Tres veces donde Megumi rogó por ayuda, una donde Dios contestó a su llamado.
"Debes estar loco para pedir eso, pequeño humano".
El Dios dijo por primera vez contestando a su llamado.
"Lo estoy después de que no contestaras estos años, querido Dios"...
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El primer llamado a Dios que hizo Megumi desearía haber sido por algún regalo, algún deseo feliz sin embargo fue un corto "Ayuda". No deseaba un conocido juguete, dulces o algo parecido a sus ocho años, deseó ayuda para ser libre, porque no entendía que tenía de malo tener a un padre que si bien no se ganaba la vida de la mejor manera hacia lo posible.
"Dios, por favor ayúdame". Lloró a sus ocho años de pura impotencia de no poder hacer nada, no podía ayudar a su padre y no podía deshacerse de todos aquellos que lo molestaban, Megumi no podía hacer nada esa vez.
Sus manos ensangrentadas en el suelo lastimadas, sus ojos llorosos qué parecían esmeraldas deslumbrantes, sus pómulos hinchados, sus adoloridas piernas y costillas, su estómago revuelto. Su cabello soltaba gotas tras gotas de agua mezclandose con sus lágrimas, con la ropa sucia caminó hacia su hogar, su mochila empapada de agua del río, sus manos con raspones qué adolorida las palmas sin embargo aún con hematomas uno más grave qué el otro caminó a su casa, esperando no ver a nadie en el camino que fingiera preocuparse por él.
Llegó sintiendo el ambiente extremadamente frío, no entendía el porqué hacía más frío de lo usual. A pesar de sus heridas en el frágil cuerpo corrió de un lado a otro buscando a su padre, no le importaba ser regañado por traer la mochila empapada o golpes, no le importaba si encontraba a su padre, porque era lo único que Megumi a sus ocho años tenía. Su única familia, su único apoyo, su única persona la cual no fingía preocuparse y si lo hacía de manera genuina.
Fue la primera vez que gritó exhaustivo "¡Dios, por favor ayúdame!". Rogó una y otra vez en voz alta y en sus pensamientos, sin embargo no fue escuchado por aquella divinidad quien se sentía curioso por las palabras de Megumi hacia él.
Megumi no supo que pensar, no supo que decir, no supo que hacer, no supo reaccionar cuando vió el gran cuerpo inmóvil de Toji Fushiguro, su padre. Estaba helado y no transmitía la calidez qué siempre sentía al llegar a su hogar, ahora su hogar era una solitaria casa sin su padre. Fue la primera vez que Megumi llamó a Dios. Y fue la primera vez que fue ignorado por éste.
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