Espinas de duda y miedo

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Bakugo no podía dejar de pensar en lo que había visto en el hospital. La imagen de Deku, tan frágil, con los labios teñidos de sangre y esos pétalos descoloridos entre sus manos, no dejaba de atormentarlo. Se odiaba a sí mismo por la manera en que lo había tratado, pero el orgullo y el miedo seguían impidiéndole aceptar lo que sentía. Una parte de él estaba convencida de que esos sentimientos no tenían sentido, que el amor era una debilidad que solo traía problemas y que no había lugar para algo así en su vida. Sin embargo, cada vez que intentaba convencerse de ello, un dolor sordo en el pecho lo traicionaba.

Aquella noche, tumbado en su cama, Bakugo miraba al techo, repasando una y otra vez cada palabra que le había dicho a Deku. Se daba cuenta de que había actuado de forma impulsiva, de que había lastimado a alguien que, en el fondo, significaba más de lo que quería admitir. Pero la idea de aceptar esos sentimientos lo aterraba. ¿Amar a Deku? Solo pensarlo lo llenaba de incertidumbre y confusión. ¿Qué dirían los demás? ¿Qué significaría eso para él?

Con el ceño fruncido, se levantó de la cama y se dirigió al balcón, donde el viento nocturno le ofrecía un poco de claridad en medio de su confusión. El brillo de la luna se reflejaba en la ciudad, y, sin quererlo, se encontró pensando en cómo siempre había percibido a Deku: como el obstáculo que tenía que superar, el rival que debía aplastar. Pero ahora… ahora lo veía de una forma completamente diferente, como si, en lugar de ser el enemigo, fuera alguien que debía proteger.

En ese momento, sintió un impulso de volver al hospital, de disculparse y decirle que todo iba a estar bien. Pero algo lo detuvo. El miedo a admitir lo que sentía y a enfrentar la posibilidad de perderlo de verdad. Ese temor lo mantenía atrapado, haciéndole pensar que quizás era mejor seguir como estaba, fingiendo desprecio y negando sus sentimientos.

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Mientras tanto, en el hospital, Izuku se encontraba en un estado cada vez más delicado. La enfermedad avanzaba sin piedad, y su piel se volvía más pálida y fría con cada día que pasaba. Los médicos habían comenzado a hablarle de una posible operación para remover la "flor de sangre" de su sistema, un procedimiento complicado que podría salvar su vida, pero que también eliminaría los sentimientos que lo habían llevado a desarrollar la enfermedad. Era una elección difícil, casi imposible para él.

Izuku, en medio de su debilidad, se encontraba atrapado en un conflicto interno. Sabía que aceptar la operación significaba renunciar a sus sentimientos, dejar de amar a Bakugo, y esa idea le resultaba insoportable. Amarlo, aunque fuera en silencio y sin ser correspondido, era parte de él, una parte que no quería perder, sin importar cuánto dolor le causara. Sabía que este amor era el origen de su sufrimiento, pero también era lo que le daba fuerzas, lo que le hacía sentir que, de alguna manera, su vida tenía sentido.

—No quiero… olvidarlo —susurró para sí mismo una noche, mientras observaba la luna a través de la ventana de su habitación. Su voz era apenas un murmullo, y su corazón latía débilmente, pero cada palabra que pronunciaba estaba cargada de una determinación silenciosa—. No quiero renunciar a lo que siento por él… No importa lo que me pase.

En los días que siguieron, el equipo médico y sus amigos intentaron convencerlo de que se sometiera a la operación. Todos lo miraban con preocupación, especialmente Uraraka y Todoroki, quienes le hacían visitas frecuentes para darle ánimo y apoyo. Sin embargo, Izuku, aunque agradecido, se mantenía firme en su decisión de no operarse. Aunque la enfermedad lo estuviera matando, el amor que sentía por Bakugo era lo único que lo hacía sentir verdaderamente vivo.

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Bakugo, por otro lado, se encontraba en una especie de tormento emocional. A pesar de sus esfuerzos por ignorar la situación, cada vez se daba más cuenta de que sus sentimientos hacia Deku eran más profundos de lo que jamás habría imaginado. Comenzó a recordar todos los momentos que habían compartido juntos, desde los enfrentamientos en la escuela hasta los entrenamientos en los que, aunque en competencia constante, se inspiraban mutuamente para superarse.

