espinas en el corazón

456 33 3
                                    

Izuku despertó esa mañana con el mismo peso insoportable en el pecho, como si un enjambre de espinas lo apuñalara desde dentro. Cada respiración era una lucha; cada pensamiento sobre Katsuki Bakugo era una puñalada. Sabía que su vida estaba en peligro, pero ¿qué podía hacer? Cada día que pasaba, cada mirada furtiva a Bakugo, cada palabra sin decir lo acercaba un paso más al borde de un abismo invisible.

El miedo lo acompañaba mientras se alistaba para otro día de entrenamiento en U.A. Las palabras que había leído sobre su enfermedad resonaban en su mente: “Si no liberas tus sentimientos o encuentras reciprocidad, la enfermedad se profundizará hasta ser mortal.” Las posibilidades lo paralizaban, y el dolor en su pecho era un recordatorio constante de su condición.

Al llegar al gimnasio de entrenamiento, Izuku ya estaba cansado. No había dormido bien, y el simple esfuerzo de caminar hasta allí lo había dejado sin aliento. A pesar de todo, sonrió a sus amigos, tratando de disimular su fatiga. Los demás parecían no notar nada extraño, pero, al otro lado del gimnasio, Bakugo no apartaba su mirada de él.

Desde el primer momento, Bakugo había notado que Izuku parecía más lento, como si una sombra invisible lo arrastrara. Observaba cada uno de sus movimientos con ojos críticos, y su ceño se fruncía cada vez más. Sin embargo, en lugar de acercarse para preguntar, decidió enfrentarlo de su manera habitual.

—¡¿Qué diablos te pasa, Deku?! —gritó Bakugo, acercándose a Izuku con los ojos entrecerrados y una expresión de desaprobación evidente—. ¡Estás lento y eres un estorbo! ¡Ni siquiera pareces estar esforzándote!

Izuku, con el pecho ardiendo, levantó la mirada y trató de responder con una sonrisa, a pesar de sentir el peso en su corazón aplastarlo aún más. Sabía que Bakugo no sabía cómo expresar su preocupación, pero eso no hacía que sus palabras dolieran menos.

—Lo… lo siento, Kacchan. Estoy… estoy un poco cansado hoy, eso es todo —respondió Izuku, tratando de sonar convincente.

—¿“Un poco cansado”? ¿Es eso una excusa? —Bakugo le lanzó una mirada furiosa, acercándose aún más—. ¡No necesito escucharte decir que estás cansado! ¡Si no estás al nivel, entonces salte de aquí y déjanos en paz!

Cada palabra de Bakugo era como una espina que se clavaba más y más en el corazón de Izuku. El dolor en su pecho aumentó, y antes de poder controlarlo, un espasmo recorrió su cuerpo. Tosió, tratando de detenerlo, pero el impulso fue más fuerte que él. Sin poder contenerlo, se inclinó hacia adelante, cubriéndose la boca mientras el dolor se intensificaba.

Un par de pétalos rojos manchados de sangre cayeron en su mano, ocultos del resto de sus compañeros. Izuku los miró con horror, y rápidamente trató de disimularlos, limpiándolos en su uniforme antes de que alguien pudiera notarlo. Su respiración era irregular, pero aún así, intentó levantar la cabeza y fingir normalidad.

Bakugo lo miró con desaprobación. No había visto los pétalos ni la sangre, pero era evidente que algo andaba mal. Sin embargo, en lugar de expresar preocupación, su frustración y confusión lo llevaron a intensificar sus críticas.

—Eres un maldito inútil, Deku. Siempre has sido débil, ¿y ahora ni siquiera puedes aguantar un simple entrenamiento? —Las palabras de Bakugo eran duras, pero en el fondo, había algo más: una mezcla de frustración e impotencia que él mismo no entendía. Ver a Izuku tan débil le provocaba una rabia que no podía explicar.

Izuku cerró los ojos, sintiendo cómo su pecho se oprimía aún más. La respiración le fallaba, pero no quería dejar que Bakugo lo viera así. No quería que nadie viera su debilidad. Aunque sabía que Bakugo no tenía idea de lo que estaba pasando, las palabras de su amigo resonaban en su mente, alimentando aún más el dolor.

El entrenamiento continuó, y a medida que las horas pasaban, Izuku sintió cómo sus fuerzas disminuían rápidamente. A cada momento que Bakugo le gritaba o lo empujaba a mejorar, su pecho se sentía más pesado, como si un puñado de espinas invisibles estuviera creciendo dentro de él, perforando su corazón.

Finalmente, el entrenamiento terminó, y todos comenzaron a dispersarse. Izuku se dirigió a los vestidores, sintiendo que apenas podía sostenerse en pie. Al llegar, se dejó caer en el banco y respiró hondo, tratando de calmarse. La soledad de la habitación le permitió finalmente liberar el dolor acumulado. Al soltar un suspiro, se llevó la mano al pecho, intentando detener los espasmos que amenazaban con volver.

Sin poder contenerlo, Izuku comenzó a toser nuevamente, y esta vez, los pétalos salieron con más intensidad, cubiertos de sangre fresca. Se inclinó hacia adelante, sintiendo que la sangre quemaba en su garganta y el pecho. Los pétalos cayeron al suelo, formando un pequeño montón rojo que reflejaba su dolor interno. La sensación de ahogo se intensificó, y por un momento, pensó que iba a desmayarse.

Justo en ese instante, la puerta de los vestidores se abrió, y una figura familiar entró. Bakugo había notado que Izuku se había apartado del grupo con una rapidez inusual, y en lugar de simplemente ignorarlo como siempre, la preocupación lo empujó a seguirlo. Al cruzar la puerta y ver a Izuku inclinado sobre el suelo, tosiendo y cubierto de manchas rojas, su primera reacción fue de incredulidad.

—¿Deku? ¿Qué demonios…? —Bakugo se detuvo, sus ojos se fijaron en los pétalos de sangre en el suelo. La visión lo paralizó por un momento. Había algo profundamente perturbador en la escena frente a él.

Izuku levantó la mirada, sus ojos cansados y llenos de desesperación al darse cuenta de que Bakugo había presenciado su momento más vulnerable. No quería que lo viera así, no quería que Bakugo entendiera la profundidad de su dolor. La humillación lo invadió, y rápidamente trató de limpiar los pétalos, pero el daño ya estaba hecho.

—No… no es nada, Kacchan —intentó decir, su voz temblando mientras ocultaba los pétalos en su mano—. Solo… solo un poco de tos.

Bakugo no se movió, su expresión de desprecio habitual reemplazada por algo desconocido. Pero en lugar de mostrar compasión, reaccionó como siempre lo hacía, ocultando su confusión tras una fachada de agresividad.

—¡Deja de fingir, Deku! —le gritó—. ¡Si hay algo que te está debilitando, no tienes derecho a esconderlo! ¡Eres un estúpido por intentar entrenar en ese estado!

Izuku solo pudo bajar la mirada, el dolor en su pecho intensificándose al sentir la incomprensión de Bakugo. Quería gritarle la verdad, decirle que era su amor no correspondido lo que lo estaba matando, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas.

Bakugo, frustrado y confuso, se dio la vuelta y salió del vestuario, dejando a Izuku solo. A pesar de su enojo, no pudo evitar sentir una incomodidad persistente. Algo estaba mal, y aunque intentaba convencerse de que no le importaba, sabía que Izuku estaba escondiendo algo serio.

Mientras la puerta se cerraba, Izuku se dejó caer de rodillas, una última ráfaga de pétalos escapando de su garganta. Apretó los puños, jurándose a sí mismo que debía ser más fuerte, que debía soportar el dolor, incluso si eso significaba continuar ocultando su sufrimiento.

Flores de sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora