Parte 2

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El suave resplandor del amanecer se filtraba a través de las ventanas de la cabaña, iluminando el rostro dormido de Twilight Sparkle. Estaba tendida en una cama de madera rústica, cubierta por una manta tejida que irradiaba calidez. Poco a poco, abrió los ojos, y su mirada fue recibida por la figura oscura y familiar de Sombra, que observaba sus primeros movimientos con una intensidad que parecía traspasar el alma.

—Buenos días, mi dulce Twilight —susurró él, con una sonrisa que contenía una mezcla de cariño y algo más profundo, algo que parecía oculto en las sombras de su mirada.

Twilight le devolvió una sonrisa suave y somnolienta, sintiendo una calidez inexplicable al verlo. Sin embargo, aunque estaba allí, en ese lugar, con ese poni oscuro que parecía amarla tanto, había algo en su interior que la inquietaba, una leve punzada de duda que no podía ignorar. No sabía exactamente quién era o cómo había llegado hasta allí. Era como si su mente flotara entre recuerdos borrosos, imágenes fragmentadas que se disipaban antes de que pudiera entenderlas.

—¿Dormiste bien? —preguntó Sombra, acercándose y acariciando su rostro con ternura. Twilight sintió el roce frío y, sin embargo, consolador de su casco, y asintió suavemente.

—Sí... creo que sí —murmuró ella, aunque en su mente resonaban palabras que no lograba identificar, como ecos de un lugar lejano. Se sentía como si despertara de un sueño largo y profundo, aunque no recordaba en qué momento se había quedado dormida.

Sombra sonrió y se inclinó para besarla en la frente. Twilight sintió un extraño cosquilleo al contacto, una mezcla de paz y un ligero escalofrío que le recorrió la espalda.

—Hoy quiero llevarte a un lugar especial, querida —dijo él, mientras la ayudaba a levantarse de la cama. Su tono era suave, casi melancólico, como si cada palabra estuviera impregnada de algún tipo de añoranza.

Twilight parpadeó, curiosa.

—¿A dónde? ¿Está lejos?

—No, está aquí cerca. Es nuestro refugio, donde nadie puede perturbar nuestra paz. Solo tú y yo, alejados del ruido del mundo.

Aunque Twilight sintió una pequeña punzada de incomodidad ante sus palabras, no dijo nada. Después de todo, algo en ella sentía una conexión inexplicable hacia Sombra, un amor que parecía plantado en lo más profundo de su ser, como una semilla que había echado raíces antes de que pudiera recordar.

Mientras desayunaban en silencio, Twilight aprovechó para observarlo. La forma en que la miraba, tan atento y protector, la hacía sentir segura y, al mismo tiempo, enjaulada. No recordaba cómo era la libertad, pero cada vez que él le tomaba la pezuña y hablaba de protegerla, una pequeña voz en su mente se retorcía, inquieta.

—Sombra... —se atrevió a preguntar, rompiendo el silencio—, ¿qué hacía yo... antes de esto?

Él levantó la mirada, una chispa de sorpresa, o quizá molestia, brillando en sus ojos por un instante antes de que volviera a su expresión habitual, calmada.

—Lo que importa es el presente, mi querida Twilight —dijo, con su voz baja y envolvente—. Estamos juntos, eso es todo lo que necesitas saber. El pasado es solo un peso que ya no tiene lugar aquí.

Twilight asintió lentamente, pero el vacío en su mente no desapareció. Era como si buscara un fragmento de sí misma que había quedado olvidado en algún rincón oscuro. De repente, recordó un sueño, uno que había tenido recientemente, aunque no lograba distinguir si había sido en la noche anterior o en muchas antes de esa. En ese sueño, había un largo sendero cubierto de lavandas, con un perfume dulce y reconfortante que la llamaba como una promesa. Algo, o alguien, parecía esperarla al final de ese camino. Al recordar la imagen, un extraño anhelo creció en su pecho, como si quisiera volver a ese lugar, donde fuera que estuviera.

—¿En qué piensas? —preguntó Sombra de pronto, sacándola de sus pensamientos. Su tono parecía tranquilo, pero Twilight notó la sutil rigidez en sus palabras.

—Oh... es solo un sueño que tuve —contestó ella, tratando de sonreír para disimular la inquietud que sentía. No quería preocuparlo, aunque ella misma no sabía bien de qué se trataba esa inquietud.

—¿Un sueño? —Sombra la miró fijamente, y Twilight sintió que estaba tratando de leer su mente—. Los sueños son solo ilusiones, mi Twilight. No dejes que nublen tu felicidad aquí, conmigo.

Él intentó cambiar el tema rápidamente, hablándole de cómo planeaba que ese día fuera perfecto, y le sonrió con una expresión que intentaba reconfortarla. Pero algo en su sonrisa era inquietante, una mezcla de ternura y control, como si estuviera decidido a retenerla junto a él a toda costa.

Después de desayunar, Sombra le ofreció su casco, y juntos salieron de la cabaña. El aire de la mañana estaba frío, y una brisa ligera hizo que Twilight se estremeciera. La cabaña estaba rodeada de un bosque espeso, y las hojas de los árboles susurraban con el viento. Twilight miró hacia los árboles, sintiendo una extraña atracción por el bosque más allá. Algo en ella ansiaba cruzar esa barrera de árboles y explorar, como si un pedazo de su corazón estuviera perdido allá afuera, esperándola.

—¿Podría ir sola algún día? —se atrevió a preguntar, apenas susurrando las palabras.

Sombra la miró con una expresión que mezclaba sorpresa y molestia.

—¿Sola? —repitió él, casi como si la idea lo ofendiera—. No necesitas estar sola, Twilight. Yo estoy aquí para protegerte. No hay nada allá afuera que pueda darte lo que tienes aquí conmigo.

Ella bajó la mirada, sintiéndose un tanto avergonzada, aunque no sabía por qué. Había algo en sus palabras que sonaba... limitado. Pero esa inquietud en su corazón no desaparecía, ni siquiera con su respuesta.

Continuaron caminando hasta que llegaron a un claro donde la luz del sol caía suavemente. Sombra le mostró una pequeña colina cubierta de flores, especialmente lavandas, que crecían salvajes y llenaban el aire con su aroma. Twilight se acercó, inhalando el perfume de las flores, y su corazón latió con fuerza. Era la misma fragancia de sus sueños, la misma que había percibido en aquella caminata de lavandas.

—¿Te gusta? —le preguntó él, mirándola intensamente.

Twilight asintió, pero en su pecho sentía una mezcla de amor y melancolía, como si aquella visión hermosa estuviera incompleta, como si alguien o algo más faltara.

—Es... hermoso —susurró, aunque su voz temblaba un poco.

Sombra se acercó y la rodeó con sus brazos, la oscuridad de su figura contrastando con la luz del campo de lavandas. Twilight se sintió atrapada en ese abrazo, sintiendo una mezcla de protección y un peso invisible, como si algo estuviera impidiendo que respirara con libertad. Él le susurró palabras de amor, promesas de eternidad, y Twilight trató de convencerse de que todo estaba bien.

Sin embargo, al inhalar el aroma de las lavandas, su mente volvió a ese sueño, a ese sendero interminable que parecía llamarla cada vez con más fuerza.

Nuestro Último Crepúsculo | TwibraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora