Prólogo.

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Un año antes.

Natasha.

El sonido de las sirenas era ensordecedor. Las personas alrededor gritaban, pero sus palabras se mezclaban en un caos incomprensible. Sabía que gritaban por ella. Pedían ayuda, pero no podía moverse. No podía tranquilizar a nadie.

"Estoy bien. Soy joven, puedo hacerlo," se repetía una y otra vez en su cabeza.

Sus ojos se elevaron al cielo, oscuro y estrellado. Solo una estrella brillaba allí, como un lejano punto de esperanza.

¿Sería este el momento en que moriría? Jamás pensó que llegaría a pensar así.

"¿Así se siente morir?"

No quería morir, realmente no quería. No sin haberle pedido perdón a su madre, no sin haberse enamorado, no sin graduarse, no sin vivir.

"Dios, dame otra oportunidad. No quiero morir. Ya no quiero morir."

Sentía cómo su cuerpo era levantado.

Entraba y salía de la consciencia, y en cada uno de esos breves momentos de lucidez, escuchaba las voces de los paramédicos: "No te mueras, niña. Quédate despierta, mantente despierta."

Pero ella no podía responder. El dolor era un océano del que no lograba salir.

La camilla fue empujada con rapidez por los pasillos del hospital.

En el aire flotaba el caos. Los gritos, las órdenes, el sonido de pasos apresurados. Todo eso se unía al zumbido constante en su cabeza, mientras su madre, en algún lugar cerca, la llamaba.

— ¡Natasha, hija! — La voz desesperada de Melina atravesó el ruido. Era un dolor tan profundo que superaba incluso el sufrimiento físico que sentía Natasha. La desgarraba por dentro, como si cada palabra la perforara.

La camilla pasó cerca de su madre, y Natasha la vio, deshecha, llorando sin consuelo.

Era su culpa. Solo su culpa.

Lo siento. — Murmuró con la voz entrecortada, sus palabras flotando en el aire sin poder tomar forma.

Melina, su madre, la había criado con tanto amor, y ahora estaba allí, quebrada por la culpa y el miedo. ¿Cómo había llegado hasta allí?

Oh, Melina... Su hija había tocado fondo. Pero si sobrevivía, tal vez podría salir de ese abismo.

[...]

Tres días después del accidente.

Natasha había pasado por un lavado estomacal, habían desinfectado y curado sus heridas. Ahora tenía una pequeña cicatriz sobre la ceja, y otras más pequeñas a lo largo de su cuerpo. El dolor, sin embargo, seguía siendo insoportable.

Ese día, había estado con sus "amigos" del instituto. La mayoría eran mayores que ella, y todos consumían.

A veces, soñaba con desaparecer. Quería que el mundo la olvidara, quería escapar del dolor. Otras veces, quería seguir luchando, pero sin saber cómo. Nunca encontraba un punto intermedio.

Así era su vida.

El accidente había ocurrido mientras conducía el coche de su madre. Ella ni siquiera tenía licencia. A lo largo de su vida, su madre siempre había sido indulgente con ella, pero probablemente se arrepentiría de haberle permitido aprender a conducir a los 14 años.

Abrió los ojos pesados y, tras parpadear varias veces, logró enfocar su vista. Estaba en una habitación blanca y luminosa, el típico ambiente de un hospital.

Un sollozo la sacó de su ensueño. En ese momento, vio a su madre, que estaba de pie junto a su cama, tomándole la mano con fuerza, como si no pudiera soltarla.

Mi sol. — Melina reprimió un sollozo, intentando sonreírle, pero la tristeza en su rostro era inevitable.

Mamá... — Natasha intentó hablar, pero su garganta estaba seca, y una tos incontrolable la obligó a callarse.

Su madre corrió por el vaso de agua. Lo llenó con rapidez y lo acercó a sus labios, ayudándola a tragar.

Lo siento... Perdóname, mamá... — La voz de Natasha se quebró.

Melina negó varias veces con la cabeza, y las lágrimas contenidas comenzaron a brotar nuevamente.

No te disculpes, mi amor. Solo necesitas mejorarte. Lo resolveremos juntas.

Sé que te decepcioné. — Natasha habló entrecortada, sus ojos buscando la mirada de su madre. — Ahora crees que soy como papá.

No. — La voz de Melina fue firme, decidida. — No eres como él. Eres una persona mil veces mejor de lo que yo misma pude haber sido. Eres mi mayor orgullo. Y créeme, esto solo me demuestra que el error también fue mío. Perdóname por no haberte cuidado como debía.

Mamá... — Natasha intentó hablar, pero Melina la interrumpió, poniéndole un dedo en los labios.

Si realmente quieres salir de este mundo, deberás obedecerme. Si no lo haces, no voy a poder salvarte. — La voz de Melina era baja pero firme. — Irás a rehabilitación, y después, continuarás tus estudios en el internado del que habíamos hablado.

Natasha no quería, jamás había querido. Sabía que este momento llegaría, era solo cuestión de tiempo antes de que ella también fuera enviada allí. Si esa era la forma de alejarla del abismo, entonces tendría que aceptarlo.

Está bien.

Y desde ese momento, todo cambió.

¿QUIÉN ES EL ASESINO? | wandanat x agathario. (AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora