Capítulo 3: Grisáceos.

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Las plantas más nobles que te salvaran la vida, florecen en invierno. Aplástalas y convierte a los grisáceos, en la poción más eficaz para dormir a los malvados.

—Manual de herbolaria Arcadiano.

La luz blanca la encegueció por un momento, cuando se acostumbró, vio la figura de Eliot abriendo la puerta. Sus botas sucias de tierra se acercaban, y pisó el charco que la rodeaba, observó cómo sus pisadas se marcaban en el líquido rojo. Espeso... La sangre comenzaba a secarse.

—Esme... —se arrodilló, su cuello seguía manchado con las marcas de sus dedos. Recordaba cómo se sintió ahorcarlo— Esme... —repitió, pero se sintió lejano, ajeno. Cuando creyó que su voz no era más que un murmullo distante, tomó su rostro, obligándola a enfocar la mirada—. Quédate conmigo, pétalo.

Fue un susurro, solo un susurro. Quería cerrar los ojos y volver a dormir, sin ser consciente de lo que le había hecho, ni de cuanto le dolía saber que la traicionó. Estaba abrumada por todo lo que sentía ¿Cómo iba a soportarlo?

—Vamos, Esme. No puedes volver a quedar inconsciente.

¿No podía? Claro que podía, él ya le había quitado demasiadas decisiones como para decirle eso y, sin embargo, Eliot se acercó y en algún punto logró enfocar su vista, observando de cerca el castaño claro de sus ojos.

Había quedado prendida de esos ojos la primera vez que lo vio, lo suficiente ingenua para confiar en él, lo suficiente idiota para enamorarse.

—¿Pétalo? Nunca antes me llamaste así...

—Estás toda manchada de rojo, y desganada... —Hablaba tan dulce, como si buscara apaciguarla.

—Soy un maldito pétalo marchito ¿Eh? —sonrió cansada—. Estabas jugando al me quiere no me quiere, y me arrancaste de la flor.

Negó: —Quiero sacarte de aquí, pero no puedo hacerlo hasta estar seguro de que tu cabeza está en orden —no estaba segura de que decir a eso, había intentado lastimarse a sí misma y luego a él— ¿Puedes recordarlo todo?

—¿Eh?

—Lo que sucedió... —seguía tocando su mentón. Un toque ligero y suave, como si temiera ejercer presión sobre su piel— Sigues diciendo que te hice esto, pero no estoy seguro de si es por rencor, o solo no sabes cómo llegaste aquí.

Tragó, sintiendo su pulso acelerarse, los nervios se encendieron, golpeándola y poniéndola alerta. Su pregunta era tan obvia, pero ni siquiera se dio cuenta de lo que no recordaba hasta que lo mencionó.

Las últimas imágenes que tenía grabadas en la memoria eran de varios días atrás, y como si se tratase de desenredar un hilo, siguió tirando de la punta.

—¿Esme? —Eliot volvía a buscar sus ojos ante el silencio. Lo miró por un largo rato, reconociéndolo, reconociéndose, entendiéndolo todo.

—Él me usó de escudo.

. Dos días atrás.

Estar yendo a su encuentro siempre se sentía como estar tirando de una fina cuerda a punto de romperse. Pero el deseo de estar junto a él siempre pesaba más que el dolor de la distancia o el miedo.

Después de algunas horas de viaje, por fin llegaba a la pequeña ciudad cerca de la frontera. Era un lugar olvidado en un día frio, pero con el sol iluminando el bosque de cerezos, Esme se adentró con el corazón latiéndole de anticipación.

Siguiendo las instrucciones de Eliot, se desvió del sendero por donde la maleza estaba más crecida, llegándole hasta la cintura.

No tuvo noción del tiempo. Así era siempre que se escapaba para verlo, perdía un poco más de su cordura pero sentía que ganaba algo más que encendía su alma.

Despues de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora