Capítulo 3

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Por el silencio que ese hombre había dejado en el lugar, supo que había cometido un error al decir eso

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Por el silencio que ese hombre había dejado en el lugar, supo que había cometido un error al decir eso. Sin embargo, solo quería estar con sus pequeños, ya no soportaba el hecho de que quisieran quitárselos. Vio que el hombre se alejaba de ella y se llevaba una mano a la cabeza, el sollozo qué salió de sus labios a continuación fue lastimero, ya que había recordado que Artem le dijo que jamás me dijera a alguien que eran sus hijos.

Aun así, el hombre imponente delante de él, le dijo que no eran nada relacionado.

— Repite lo que me dijiste —ordenó el mafioso, agarrándola del cabello con tanta fuerza que logró sacarle un grito—. ¡Que lo repitas!

—Son mis hijos —las lágrimas no tardaron en salir—. Por favor, no se los lleve... No escaparé.

El mafioso se le quedó mirando fijamente, y ella a duras penas podía sostenerle la mirada por lo intensa que era. A pesar de tener los ojos verdes, eran demasiado llamativos para su propio bien.

Sin decir otra palabra, la soltó y ella cayó en el suelo seco frente a la iglesia.

—Llévenla con los otros —Jadiel dio nuevamente la orden—. No va a quedar nada de este puto pueblo.

— No, no —Nadja lo agarró del brazo—. ¿Y mis hijos? —uno de los hombres la alejó del mafioso—. ¡No pueden llevárselos! ¡Por favor! —gritó asustada—. ¡Suéltame!

—No creo en nada de lo que dices —Jadiel levantó la mano para que su guardia no se la llevara—. Aun así, te daré el beneficio de la duda.

—En verdad son mis hijos, se lo juro, nunca mentiría en algo como eso —lloró—. Son todo lo que tengo. Le juro que nunca voy a escapar. No se los lleve.

—El problema radica en que no creo en nada de lo que me dices —repitió el mafioso—. Llévenla y no dejen que se escape por nada en el mundo.

Nadja a duras penas podía asimilar bien lo que ese hombre le acababa de decir. Sus pequeños iban a ser llevados a saber Dios dónde y no quería que por nada del mundo se los llevaran lejos de ella. A pesar de todas sus súplicas, sus lamentos y gritos, la dejaron en lo que parecía ser un calabozo subterráneo que ella nunca había visto.

Vio a las personas que en su momento le dieron la espalda, quienes la criticaron a más no poder por algo que ella no tenía la culpa, pero que, sobre todo, le jodieron tanto la por algo tan simple.

—Esto es culpa de esa mujer —escuchó a alguien a su lado—. Siempre supe que el padre Artem estaba haciendo un sacrificio con ella. Mira ahora cómo nos traiciona.

—Imagínate, es la enviada del diablo, siempre está con esa cara de mujer que no rompe un plato y ahora tenemos que pagar los platos rotos —mencionó otra mujer—. Es la hija enviada por satanás.

—¿No vas a decir nada? —una de sus compañeras en la iglesia le agarró de la túnica—. ¡Es tu culpa!

—No tengo nada que decir, porque nada es mi culpa —respondió de regreso—. Me han quitado todo...

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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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El placer de corromperlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora