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Yuna y Yoongi caminaban juntos de regreso a casa, un ritual que se había vuelto tan natural como el respirar. Cada tarde, después de clase, él la esperaba en la salida de la escuela con ese medio sonrisa que siempre la hacía dudar de si sonreía de verdad o solo porque estaba acostumbrado a hacerlo para ella. Hoy, sin embargo, había algo en el aire. Yuna lo sentía en cada paso, en cada mirada que Yoongi le lanzaba de reojo.

Mientras avanzaban, Yuna trataba de recordar cuántas veces había intentado, sin éxito, romper esa conexión que se aferraba a ella como una segunda piel. Si tan solo Yoongi no fuera tan... él. Podía haber sido cualquiera, pero tenía que ser Yoongi, el chico que la entendía como nadie, quien lograba hacerla reír con sus ocurrencias y quien siempre tenía un comentario irónico a la mano.

—¿Y si probamos el atajo por la calle del parque?— sugirió Yoongi, rompiendo el silencio.

Yuna asintió distraída, aún absorta en sus pensamientos. El parque, que de niños había sido su sitio de aventuras, ahora era el lugar que ella evitaba porque era allí donde cada rincón le susurraba recuerdos. Recuerdos de ellos, de Yoongi y Yuna, riendo y corriendo sin preocupación.

—Estás muy callada hoy—comentó Yoongi, girándose para mirarla con una ceja alzada.

—Solo estaba pensando... en cómo todo cambia, ¿no crees?—respondió ella, tratando de mantener la voz neutra.

—¿Cambios, eh?— dijo él, mirándola con una intensidad que hizo que su corazón latiera un poco más rápido. —Bueno, tal vez no todo cambia... Tú sigues siendo la misma, Yuna, con tus pensamientos profundos y tus quejas eternas. Y yo, el mismo Yoongi, el que te soporta.

—Ja, ja— respondió ella, rodando los ojos. Pero, a pesar de su intento de mostrarse indiferente, no pudo evitar que su boca se curvase en una sonrisa. Y ahí estaba otra vez: esa facilidad con la que él la hacía sonreír. Otra razón más para querer odiarlo.

Cuando llegaron al parque, Yuna observó el columpio donde solían sentarse de niños, compartiendo secretos y sueños. Ella quiso preguntarle si alguna vez había tenido un sueño imposible, algo que quisiera con todas sus fuerzas y, sin embargo, se negase a admitir. Pero, al mirarlo, supo que nunca se atrevería a confesarlo. El riesgo de que él descubriera sus sentimientos era demasiado.

En un impulso, Yoongi la agarró de la mano y la llevó hacia el columpio.

—Vamos a sentarnos, ¿te acuerdas de cuando veníamos aquí y jugábamos a adivinar en qué seríamos expertos de grandes?— dijo, con una sonrisa nostálgica.

—Si... —Sin nada mas que decir, Yuna, se columpio.

Sentados en el columpio, el aire estaba cargado de una mezcla de nostalgia y algo más, algo que ninguno de los dos quería nombrar. Yuna jugaba nerviosamente con los dedos mientras miraba sus pies, balanceándose ligeramente. Yoongi, en cambio, la observaba en silencio, como si estuviera tratando de entender algo que ella nunca había querido que descubriera.

—¿Te acuerdas cuando solíamos venir aquí y jugar a hacer promesas?— preguntó Yoongi, rompiendo el silencio.

Yuna asintió, recordando claramente las promesas que se hicieron de niños, pequeñas y a la vez enormes: que siempre serían amigos, que nunca se dejarían solos y que, pasara lo que pasara, siempre estarían ahí el uno para el otro.

—Recuerdo una en particular—añadió él, mirando hacia el cielo, pensativo. —Esa vez que prometimos que siempre seríamos sinceros, aunque doliera.

La voz de Yoongi era tranquila, pero había un brillo en sus ojos que hizo que Yuna desviara la mirada. Esa promesa... era la misma que ahora la hacía sentirse atrapada. ¿Qué tan sincera podía ser sin arruinarlo todo?

—Sí... supongo que a veces es más fácil decirlo que hacerlo— dijo ella en voz baja.

Él se inclinó hacia ella, como si estuviera buscando algo en su expresión. 

—¿Yuna? ¿Hay algo que quieras decirme?

Yuna sintió su corazón latir con fuerza. Era tan típico de Yoongi notar cada cambio en ella, incluso las cosas que intentaba esconder. Pero, esta vez, no estaba preparada para admitirlo. ¿Cómo podría decirle que el verdadero problema era él? ¿Que su presencia la desestabilizaba, que sus gestos le hacían querer estar más cerca de lo que una amiga debería?

—N-no, nada," respondió rápidamente, negando con la cabeza. Intentó sonreír, pero la expresión preocupada de Yoongi la hizo tambalear. —No te preocupes por mí. Solo... he estado pensando en todo lo que está pasando.

Él asintió, aunque la seguía mirando con duda. Luego, suavemente, le tomó la mano. Ese simple gesto, tan familiar pero tan distinto, la hizo sentir una calidez que le recorrió el cuerpo.

—Yuna, pase lo que pase, sabes que siempre estoy aquí, ¿verdad?—murmuró él.

Ese "siempre" la atravesó como un rayo. Era todo lo que quería y al mismo tiempo lo que la aterrorizaba. Y era esa promesa, el saber que él estaba allí, lo que la hacía dudar de sí misma. Yuna quiso odiarlo, o al menos intentarlo. Pero, en el fondo, sabía que ese intento estaba destinado al fracaso.

—Yoongi...— comenzó ella, sin saber realmente qué quería decir. Pero él solo le dio una sonrisa cálida, sin presionarla a continuar.

Por un momento, el silencio entre ellos fue cómodo. Yuna sintió que, tal vez, solo tal vez, podía dejarse llevar un poco más, sin arruinar nada. Giró su rostro para mirarlo, y sus ojos se encontraron. Yoongi tenía esa mirada cálida, tan genuina y llena de cariño, que por primera vez en mucho tiempo la hizo sentir completamente expuesta. Era imposible odiarlo. En el fondo, sabía que no tenía remedio.

10 cosas que odio de ti ; Min YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora