Cap.4: Kiara.

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Salió el sol, lo que significaba que la mañana había llegado, y a través de la ventana los rayos golpeaban mi cara. Había dormido muy bien esa noche, pero me dolía la cabeza por la resaca. Sentía mi cuerpo cómodo y notaba un calor corporal a mi lado. Espera, ¿calor corporal? Abrí los ojos repentinamente y lo vi ahí. Era Dario, que estaba durmiendo plácidamente a mi lado. Su cabello estaba alborotado y su cuerpo cerca del mío; sentía su respiración en mi piel y me sonrojé. No podía creerlo, un hombre guapo estaba acostado en mi cama, a mi lado. Mi cuerpo se tensó, y luego me di cuenta tarde de que estaba cogiendo la mano de Dario. La solté inmediatamente y seguí observando su rostro, viendo los detalles como si fuera irreal lo que estaba viendo. Me acerqué para tocarle la cara cuando él me cogió la mano para detenerme. Me congelé en ese mismo momento estando nerviosa, y él me miró fijamente y dijo.

—¿Qué intentas hacer? —preguntó.

—Oh, bueno, yo... —Me quedé sin palabras, no podía decirle lo que realmente quería hacer; definitivamente nunca lo diría.

Intenté soltarme de su agarre, pero él me sujetó más fuerte y me jaló hasta que quedé colgando encima de él. Nos miramos fijamente el uno al otro con mis piernas en cada lado de su cadera mientras él me sujetaba la mano y nuestros rostros estaban tan cerca que podía sentir su respiración en mi mejilla. Sentí cómo se me ponían los pelos de punta y un hormigueo recorrió todo mi cuerpo. Sus ojos me miraban fijamente, penetrándome con la vista hasta dejarme temblando. El aspecto frío que emanaba se sentía en toda la habitación. Entonces, tocaron la puerta. Era mi hermana, que se había levantado. Habíamos llegado muy tarde a casa y de seguro por esa razón vino a ver mi cuarto, y me levanté incómoda, abriendo lentamente la puerta para que no viera el interior de mi habitación.

—Nina, ¿qué haces levantada tan temprano? —pregunté.

—Oh, hermana, es que no te vi en todo el día de ayer y quise ver si estabas en casa —dijo, preocupada.

Suspiré.—Vale, ya estoy en casa, sana y salva.

Le revolví el cabello, como haría cualquier hermana mayor. No debería preocuparse tanto, aún era joven. Le dije que volviera a dormir, que era muy temprano, y se fue. Cerré la puerta detrás de mí y volví la mirada hacia Dario. Él me miraba fijamente, recorriendo mi cuerpo con la vista hasta detenerse en mi rostro. Me habló.

—Buenos días, conejita —dijo con una voz ronca. Su tono era suave y grave, y su mirada no se apartaba de mí.

—¿Qué haces aquí, en mi habitación y en mi cama? —pregunté de manera fría. No iba a dejarme intimidar por nadie. Era Kiara Petrov, hija de un mafioso ruso. Él suspiró.

—Bueno, estabas borracha ayer en la noche y te traje a casa. Me quedé ahí observándote un rato mientras dormías, hasta que te oí gritar. Me acerqué a ti y me jalaste del brazo y te aferraste a mí.Me ruboricé. ¿Por qué?, me pregunté a mí misma. ¿Por qué me sonrojaba por un tipo que acababa de conocer, y que además era el amigo de mi amigo? Debía estar loca. Nunca me había sucedido que alguien me atrajera tanto, así como lo hacía él. No sabía lo que sentía, pero mi corazón latía rápido como loco cuando él estaba cerca. Su mirada, su cuerpo, su rostro, su voz, todo me atraía. Él se levantó y comenzó a acercarse a mí. Yo retrocedí hasta chocar con la puerta. Estaba muy cerca de mi rostro y cerré los ojos en ese mismo momento. Él se acercó a mi oído y susurró.

—Si no te mueves, no podré salir. Su aliento era cálido, me hacía sentir que cada extremo de mi piel se quemaba.

Giró el cerrojo de la puerta. Parpadeé un par de veces y me moví. Él salió del cuarto, cerrando la puerta detrás de él. Me quedé estupefacta. Afuera del cuarto luego de que salió se escuchó un golpe en la pared, y me sobresalté, pero no le di mucha importancia, debía ser solo mi imaginación o algo así, me estoy volviendo loca cada día más.


Pasaron unos días y llegó el cumpleaños de Allan. Este año cumplía veintiocho años, y estábamos preparando una fiesta de cumpleaños para él. Su novia actual, Jane, nos ayudó a preparar la fiesta con globos y su tarta favorita: la de tres leches. Era algo sencillo, ya que a él no le gustaba nada grande ni llamativo; prefería algo íntimo con las personas más cercanas a él. Le pregunté a Jane si podía traer a mi hermana conmigo y aceptó. Estábamos esperando a que Allan llegara del trabajo y le pedimos a Jane que lo distrajera cuando llegara. Así, nosotros nos ocultaríamos para sorprenderlo.

Sonó un coche afuera de la casa y todos nos preparamos para el momento de la sorpresa. Dario aún no había llegado, venía tarde. Nos escondimos mientras Jane lo traía con los ojos tapados, y se escuchó la puerta abrirse. Todos gritaron al unísono.

—¡Sorpresa!

Allan se sorprendió y se rió. Dijo.

—Vaya, gracias por la sorpresa.

—Espero que te haya gustado —dijo Jane con una sonrisa.

—Claro, me encanta —dijo Allan, mientras le plantaba besos en la mejilla a Jane—. Bueno, es mi fiesta, ¡a disfrutar!

Así inauguró la fiesta, y todos se dispersaron. Algunos fueron a beber, otros a bailar, y algunos a charlaban, pero Dario aún no había llegado. Al cabo de un rato, se abrió la puerta del salón de la fiesta y todos prestaron atención a quien había llegado. Se llevó la atención de todos al aparecer. Llevaba un traje no muy formal ni muy informal, con unos lentes y el cabello peinado hacia atrás. Sus ojos recorrieron el lugar hasta que se fijaron en mí. Me congele. Luego, se dirigió a Allan, lo felicitó y comenzó a hablar con él. Me di cuenta de que, a veces, miraba en mi dirección, pero yo me hacía la tonta, como si no lo notara. Seguí conversando con Nina y una chica que habíamos conocido en la fiesta. Hablamos un rato de varias cosas, hasta que la chica, llamada Katherine, nos propuso tomar algo y yo acepté. Mi hermana se negó porque era menor de edad, pero Nina dijo que nos traería las bebidas y se fue. Katherine y yo seguimos conversando de cosas cotidianas y nuestras aficiones.

Mi Imperio a tus piesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora