Espinas y cristales

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El bullicio de los estudiantes llenaba el pasillo de voces y risas. Anthares y Ruth, cada uno en su propio mundo, caminaban en direcciones opuestas, sin embargo, el destino parecía decidido a hacer que sus caminos volvieran a cruzarse.

Anthares avanzaba con la cabeza en alto, el brazo colgado sobre los hombros de Hanna, su nueva acompañante, con una sonrisa en el rostro que fingía una satisfacción que en realidad no sentía. Ruth, unos metros más allá, reía junto a Ragna, intentando convencerse de que aquel gesto era genuino, de que aquella nueva relación le bastaba para olvidar todo lo demás.

Cuando sus miradas se encontraron por un instante en medio del gentío, el tiempo pareció detenerse. Un escalofrío recorrió a ambos, aunque trataran de fingir indiferencia. Ruth sintió el peso de la mirada de Anthares clavarse en ella, mientras él, con el ceño fruncido, luchaba por mantener la calma.

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Al sonar la campana para el receso, Ruth encontró el valor para separarse de Ragna y dirigirse al patio. Se detuvo bajo un árbol, con la vista fija en el suelo, donde sus pensamientos parecían retorcerse como sombras. No quería admitirlo, pero verlo con Hanna, su enemiga desde siempre, era un golpe que no lograba soportar. La idea de que él hubiera podido reemplazarla tan rápido le producía un dolor sordo en el pecho, un sentimiento que intentaba ahogar, pero que siempre volvía a flote.

Poco después, Anthares apareció, solo. Ruth sintió el aire tensarse a su alrededor mientras él avanzaba hacia ella, sus pasos lentos y cuidadosos, como si temiera romper el frágil silencio entre ambos.

—¿Podemos hablar? —murmuró ella, sin mirarlo.

Anthares se acercó, deteniéndose a una distancia prudente, su expresión era un reflejo de los sentimientos encontrados que bullían en su interior.

—Dime, Ruth. ¿Qué quieres? —respondió él, tratando de sonar indiferente, aunque una ligera nota de amargura traicionaba su voz.

Ella tragó saliva, consciente de que cualquier palabra podía ser un disparo directo al corazón. No había planeado lo que quería decir; simplemente sentía que debía hablar, que debía confrontar ese vacío que la consumía. Lo miró de reojo, y al hacerlo, fue como si el tiempo retrocediera y aún fueran ellos dos, solos en su propio universo.

—Es solo que... —dudó, buscando las palabras adecuadas— no pensé que te vería con alguien como Hanna tan pronto.

Anthares soltó una risa amarga, una que resonó como una herida abierta.

—¿Y qué esperabas, Ruth? —preguntó con una mezcla de sarcasmo y tristeza—. Tú también empezaste algo con Ragna. Pensé que estarías feliz de que yo hiciera lo mismo, ¿o me equivoco?

Ella sintió cómo sus palabras le arañaban el corazón. Era cierto, no tenía derecho a recriminarle nada, y sin embargo, verlo con alguien más, y justo con Hanna, le resultaba insoportable. Intentó apartar ese sentimiento, recordarse que ella había sido quien había elegido seguir adelante, darle una oportunidad a Ragna. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no lograba evitar que una pequeña espina le pinchara el pecho cada vez que pensaba en Anthares con otra.

—No es que me moleste… —murmuró, apartando la mirada, como si sus palabras pudieran desaparecer con el viento—. Solo pensé que éramos… algo más que esto. Que no te irías con la primera persona que apareciera.

Anthares cerró los ojos un segundo, conteniendo el dolor que aquellas palabras le provocaban. Aquello había sonado como cristales rompiéndose. Ella había sido quien decidió apartarse, quien encontró a Ragna, y él había decidido aceptar esa decisión. Pero que ahora ella viniera a cuestionar su elección… le resultaba casi cruel.

—¿Te importa? —preguntó en voz baja, su tono lleno de resentimiento—. Porque desde donde yo lo veo, parece que tú has seguido con tu vida bastante bien.

Ruth guardó silencio, mordiéndose el labio. No quería admitir que sí, le importaba; no quería concederle a él esa victoria. Sabía que en su relación con Ragna había encontrado una felicidad genuina, momentos de calma que no había sentido en mucho tiempo, pero esa calma no lograba borrar el dolor que Anthares le había dejado. Verlo ahora, actuando como si todo estuviera bien, le recordaba que, a pesar de todo, seguía habiendo algo en él que le importaba más de lo que estaba dispuesta a aceptar.

—Anthares… no tienes que demostrarme nada —murmuró ella, tratando de sonar firme, aunque su voz temblaba levemente—. Si estás con Hanna solo por despecho, no tienes que hacerlo.

Anthares apretó los dientes. Ella lo había visto a través de él como un cristal, y esa transparencia lo enfurecía y lo hería. Le dolía saber que ella tenía razón, que aquella relación era un pobre intento de llenar el vacío que ella había dejado en su vida.

—¿Y tú? —replicó en voz baja, mirándola directamente—. ¿Estás con Ragna porque te hace feliz, o solo para olvidarte de mí?

Las palabras de Anthares la dejaron sin aliento. Ruth desvió la mirada, incómoda, incapaz de responder con la seguridad que habría querido. Sus días con Ragna habían sido tranquilos y reconfortantes, pero la pregunta de Anthares tocó una verdad que prefería no explorar. Porque en el fondo, una parte de ella sabía que él seguía ahí, como un fantasma que nunca terminaba de desaparecer.

—Quizás ambos estamos intentando llenar un vacío —susurró, sintiendo que cada palabra la desgarraba un poco más—. Pero eso no significa que lo que tenemos con otras personas no sea real.

Anthares guardó silencio. Sentía que cada una de esas palabras se clavaba en su corazón como espinas. Sabía que tenía que dejarla ir, que no podía seguir aferrándose a un pasado que ya no existía, pero verlo reflejado en sus ojos le hacía sentir que parte de él se quedaría atrapado en esa mirada para siempre.

Ruth suspiró y alzó la vista al cielo, como si en el brillo de las nubes pudiera encontrar una respuesta que la liberara.

—Cuídate, Anthares —murmuró, con la voz entrecortada—. Eso es todo lo que quería decirte.

Y antes de que él pudiera decir algo más, antes de que sus pensamientos pudieran convertirse en palabras, dio media vuelta y se alejó, dejándolo allí, bajo el árbol que ahora se sentía como un mudo testigo de lo que ambos habían perdido. Anthares la miró alejarse, con el pecho vacío y el alma rota, sintiendo que cada paso de ella era una herida abierta.

Sabía que tenía que dejarla ir, que debía aprender a vivir sin ella, pero en lo más profundo de su corazón, allí donde las sombras de sus recuerdos se aferraban con fuerza, quedaba esa espina que seguiría doliendo. Porque había cosas que, por más que intentara olvidar, nunca dejarían de ser parte de él, y no la quería dejar marchar.

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⏰ Última actualización: Nov 03 ⏰

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Kimi Kara Tōku Hanarete (Susurros de un amor silencioso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora