Prólogo

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— Bien... Chi te veo mañana— se despedía Krystel McCall, amiga de Rachel Steven (Chi).

Rachel hasta ese mismo entonces no lograba entender de donde había sacado la rubia ese apodo; sin embargo, hacerle más cuestiones a su mejor amiga era un caso perdido.

— ¡Hasta mañana! — Dijo ella, mientras agitaba la mano y se perdía entre la multitud universitaria.

Ella caminó sonriente, pues hoy había sido uno de esos días en el que "Podía repartir besitos por toda la Universidad", como lo decía cuando su día era impecablemente bello, como hoy; mejor dicho, como hasta este preciso segundo.

Aún con la sonrisa en el rostro, Rachel se dirigía hasta la estación de bicicletas, se preguntarán ¿cómo una universitaria en su último año de carrera, podría tener como vehículo una bicicleta? No todos los días de su vida ella anduvo con una bicicleta como transporte; hasta hace unos tres meses, aproximadamente, tuvo que vender su preciado auto, para pagar una pequeña parte de la deuda que su madre le dejo como herencia al morir. Pero, ella estaba más que acostumbrada a su vida, así que no le costó mucho tiempo adaptarse a las miradas de los alumnos y demás, al utilizar una bicicleta.

Ya había llegado hasta el lugar. Se puso de en cuclillas para así abrir, con la llavecita, el pequeño seguro que tenía su bicicleta; después de este acto se puso de pie, para montarse en él, pero la llavecita cayó o, mejor dicho, esta salió disparada; como acto inconsciente fue a recogerlo y al ponerse de pie tenía a lo que, al menos por hoy, rogaba por no ver, esos dos hombres que habían hecho que remate su auto e intentaban que hiciera lo mismo con su departamento, pero no lo conseguirían, no si lo podía impedir; o al menos eso pensaba.

Y... ¿Por qué debía tanto? En realidad, ella seguía pagando "el interés" que su madre, en un acto desesperado, solicitó años atrás. La deuda no era mucha, sin embargo, ellos subían el interés cada vez que ya estaba por completar el monto adeudado; utilizaban la misma técnica desde hace dos años atrás, después de un año del fallecimiento de su querida madre. Steven nunca se quejó, pues sabía que su madre había sufrido demasiado y aún más con la deuda que recaía, para ese entonces, solo en ella.

— Te estábamos esperando... — Sonrió, el hombre delgado y alto, dejando ver sus dientes no tan blancos.

— Y sabes que no nos gusta esperar. — Culminó el otro, más bajo y panzón.

— Yo... — Tartamudea y se odio por hacerlo; pues, no quería que notaran que estaba asustada. Retrocedía, con cautela, mientras ellos daban pasos hacia ella— ¡Debo irme!— Gritó girándose rápidamente, lo más que podía, a su pequeña salvación, su bicicleta. Se montó en él y con toda prisa manejó cuesta abajo en un intento de no caer a la cera; ya que, estaba muy nerviosa ¿Y quién no lo estaría, si ellos la iban siguiendo?

Y así era todas las semanas, meses y todos esos dos años; ella, de vez en cuando, se preguntaba ¿porque debería correr cuando no hizo nada mal? No había cometido algún crimen o algo similar; es más, si la veías de lejos, parecía cualquier chica común, el tipo de chica que vive su vida con una sonrisa en el rostro, el tipo de chica que odiaba la hipocresía; sin embargo, la cortesía era uno de sus principios. Pero, Rachel no era una chica común. Eso es lo que, ni aún ella sabía, todavía.

Esta era su vida y tenía que encontrarle una salida, como su madre le había enseñado: "Para todo problema, siempre hay una solución, solo debes ver el problema con detenimiento, analízalo y obtendrás un resultado. No te cierres en tus emociones, pequeña. ¡Se fuerte!", eso es lo que siempre se repetía así misma.

Ahora, las palabras de su madre; era lo único a que aferrarse. Sería fuerte, se lo había prometido. Se lo debía.

Venga lo que venga.

Viviendo con un vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora