Una Extraña Jornada

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Es Domingo y son casi las once de la mañana, mi hermano Luis me está esperando en su casa para que cuide a mis sobrinos por unas horas mientras llega mi cuñada Amelia del Trabajo. Odio levantarme tarde pues odio la impuntualidad pero unos cólicos terribles me mantuvieron despierto hasta casi las seis de la mañana.

No es solamente que fueron poquísimas las horas que tuve para cabecear sino que de paso aún tengo algún resabio de dolor en el estómago.

Me levanté de sopetón y me adecenté a las carreras, y así salí, medio bañado, medio cepillado y medio desayunado. Lo primero que me encuentro en la puerta del edificio es que una señora se había desvanecido contra la puerta del edificio y la estaban atendiendo, estaban tratando de reanimarla.

La única forma de poder salir era pasarle literalmente por encima, no solo yo sino también mi bicicleta. Qué imagen más horrenda hubiese representado al saltarle por encima a la abuela de alguien desparramada en el suelo, el asunto es que voy tarde y mi hermano trabaja en un lugar en el que son puntillosos con la hora de llegar, y fue un trabajo que mi hermano buscó arduamente durante tanto que no se podía arriesgar a perderlo, al menos no por ahora. Por otro lado mis sobrinos son dos niños pequeños a los que no se les puede dejar solos porque León, el más pequeño seguro que termina lanzándose por el balcón, Andrea su hermana mayor no tiene suficiente fuerza como para dominarlo y poco interés en hacerlo.

Volviendo a la puerta del edificio me tocó resolver como mejor pude, me acerqué al lugar donde estaban un par de personas asistiendo a la señora les dije que esa posición podía ser peligrosa para su cuello y que era mejor recostarla hacía el otro lado, la verdad no tengo idea de eso pero necesitaba que la movieran, en mi defensa puedo alegar que en verdad estaba en una posición aberrante respecto al marco de la puerta. Mi teléfono sonaba rabiosamente anunciándome la ansiosa llamada de mi hermano. Cuando me hicieron caso y vi un trecho más o menos adecuado, saqué la bici y me despedí de los buenos samaritanos deseándoles suerte. Sinceramente podía sentir en la espalda la mirada de desprecio que me propinaban por la canallada que acababa de llevar a cabo, le respondí la llamada telefónica a mi hermano mientras pedaleaba a toda potencia pues el semáforo de la esquina y su disco dorado aconsejaba precaución, en cambio a mí me aconsejaba apresurarme porque me iba a agarrar la luz roja. Llegando al borde de la esquina mientras le decía a mi hermano que iba en camino, mis ojos me atormentaban con ardor por la foto sensibilidad del que poco a dormido y mi estómago me estaba anunciando que pronto, muy pronto iba tener que hacer una parada si o si en los "pits" para refrescarme, pensaba que aquella era una muy mala forma de empezar el día.

Las calles estuvieron despejadas como si Dios se hubiese apiadado de mi por un ratito abriéndome camino; el mensaje de mi hermano diciendo que no podía esperar más, que ya había salido, que me apurara que los niños estaban solos. Mi estómago histérico reclamaba que era en serio que me tendría que apurar sí o sí. De paso un mensaje de mi mamá que es una señora mayor que no es que tenga la salud perfecta, me cuenta que mi otro hermano se había escapado del hospital mental y que ella tenía los nervios de punta.

No suelo perder la calma fácilmente así que ante todo eso solo pensaba "que mala manera de empezar el día, vaya que mala manera de empezar el día". Me encontraba a medio giro del lugar en el que vive mi hermano cuando el alma se me cayó a los pies, la calle frente al edificio en el que vive mi hermano estaba abarrotada de gente, de policías y bomberos, todos miraban y señalaban al balcón del departamento de mi hermano, la sirena del camión de bombero arrojaba clavos directo a mi cerebro, clavos que entraban por mis oídos. Comencé a sentir los latidos de mi corazón tan fuerte en el pecho que pensé que me desmayaría, pero no podía desmayarme, tenía que saber qué había pasado y que por amor de Dios no tenga nada que ver con mis sobrinos...

En fin, estas líneas las escribo sentado en la mesa de la sala del comedor de mi hermano, en su laptop. Lo que pasó fue que la vecina del edificio se había desmayado y su nena gritaba desde el balcón pidiendo ayuda; mi sobrino León estuvo dormido todo el tiempo y ni se enteró de nada, Andrea estaba despierta e inquieta por los gritos de la nena pero nada más.

De camino a casa de mi hermano le pedí a mi esposa que por favor bajara y que viera a la señora desmayada en la puerta del edificio, mi esposa es médico y pudo ayudar a estabilizarla hasta que se la llevaron en una ambulancia, mi otro hermano se había escapado para ir a la casa de mi madre a darle un beso y un abrazo pues le dio una crisis de nostalgia y decía que estaba agradecido con ellos por todo el apoyo que había recibido. Yo, después de desayunar y despojarme de la urgencia de mi zona media, pude sentarme a escribir esta extraña jornada que apenas empieza pues León se acaba de despertar.

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⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

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Cuentos Cortos- Uge BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora