Capítulo 4

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Alexander

La tenía.

Ella estaba ahora en mi cuarto. En mi manada, en mi terreno, en mi vida. 

Años atras la había visto por primera vez, en algún ataque que hicimos a su hogar, nunca había sido nuestra intención herir a nadie, solamente nos resultaba un deleite verlos rogar por sus vidas, estúpidos humanos con su gran obsesion de mantener sus posesiones intactas mientras que su familia es masacrada. Nunca entendí aquello. 

En mi hogar si se pierden pertenencias o una casa, se consigue otra. Obsesionarse con objetos nunca ha sido nuestra prioridad. Solo mantener a nuestras familias con salud y bien alimentadas. Pero ese día. Ese día que la vi luchar con más que rabia, era una energía inexplicable, su mirada asesina, la manera en que apretaba sus dientes cada que peleaba. Su cabello rojizo largo hasta la mitad de su espalda, siempre despeinado, nunca le dió por acomodarlo, siendo que es precioso. Exactamente había sido hace tres años y dos días, cuando el mes de noviembre empezaba y los copos de nieve no tardaban en caer cubriéndolo todo. Desde que la vi ese día supe que era algo más que solo una rebelde, terca y guerrera. 

Lo sentí en el fondo de mi estómago, mi pecho ardió ese día. Mi lobo sabía lo que era. Mi mate. 

Había aparecido en medio de una lucha, nunca entendí como era eso posible. Peor aún. Una humana. Después de despreciarlos tanto y burlarnos de ellos, la vida quiso patearme en los huevos y esto me dio. Tuve que volver por ella, su odio hacia nuestra especie era claramente indiscutible. Así que, solo decidí llevármela. Conmigo. No podría soportar un día más de ella lejos de mi. Claro que no habría manera de decirle que la estuve viendo por tres años, cada día que salía de su casa, saludando a la gente de su aldea, comiendo en la mesa de madera hecha por su padre afuera de su hogar. Veía lo mucho que disfrutaba de estar bajo la lluvia ahí sentada, aunque estuviera sola. 

—Joder, ¿Es lo único que tienes para mi?— exclamó mientras extendía los pequeños shorts que le di para usar por la noche, furiosa los pegó a su cuerpo midiendo si le quedarían. A su jodido ardiente cuerpo. Tuve que disimilar mi erección sentándome sobre la orilla de la cama. Verla molesta exclamando cosas que ni yo entiendo sobre medidas y tallas y ropa delgada que no deja nada a la imaginación. ¿Es que ella creé que no tuve eso en cuenta? Como puede pensar que quiero esconder algo de su cuerpo ante mí. 

Su cabello rojizo caía sobre sus hombros, aun con sangre seca en mechones, su piel clara brillaba con la luz de la chimenea que prendí minutos antes para que no muriera en la noche de frío. 

—Anda, deja de quejarte, el baño esta en aquella puerta— señalé la puerta al fondo de la habitación, —Date un baño y descansa. 

Sus ojos se abrieron como platos sorprendida, parecía que le había dicho que se quitara la ropa y diera un baile indio enfrente de mi. 

—¿No me comerás viva?— preguntó incrédula, no supe si reír o aceptar una oferta tan tentadora. Hice lo posible por acomodar a mi amigo entre mis pantalones y me puse de pie, acercándome a ella hasta quedar de frente. Su altura resultaba encantadora, a pesar de que sus ojos llegaban a mi pecho, hacía lo posible por no alzar demasiado la cabeza, seguramente para no sentirse tan enana. Debía medir uno sesenta y cinco o setenta. 

—¿Es una petición? Porque no la rechazaría. 

—N... No, solo que eres un lobo y apesar de que según tu soy tu mate, no dudo que serías capaz de matarme en mi sueño— su simple acusación me perforo el pecho, era entendible, después de todo lo que había pasado, pero desde hace tres años que no habíamos puesto un pie en su hogar precisamente por ella. No dejé que nadie ni nada la hiriera, mucho menos los idiotas chupasangres que quisieron ir por su aldea un año atrás. Sus cabezas terminaron en el fondo de un pozo de agua que casualmente estaba seco. 

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