Sin embargo, esos pensamientos solo aumentaban su frustración. ¿Por qué tenía que ser tan complicado? ¿Por qué alguien tan insignificante como Deku, que siempre había considerado inferior, lograba desestabilizarlo de esa forma? Se sentía atrapado en una espiral de emociones contradictorias, y, al no saber cómo manejarlas, su ira se volvía aún más intensa.

Una tarde, sin poder soportar más esa angustia, decidió volver al hospital. Caminó rápido por los pasillos, con la mandíbula apretada y el rostro tenso. Al llegar a la puerta de la habitación de Izuku, se detuvo unos segundos, intentando calmar su respiración acelerada. Estaba a punto de entrar cuando escuchó la voz de Uraraka desde adentro.

—Izuku, deberías pensarlo bien. Esta operación podría salvarte la vida. No queremos perderte, por favor… —decía ella, con un tono de súplica en su voz.

Izuku respondió en un murmullo, apenas audible.

—Lo sé, Ochako. Pero… no puedo dejar de amarlo. Si me opero, si me quitan esto, sería como si una parte de mí muriera de todas formas.

Bakugo, desde la puerta, sintió cómo sus palabras lo atravesaban como una daga. ¿Izuku estaba dispuesto a morir por amor? ¿Por él? La intensidad de esos sentimientos era algo que no podía comprender del todo. En su mente, el amor siempre había sido una debilidad, un obstáculo para la grandeza, pero en ese instante, se dio cuenta de que para Izuku, el amor era su mayor fuerza. Y, de algún modo, eso lo conmovió profundamente.

Finalmente, entró a la habitación, su rostro serio y su mirada dura, aunque en el fondo estaba luchando por controlar la avalancha de emociones que lo invadía.

—Deku, ¿eres idiota o qué? —soltó de inmediato, intentando ocultar su nerviosismo con un tono de desprecio—. ¿Prefieres morirte solo por no querer olvidarme? ¿Qué clase de lógica ridícula es esa?

Izuku, sorprendido al verlo allí, lo miró con una mezcla de tristeza y ternura. Se sentía débil, agotado, pero la presencia de Bakugo, aunque fuera para reprenderlo, le daba un extraño consuelo.

—No lo entenderías, Kacchan… —respondió con voz suave, apenas audible—. Para mí, el amor no es una debilidad… Es lo que me mantiene de pie. No quiero olvidarte, no quiero borrar lo que siento… incluso si eso significa… que no me quede mucho tiempo.

Bakugo frunció el ceño, incapaz de procesar lo que estaba escuchando. Se acercó a Izuku, con las manos apretadas en puños y la mirada llena de furia, aunque en su interior sentía algo completamente diferente. Ver a Izuku en ese estado, tan decidido a morir por lo que sentía, lo hacía sentir impotente y vulnerable, dos emociones que odiaba con toda su alma.

—Eres un idiota, Deku —repitió, su voz apenas un susurro. Pero esta vez, en sus palabras no había desprecio, sino una mezcla de miedo y desesperación que él mismo no podía entender—. ¡Deja de actuar como si esto fuera una novela trágica y empieza a luchar por tu vida! Nadie te pidió que hicieras esto, ¡nadie quiere que te mueras por una tontería!

Izuku sonrió débilmente, como si las palabras de Bakugo, por más duras que fueran, le dieran un poco de paz.

—Lo siento, Kacchan… Pero no puedo cambiar lo que siento. No importa lo que digas o hagas, siempre te voy a amar. Y si eso significa que me quede poco tiempo… entonces quiero pasar ese tiempo siendo fiel a lo que siento.

Bakugo apretó los dientes, incapaz de soportar más. Dio un paso atrás, tratando de recomponerse, y sin decir nada más, salió de la habitación. Sus pasos resonaban en el pasillo vacío mientras se alejaba, con el corazón latiendo desbocado y el pecho ardiendo de dolor. No podía aceptar que Izuku estuviera dispuesto a morir solo por amarlo, pero aún menos podía aceptar que él mismo comenzaba a sentir algo similar.

Aquella noche, Bakugo no durmió. La idea de perder a Izuku lo atormentaba, y se dio cuenta de que, por más que intentara negarlo, ese miedo a perderlo era algo que ya no podía ignorar.

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