Estrellas en la nieve

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La mañana siguiente despierto con una sensación de inquietud, como si algo pesado flotara en el aire. La nieve sigue cubriendo la ciudad, pero al mirar por la ventana noto que, a pesar del cielo despejado, las estrellas aún son visibles en el amanecer, brillando débilmente sobre el blanco resplandeciente del mundo. Es una vista extraña, casi surrealista, como si las estrellas estuvieran más cerca de la tierra, como si nos observaran desde el otro lado de un umbral invisible. Esmeralda mencionó una vez algo sobre las estrellas, insinuando que a veces brillan con más fuerza en la oscuridad, cuando menos podemos comprender su distancia y misterio. La imagen de su rostro, con sus ojos intensos y su sonrisa melancólica, reaparece en mi mente.

Mientras me preparo para ir al hospital, su historia y sus advertencias regresan a mi mente. Hay algo en Esmeralda que me recuerda a esas estrellas: un misterio lejano y doloroso, un destino inalcanzable. Me pregunto si alguna vez fue alguien que, como yo, buscaba respuestas en lugares oscuros, siguiendo una chispa que la llevó demasiado lejos. Y ahora, en lugar de escapar, parece haber quedado atrapada, orbitando el hospital como una estrella rota que aún brilla, pero que jamás volverá a ver el amanecer.

Al llegar al hospital, noto una atmósfera extraña, densa, como si una tensión invisible estuviera contenida en las paredes y los techos, cada espacio entre el personal y los pacientes. Un grupo de doctores y enfermeras habla en voz baja cerca de la entrada, sus expresiones serias y preocupadas. Intento acercarme para escuchar lo que dicen, pero antes de que logre entender algo, siento una mano en mi hombro.

—Infinity —dice Henri, su voz grave y cautelosa—. Ven, necesito hablar contigo.

Lo sigo por un pasillo desierto hasta llegar a la sala de descanso. Al cerrarse la puerta, el silencio que nos rodea se siente pesado, como si incluso aquí algo nos estuviera escuchando. Henri me observa durante un instante, y su expresión es la de alguien que lleva una carga de secretos más allá de lo que cualquiera debería soportar.

—Hay algo que necesitas saber —dice finalmente, su tono bajo y solemne—. Y sé que, de todas las personas aquí, tú eres la única que podría entenderlo.

Sus palabras me desconciertan, pero asiento en silencio, esperando que continúe. Siento que algo profundo está a punto de revelarse, algo que ha permanecido oculto, como las estrellas que apenas brillan detrás de la nieve.

—Este hospital no es solo un edificio... ha existido durante siglos, y su propósito nunca fue del todo noble —dice Henri, bajando la voz aún más—. Hubo un tiempo en el que aquí se realizaban experimentos con los pacientes, tratando de comprender la mente humana de formas... retorcidas. A medida que las investigaciones se volvían más extremas, algo en el edificio comenzó a cambiar. Fue como si la desesperación y el sufrimiento de aquellos pacientes se grabaran en las paredes, en el suelo... y comenzaron a resonar, a despertar una especie de conciencia que no podemos entender.

—¿Una conciencia? —repito, apenas procesando lo que dice.

—Sí, como si los ecos de sus almas hubieran creado algo que aún persiste. Algo que no es humano, pero que se alimenta de aquellos que llevan heridas profundas —continúa Henri—. Al principio, era solo una sensación, una opresión que se sentía en ciertos pasillos. Pero con el tiempo... ese algo comenzó a consumir a aquellos que permanecían aquí demasiado tiempo, como si se alimentara de su dolor. Y creo que eso es lo que está ocurriendo con las desapariciones.

Sus palabras son un golpe de realidad, y la imagen de Esmeralda se vuelve más clara en mi mente. ¿Es posible que ella también sea una de esas almas, una estrella atrapada en la órbita de un hospital que parece reclamar a aquellos que se acercan demasiado?

—¿Qué tiene que ver Esmeralda con todo esto? —pregunto, casi temiendo la respuesta.

Henri me observa en silencio, y en sus ojos veo una mezcla de compasión y temor.

Ecos de una estrella perdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora