La carta

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Flor se dio vuelta en la cama por enésima vez. No podía conciliar el sueño, tenía muchas cosas pendientes en su cabeza, y como toda virginiana intensa, no paraba de darle vueltas a todo y encontrar el defecto en cualquier decisión que quería tomar. Era un gran momento en el trabajo, se le estaban abriendo muchas puertas, tenía que encargarse de muchas cosas nuevas y al mismo tiempo hacerse cargo de sentimientos nuevos que jamás creyó que le sucederían justo en este momento.

Ese era otro quilombo nuevo que su mente quería evadir, pero se pasó la noche dándole vueltas a la conversación con Momi y, aunque le costara admitirlo, sabía que quería ver a Nico y que, en el fondo, esperaba que él insistiera en preguntarle que haría después del programa y que esta vez la invite a hacer algo.
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Eran las 01:51 am y Nico, por su parte, había estado tratando de encontrar una postura cómoda para de una vez por todas dormirse, pero su mente no le daba tregua. Cerraba los ojos e intentaba pensar en todo lo que tenía pendiente para el programa, las nuevas ideas, los proyectos que lo llevaban nervioso y ansioso hace semanas... pero cada vez que su mente vagaba hacia el trabajo, la imagen de Flor aparecía como un destello involuntario, casi inevitable.

La escena volvía una y otra vez: él en el estudio, sus miradas cruzándose, y ese instante de valentía que al final no llegó.

Mientras intentaba distraerse pensando en cualquier otra cosa, la risa de Flor, su manera de apoyarse en la mesa mientras charlaban, su mirada tan fija en él... todos esos detalles parecían asomarse en su memoria sin avisar, como si algo en su cabeza se negara a dejarla fuera de sus pensamientos. Nico sabía que difícilmente lograría dormir esa noche.
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Ambos se prometieron a sí mismos que al día siguiente enfrentarían todo con claridad, pero pasaron los días y un poco queriendo, las cosas entre ellos habían quedado en pausa completamente. Había una conversación pendiente, que colgaba en el aire cada vez que cruzaban miradas.

Fue una semana muy intensa en el programa, muchos invitados importantes, armado de shows y coreografías nuevas que estaban a la cabeza de Flor, entre otras cosas de producción y números que estresaba a Nico.

Ambos parecían haberse puesto de acuerdo, sin decirlo, en volverse unos robots del trabajo más que personas, por lo menos durante esa semana. Se trataban como siempre, pero mantenían distancia y esquivaban cualquier comentario que pudiera dar lugar a una charla mas profunda.

Para ellos era una especie de mecanismo de defensa. Si lograban distanciarse emocionalmente, no tendrían que enfrentar el torbellino de sentimientos que ambos intentaban ocultar. Y así, se refugiaron en la rutina y las responsabilidades, actuando como si el otro fuera sólo un compañero más. Sin embargo, bastaba una mirada fugaz, una sonrisa accidental o un acercamiento inconsciente con el cuerpo para recordar que esa distancia era solo una fachada. Lo sabían y se notaba a kilómetros que la tensión de su última conversación aún seguía latente.

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Finalmente, llegó el sábado. Ninguno había hablado con el otro desde el último programa, aunque ambos se sorprendieron revisando sus celulares cada tanto, como esperando un mensaje que no llegaba.

Flor decidió salir a caminar para despejarse y, sin pensarlo mucho, terminó en un mercado de artesanías al aire libre. El lugar estaba lleno de colores, puestos de comida, tarot y música en vivo. El ambiente logró distraerla un poco de ese sábado solitario. Caminaba entre los puestos, mirando lo que vendían los emprendedores, libros viejos, joyas artesanales, sahumerios y cartas de tarot, hasta que algo llamó su atención. 

Justo en el puesto de enfrente estaba él: Nico, inspeccionando un vinilo antiguo con esa expresión concentrada que usaba siempre que algo lo intrigaba o interesaba. Flor se congeló, quería que la tierra la tragara pero al mismo tiempo era incapaz de apartar la mirada, porque le parecía tan sexy y a la vez le daba tanta ternura como estaba todo concentrado mirando vinilos en una feria de artesanías que incontrolablemente se mordió el labio inferior de solo verlo parado ahí.

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