Prólogo.

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El mundo estaba en ruinas, todo lo que conocíamos había desaparecido, incluso las leyes que mantenían, o al menos eso se esperaba, la maldad del hombre a raya.

Ahora todo era caos, la supervivencia del más fuerte se impuso y aprendí por las malas que estar sola era mucho mejor que aferrarme a un grupo de personas.

Al principio de todo era como cualquier otra persona, tenía un trabajo al que le dedicaba mí vida, una familia, amigos. Claro que todo eso desapareció cuando una epidemia desconocida golpeó al mundo.

Los muertos volvían a la vida y no importaba cuántas películas de terror sobre eso hubieses visto, nada podía prepararte para enfrentarlo cara a cara.

Los heroes no existían, aquellos que eran lo suficientemente estúpidos para creer que si, fueron los primeros en morir, esperando por salvadores que jamás llegarían.

¿Duro? Si, pero terriblemente real. Apenas logré escapar con vida del bombardeo de Atlanta, jamás sentí tanto miedo como esa noche viendo el fuego consumir la ciudad en la que crecí, me enamoré y planeaba envejecer.

Ahora no pertenecía a ningún lado, era prácticamente una nómada, escapando de los muertos pero mucho más de los vivos.

Al principio éramos un grupo de personas, muchos de ellos sucumbieron a la desesperación y optaron por la salida rápida, no podía culparlos porque nadie imaginó jamás que algo así sería posible.

Cada vez éramos menos y se sentía como si estuviésemos perdiendo nuestra humanidad. Dormíamos con un ojo abierto porque el peligro siempre estaba a la vuelta de la esquina. Al final solo quedé yo.

Apenas recordaba cómo era vivir sin preocuparme por lo que podría pasar a continuación o lo que se sentía reír. Solía ser una persona risueña, pocas cosas me alteraban pero eso cambió. Yo cambié, tuve que hacerlo porque no sobreviviría de otra manera.

Ahora estaba sola, así lo prefería porque no se podía confiar en las personas. Ya no.

A veces me cruzaba con un grupo, los seguía y me aseguraba de que no fueran una amenaza, me había vuelto buena leyendo a las personas quizá por los años que maneje la cafetería de mis padres, lidiando con extraños que pasaban ocupados en sus vidas, siendo la espectadora de tantas historias, se había convertido en un don. Como dije, los seguía y luego me presentaba, aprendía todo lo que pudiera ayudarme a sobrevivir y luego me iba.

Se había convertido en una costumbre pero me había sido útil. Aprendí a manejar un arma, a poner trampas para animales, a conseguir agua limpia y segura para beber y muchas cosas más.

Lo único que me molestaba era el ruido, llevaba casi seis meses sola y cruzarme con personas, entablar una conversación me fastidiaba. Incluso cuando antes era la parte favorita de mí trabajo, ahora me consumía demasiada energía.

El ruido de la puerta siendo derribada me sacó de mis pensamientos, tomé mí mochila y me escondí. Preparé mis armas, porque podía no ser la mejor peleando con los puños pero tenía práctica con las pistolas y una puntería envidiable.

Escuchaba los pasos recorrer la casa, cada vez más cerca de mí escondite así que contuve la respiración y le saqué el seguro a mí arma.

La puerta se abrió de golpe, me encontré siendo apuntada por un arma extraña mientras unos ojos azules me miraban con desconfianza para después bajar a mí arma que también lo apuntaba.

— Baja tu arma — Me exigió y yo ladee mí cabeza.

— Baja la tuya primero. — ambos nos quedamos en la misma posición sin decir nada hasta que una voz captó mí atención.

Dirty Little Secret Donde viven las historias. Descúbrelo ahora