Flores

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La situación de Izuku se había vuelto insostenible. Los ataques de tos y los pétalos ensangrentados ya no podían ser controlados, ni siquiera por las medicinas. Sus labios, pálidos y resquebrajados, apenas podían esbozar una sonrisa, y su piel había perdido toda su vitalidad. Cada día que pasaba, parecía un poco más desgastado, como si el amor no correspondido que sentía lo consumiera desde dentro.

Finalmente, después de un colapso particularmente severo en el que comenzó a toser violentamente, llenando sus manos de pétalos teñidos de un rojo profundo, los médicos no tuvieron otra opción que internarlo de nuevo. La noticia recorrió rápidamente los pasillos de la escuela, y sus compañeros, aunque sabían que su condición era delicada, no podían evitar sentirse impactados por la gravedad de la situación.

Bakugo se enteró de la hospitalización de Izuku de la peor manera: en medio de una clase. La noticia lo descolocó, pero en lugar de mostrar preocupación, su reacción fue de rabia contenida. Se levantó bruscamente de su asiento, ignorando las miradas de los demás, y salió del salón sin decir una palabra. La furia en su mirada era evidente, y nadie se atrevió a detenerlo.

Horas después, Bakugo llegó al hospital, caminando con pasos firmes y decididos por los pasillos. Se sentía invadido por una mezcla de emociones contradictorias que lo llenaban de ira y frustración. ¿Por qué Deku no había intentado cuidarse? ¿Por qué insistía en poner su vida en riesgo solo por un sentimiento? ¿No entendía que estaba destruyéndose lentamente?

Cuando llegó a la habitación de Izuku, abrió la puerta con un empujón, entrando sin previo aviso. Izuku, recostado en la cama, levantó la vista al escuchar el sonido, y sus ojos se encontraron con los de Bakugo. Había una expresión de sorpresa y esperanza en su rostro, pero también de agotamiento. Estaba tan pálido que parecía desvanecerse en las sábanas blancas de la cama.

Bakugo avanzó hasta quedar frente a él, con los puños apretados y la mandíbula tensa.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo, Deku? —le espetó con voz dura, aunque un leve temblor delataba la tensión en su interior—. ¿Te parece divertido andar jugando con tu vida? ¿Acaso eres tan débil que prefieres rendirte?

Izuku lo miró, visiblemente afectado por sus palabras, pero trató de mantenerse firme, aunque su voz salió débil y entrecortada.

—No… No quiero rendirme, Kacchan —murmuró, apenas audible—. Yo… simplemente no puedo controlar esto. No elegí sentirme así…

Bakugo apretó los puños aún más, sintiendo cómo una ira inexplicable se apoderaba de él. Sabía, en el fondo, que esa rabia no estaba dirigida a Deku, sino a él mismo. Se odiaba por no saber cómo reaccionar, por no poder admitir lo que sentía realmente. Pero en lugar de enfrentar esos sentimientos, los transformó en reproches.

—No me importa lo que sientas —le dijo, su voz cargada de desprecio—. No tienes derecho a ponerte en esta situación, a causar problemas a todos por tus sentimientos estúpidos.

Izuku bajó la mirada, sintiendo que las palabras de Bakugo se clavaban en su pecho como cuchillas. Aunque trataba de resistir, su cuerpo estaba tan débil que el dolor emocional parecía intensificar su sufrimiento físico.

—Lo siento, Kacchan —susurró, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. No quería que esto pasara, no quería ser una molestia para ti… ni para nadie.

Bakugo, al escuchar el tono quebrado de Izuku, sintió un destello de culpa en su interior, pero su orgullo lo hizo ignorarlo. No podía aceptar que esas lágrimas, esa fragilidad, le afectaban tanto. Miró a Izuku con una mezcla de ira y confusión, sin poder comprender por qué la situación le provocaba tanto malestar.

—Pues si no quieres ser una molestia, entonces lucha para mejorar —le dijo fríamente—. Deja de actuar como si te fueras a morir solo porque tienes sentimientos. Esto es ridículo, Deku.

Izuku cerró los ojos, sintiendo que su corazón latía con fuerza, y un nuevo ataque de tos lo invadió. Esta vez, los pétalos que surgieron de su boca estaban empapados de sangre, y sus manos temblaban mientras trataba de controlarse. La respiración se le entrecortaba, y el dolor en su pecho parecía más fuerte que nunca.

Bakugo lo miró, horrorizado por la escena, pero en lugar de acercarse para ayudarlo, retrocedió, como si la visión de Izuku en ese estado le resultara insoportable.

—Tch. Eres… patético —murmuró, aunque su tono ya no tenía la misma firmeza de antes. Sin embargo, antes de que pudiera cambiar de opinión, dio media vuelta y salió de la habitación, dejando a Izuku solo.

Cuando la puerta se cerró tras él, Izuku sintió cómo el peso de las palabras de Bakugo lo aplastaba. Sabía que Bakugo era incapaz de expresar sus sentimientos abiertamente, pero aún así, escuchar esas palabras de su boca, en ese momento de vulnerabilidad, le dolió más de lo que podía soportar. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, mezclándose con los restos de sangre en sus labios.

En el pasillo, Bakugo se detuvo, apoyando la espalda contra la pared y mirando al techo con frustración. Sabía que había sido cruel, que había dicho cosas que probablemente estaban lejos de lo que realmente sentía. Pero el miedo a perder a Deku, sumado a su incapacidad para lidiar con sus propios sentimientos, lo hacían reaccionar de la peor forma.

Pasaron unos minutos antes de que se diera cuenta de que, por primera vez en su vida, no sabía qué hacer. Su orgullo le impedía volver atrás y disculparse, pero el dolor en su pecho al recordar la imagen de Izuku tan débil y herido no le permitía seguir adelante. En el fondo, entendía que el problema no era Deku, sino él mismo.

Al final, decidió alejarse del hospital. Necesitaba tiempo para pensar, para entender lo que realmente quería. Pero conforme se alejaba, el sentimiento de vacío en su pecho aumentaba, y comenzó a preguntarse si realmente podría dejarlo así.

Izuku, en la habitación, permaneció en silencio, sintiendo que el peso de su enfermedad y el rechazo de Bakugo lo ahogaban más que nunca. Sabía que no podía forzar los sentimientos de nadie, y había asumido que el rechazo de Bakugo era inevitable, pero no podía evitar sentir que cada palabra dura que él le había dicho era como una sentencia.

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