In'kō Pt.2

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El hacedor, con los huesos apartados para trabajar con ellos, arrojó los restos del tanuki por una puerta corrediza, provocando la aparición de pasos rápidos. Recogieron las sobras sin salir de las sombras y cerraron la puerta. Únicamente se escuchó cómo comían, igual a aves carroñeras y despiadadas.
Kyoko y yo nos sentamos bajo el mostrador. Ella se adhería más talismanes a su cuerpo, ya que, poco a poco, su piel se iba quemando por el aire caliente, creando marcas y a su alrededor abundaba el aura rojiza y anaranjada típica de las llamas. Vi con asombro que su cabello colorido se desvanecía, dejando ver un tono oscuro. Ella reaccionó con indiferencia

  —¿Pensabas que el azul era mi color natural? —alzó una ceja y apoyó su mejilla en la mano.

  —Ni siquiera pensé en una opción u otra, simplemente lo dejé pasar —respondí con calma, estirando las piernas—. El negro te queda mejor... a mi parecer; refuerza tu imagen de mujer previsora y asertiva.

Ella se recargó en la pared de madera y analizó el cielo. El in'kō era un lugar inquietante, sombrío en el sentido literal de la palabra y peligroso si otros profanados llegaran a vernos, pero era sereno. Estábamos bajo la protección del hacedor de máscaras, alejados del entorno terrenal y por ende, de nuestros problemas. Estar aquí se siente revelador; por fin dejé de pensar en lo que ocurriría allá afuera. Ahora nuestra única preocupación es sobrevivir y cómo salir. ¿Podemos salir, en primer lugar? Kyoko debe saber.

  —El mundo real es tan abrumador que preferiríamos el caos para sentirnos en paz. Lo que está allá afuera no lo podemos controlar en absoluto, pero aquí, al menos, podemos decidir a dónde queremos llegar —reflexionó, sus ojos azules ligeramente iluminados por las lámparas rojas.

  —Concuerdo. Tuve que superar el matrimonio forzado, la amenaza inminente de Tamamo, y que mi padre haya descubierto que estoy con Jin...

  —¡¿Estás con quién?! —interrumpió, sorprendida.

  —Además de que ahora, al volver a la aventura, no puedo tocar música tanto como quisiera —continué—. Creo que el koto era de las pocas cosas que podía controlar y me hacía sentir libre. Pero entiendo que hay deberes y responsabilidades. Quiera o no, me necesitan y no tengo derecho a quejarme porque lo hago por el bien de todos. Lo aprendí hace mucho.

  —Lo noté al ver tus ojos la primera vez. Ese suceso en Edo me cambió en cuanto te vi. Noté al instante que estabas maldecido por Orochi y estoy segura de que estabas paralizado del miedo por el profanado. Sin embargo, pude notar que, a pesar de tu expresión confusa y arrepentida, seguiste adelante —sonreí.

  —De todos modos, he creído que es malo imponer las expectativas ajenas sobre las tuyas y satisfacer lo que se esperaba de mí. No obstante, también sería egoísta enfocarme en mis propios deseos. Presiento que no existe el equilibrio de vivir para uno mismo y los demás —añadí, mirando el cielo negro.

Ella recargó su mejilla sobre mi hombro, cerró los ojos y respiró hondo; parecía estar en armonía con su condición, cada vez más relajada

  —Necesitaba este momento de paz con alguien en quien pueda confiar. No nos conocemos mucho, sin embargo, gracias a mi poder e intuición, sé que tú y yo somos diferentes, pero complementarios —suspiró.

Decidí contarle sobre mi pasado: la muerte de mi verdadera madre, el abandono de mi padre, mi trabajo como purificador, la pérdida de Aiko. Ella se mostró empática y conmovida

  —Confías muy fácilmente, Keitaro, pero sabes elegir a las personas —sonrió levemente—. Entonces déjame contarte que yo siempre tuve mi poder clarividente. A diferencia de ti, crecí en un hogar humilde, donde caminar kilómetros para conseguir agua era común, solo teníamos dos atuendos de ropa, como mucho. Desde que tengo memoria, me han dicho que mis ojos azules indicaban algo especial y así fue. Al principio, mi poder servía para prever buenas cosechas, fenómenos naturales que afectarían a la villa y asuntos personales dignos de una profetisa ordinaria. Cuando tenía trece años, ya ganaba bastante dinero. Mis padres, al ver esto, decidieron venderme al emperador; en el palacio, alguien con mi habilidad sería bien recibida y ellos esperaban recibir algo a cambio. Fue el trueque más breve que he conocido... pero dolió. Yo solo valía unas pepitas de oro a los ojos de mis padres, quienes me olvidaron después de eso, y por supuesto, nunca recibieron las ganancias que esperaban.

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⏰ Última actualización: Nov 05 ⏰

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