Cap.9: Dario

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Era una mañana tranquila. El sol brillaba detrás de las nubes que lo cubrían mientras miraba a través de la ventana del restaurante al cielo. Estaba tomando un café temprano en la mañana, casi no había nadie, solo unas pocas personas en la cafetería. Me daba pereza prepararme mi propio desayuno hoy, así que aquí estoy ahora, tomando un espresso con un sándwich de jamón light. Una mañana perfecta, ¿Esta mañana no podría ser más perfecta? Me pregunté.

Se abrieron las puertas de la entrada del restaurante, y era como si Dios hubiera escuchado mis plegarias: por obra del destino, Kiara había venido al mismo restaurante con su hermana, Me habían dado la mejor vista de mi vida. Se me abrieron los ojos como platos cuando la vi. Estaba hermosa, aunque solo llevara una sudadera, unos vaqueros rotos y su cabello recogido en una coleta. Joder, ¿cómo era posible que una mujer se viera tan guapa? Kiara me estaba volviendo loco. Hace meses, casi siglos, que no la veía. Solo nos vimos una semana y después no nos volvimos a contactar, aunque nuestras charlas siempre duraron bastante y eventos divertidos siempre iban a quedar marcados en mis recuerdos. Quería ir a saludarla y sentir su olor a roble, ese que hacía mucho no percibía. Extrañaba el aroma de su perfume y el tacto de su piel en mis manos, pero me contuve. Volví a mis cabales y me dije a mí mismo que no debía pensar así de la amiga de mi mejor amigo, con quien casi tenía nueve años de amistad, y no quería arruinarlo todo por una chica. Pero ya era muy tarde para arrepentirse.

La observé un rato mientras pedía la comida con su hermana menor y presté suma atención a lo que pedía, quería saber qué le gustaba para, en un futuro, probablemente cercano, poder regalarle uno de esos. Este día nunca lo olvidaré por el resto de mi vida, y ni siquiera podría olvidarlo, luego aparecerá en mis sueños como un fragmento de mi vida. Decidí indagar en mis recuerdos para evitar que Kiara pensara que la estaba acosando.

Estaba sentado en la arena caliente mientras hacía castillos de arena. Los rayos del sol me pegaban fuerte en la piel, hacía mucho calor en esa época del año. Mi madre estaba leyendo una revista sentada cómodamente en una silla en Sicilia, Italia.

—Mamma, mamma, mira, hice un castillo de arena —le dije.

—Muy bien, mi niño, ven, vamos a echarte protector solar.

Salí corriendo hacia mi madre para que me pusiera protector solar, pero me tropecé. Cuando me levanté, todo estaba oscuro, no había nadie y no podía ver nada. Grité.

—Mamma, mamma, dove sei? Parlami, mamma. (Mamá, mamá, ¿dónde estás? Háblame, mamá).

No podía ver nada, todo estaba oscuro y yo estaba solo. Me senté de rodillas, miré a mi alrededor intentando ver si encontraba a alguien, pero era tan oscuro que no podía ver nada. Solo era un niño y estaba perdido. Me puse a llorar.

—Mamma —entre lágrimas, le gritaba a mi madre esperando que respondiera a mi llamado, pero no hubo respuesta.

Abrí los ojos y volví a dejar esos pensamientos atrás, esos de mi madre, que ya no estaba. Mi madre fue quien me enseñó a hablar su español nativo y ahora lo hablo con naturalidad. Cogí mi taza de café, tomé un sorbo y me acomodé en la silla cruzando mis piernas. Dirigí mi mirada hacia donde estaba sentada Kiara, que desayunaba un capuccino con una rodaja de tarta de chocolate. Me acerqué a su mesa lentamente y me puse detrás de ella, diciendo.

—Buenos días, conejita —le sonreí mientras estaba cerca de su cara. Se le puso la cara roja y su hermana se mostró desconcertada.

—Hola, Dario —me respondió firmemente e indiferente.

—Qué fría eres, Kiara. Solo quería saludarte. Es una gran casualidad que nos encontremos aquí en la mañana.

—Oh, ¿es que me seguiste hasta aquí? —me miró con una sonrisa descarada. Yo le sonreí traviesamente.

—No puede ser, porque yo estaba aquí antes de que tú llegaras.

—¿Lo puedes probar? —me miró desconfiada. Yo le sonreí.

—No, no puedo asegurártelo. Eso depende de lo que tú creas, conejita —la miré, subiendo y bajando los hombros como muestra de no saber.

—Vale —miró a su hermana, que no entendía nada de esta situación, hasta que dijo.

—Nina, él es Dario, el amigo de Allan. Creo que lo conociste en la fiesta.

—Sí, creo que lo recuerdo. Llamó la atención de toda la fiesta ese día —dijo Nina.

—Bueno, ya que nos presentamos, ¿podríamos hablar un rato, no? —cogí una silla cercana, la puse enfrente de la mesa y me senté.

Pasé el rato conversando con su hermana y riendo con ella. Parecía que nos entendíamos, casi como si fuéramos hermanos. Luego vi a Kiara, que me estaba mirando, pero cuando cruzó su mirada con la mía, giró la vista a otro lado, sus orejas estaban sonrojadas. Interesante, pensé.

Mi Imperio a tus piesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora