntó, más para sí misma que para Daemon. Se sentía atrapada entre lo real y lo imposible.

Daemon se acercó, sin decir nada, y se detuvo a su lado, también mirando el espejo.

—Esto es Rocadragón, Rhaenyra —dijo él en un tono bajo, como si hablara del lugar con la misma reverencia que se le tiene a un templo o a un sueño demasiado real—. En un tiempo pasado, en un tiempo al que solo pude llegar, luego de morir en tú tiempo- dijo él con una calma sorprendente.

Ella parpadeó, intentando procesarlo. ¿Qué significaba eso? ¿Era un sueño? ¿O... era realidad? ¿Podía ser ambos?

—¿En un tiempo pasado? —repitió ella, más confundida que antes.

Daemon asintió, y su reflejo en el espejo se veía igual de sombrío. En ese momento, Rhaenyra sintió el peso de los siglos. Rocadragón no era solo una ruina, ni un simple castillo; era un lugar atrapado entre tiempos, como una herida en el pasado. Y ella estaba ahí para cerrarla, o tal vez para abrirla más. La idea la asustaba tanto como la emocionaba.

Él se giró hacia ella, y aunque sabía que él estaba muerto, que su alma era un eco de algo perdido, no pudo evitar sentir el mismo tirón magnético que la había llevado hasta allí en primer lugar. Había algo de misterio en Daemon, algo que necesitaba entender. Porque más allá de ser su tío perdido, más allá de las historias que había oído, él era una conexión a algo mucho más grande.

—Siempre has sentido este llamado, ¿verdad? —dijo él, con una sonrisa que era mitad melancolía y mitad... cariño. —No sabes por qué, pero sabes que Rocadragón siempre ha sido parte de ti.

Ella asintió, atrapada entre sus palabras y el reflejo en el espejo. Ahí estaba esa otra versión de ella, de pie junto a Daemon, como si fuesen... algo más. Un estremecimiento le recorrió la espalda. De alguna manera, estaba viendo a través de la mente de Daemon, como si él la viera no solo como una sobrina, sino como una persona que amó en otra vida.

—Pero... tú moriste aquí, ¿no? —preguntó Rhaenyra, finalmente soltando la pregunta que la había traído hasta ese lugar.

Daemon la miró, y en sus ojos brillaba algo imposible de definir, una especie de tristeza infinita.

—Sí, morí aquí, en este tiempo pero mi alma pertenece a un tiempo que ya pasó y en un lugar al que no puedo volver... salvo en noches como esta- dijo él  ( cuando tú estás acá, quiso decir, pero sabía lo que ella elegiría, y eso, era un triste destino al que no quería atarla) 

Estaban destinados a arder juntos, esas palabras lo habían acompañado a él en cada una de sus vidas. Sus almas siempre se reencontraban, él siempre había partido antes, y ella siempre lo encontraba. Pero en su mundo, ella aún tenía mucho por lo que vivir, y él no quería atarla a la muerte tan pronto, él deseaba que ella viviera, que ella fuera feliz, él la esperaría, en 10 mil vidas si fuera necesario, él la esperaría.

De repente, el ambiente pesado de Rocadragón ya no parecía tan aterrador. Rhaenyra entendió que estaba hablando con un eco de su tío, una sombra atrapada entre el pasado y el presente, pero también un hombre que había conocido una versión de ella en otra época, en otro tiempo, en una vida que parecía reflejarse en aquel espejo antiguo.

La lógica ya no tenía sentido allí, pero eso no le importaba. Sabía que estaba justo donde debía estar, en medio de un misterio que había esperado siglos por ser descubierto.

Algo la atraía, era él, era como si él la llamara, sus ojos, su mirada ¿Por qué sentía que pertenecía a su lado si lo acababa de ver?

Era como si su alma gritara por él... y él le sonrió al verla mirarlo.

Especial de Halloween: El llamado de RocadragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora