Capítulo 5

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Siendo más joven, Créssida había tenido varios amantes. No solían durarle demasiado, pues cuando la relación se ponía seria acababa asesinándolos antes de que pudiesen llegar a comportarle un problema real, por lo que no les guardaba especial cariño. De la mayoría ni tan siquiera conocía el nombre. Era lo mejor para su futuro.

Con el paso del tiempo, la compañía masculina había dejado de llenarla. De hecho, había significado tan poco que había acabado haciendo su camino en solitario. En alguna ocasión puntual se había cruzado con algún hombre con el que había mantenido relaciones, pero nada más allá de unas horas. Había ido perdiendo el interés. Los placeres carnales dejaban de importar después de tantos siglos de existencia. Además, no lograba encontrar a nadie que realmente le atrajese. En su mente había una imagen muy clara del tipo de hombre que le gustaba, y no era fácil encontrarlo.

Con el Señor de la Noche, sin embargo, todo era diferente. La conexión que había entre ellos era tan profunda que no había ocasión en la que Créssida no se dejase llevar por sus provocaciones. Tan solo necesitaba acercar su boca a la suya para estremecerse, para que se deshiciese en sus brazos. Todo en él le encantaba, desde su forma de mirarla hasta sus arrebatos más pasionales. Él le ofrecía todo lo que necesitaba, era la pieza que encajaba a la perfección... la respuesta a todas las preguntas.

Pero la suya no era la relación idílica que hubiese deseado tener. Créssida sabía que no era la única, que había muchas otras amantes como ella, y aquel pensamiento a veces la atormentaba. No mientras estaban juntos, pero sí cuando sus caminos volvían a separarse y Créssida dejaba el Inframundo. Entonces, de nuevo en soledad, comprendía que las palabras eran vacías y que los sentimientos no eran correspondidos.

¿Sería por ello por lo que siempre que estaba allí se planteaba la posibilidad de quedarse? Él insistía, decía que aquel era su lugar, pero la bruja no se engañaba. Por mucho que pudiesen divertirse juntos, ella no era más que un simple pasatiempo con fecha de caducidad.

Afortunadamente, cuando estaban juntos lo olvidaba. Sus ojos milenarios confundían su mente y solo le veía a él. Él y su sonrisa. Él y sus besos. Él y sus caricias.

Y aquel día volvió a pasar.

El Señor del Inframundo le tendió la mano y ella la tomó, dispuesta a seguirlo hasta el infinito. Hasta el final de los tiempos si era necesario. A un destino que la aguardaba allí donde su oscuridad se fundía con la suya. Allí donde el uno se convertía en el otro.

Allí donde, una vez más, volvían a ser uno.



Créssida aún tenía el sabor de sus labios en la boca cuando una suave ráfaga de viento le hizo recordar dónde se encontraba. Desnuda y con el cuerpo totalmente embadurnado de sangre, la bruja se incorporó en la cama. No reconocía el lugar, pero por su arquitectura, paredes de piedra oscura, velos rojizos cayendo del techo y luces tenues, imaginó que sería algún punto de la fortaleza. Y como de costumbre, él ya no estaba.

Apoyó los pies en el frío suelo y descubrió que la corriente procedía de la puerta. Se levantó, aún algo anestesiada por el dulce néctar de su amante, y recogió las prendas de ropa del suelo. Una vez vestida, se recogió el cabello negro en una trenza y salió de la habitación, descubriendo que se encontraba en una de las torres de la fortaleza. Ascendió un tramo de escaleras, guiada por las voces que procedían de la planta inmediatamente superior, y entró en un observatorio a través de cuyo techo de cristal se podía ver el firmamento.

Créssida no recordaba haber estado en aquel lugar anteriormente. Situado en la última planta de la aguja más alta de todas, Hades disponía de una elegante sala de estudio con un telescopio de última generación en la ventana. El Patrón y la tecnología. El resto de la Vieja Europa iba a caballo mientras que él y sus secuaces se movían en coches de gran cilindrada. ¿Y qué decir de los teléfonos móviles? Créssida jamás entendería su insistencia en bloquear la evolución tecnológica. Resultaba triste saber que muchas de las enfermedades que devoraban a la población tenían fácil solución con una vacuna.

La BrujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora