LIAM
No sabía quién era esta chica, ni por qué me habría dejado entrar.
En realidad, lo entiendo, la gente que me perseguía era demasiada.
Pero, sea quien sea, tenía el cielo ganado para mí ahora mismo. Al entrar, respondí a los mensajes de mi madre, diciéndole que fui corriendo a casa de un colega. Mentira, por cierto. Sus mensajes diciéndome que estaba loco por hacer eso en lugar de salir y decir que no iba a responder nada y que me dejaran espacio, no tardaron en llegar. A ver, que tenía razón, siempre la tenía. Solo que, no soporto la prensa de aquí. Es demasiado... ¡Dios! Buscan primicia en todos lados, incluso donde no la hay. Y, bueno, a esta chica la iban a sacar en todas las portadas del New York Times, estaba seguro de ello, pero si me dice que no quiere que sepan de ella pues, haré que su cara desaparezca de todos lados. Y aunque me diga que sí, prefería asegurarme de que no.
Sentado en las escaleras, en el hueco perfecto para que nadie me viera y el indicado para poder escuchar la trola que se iba a inventar, observé la casa. Era antigua, pero olía muy bien, como a coco o lavanda... Olores muy distintos entre ellos, lo sé, solo que no sabría identificar a qué huele exactamente. Y el salón era bastante acogedor, con tonos blancos y crema, y un piano. Había un piano de pared que parecía nuevo. Al contrario que todo lo que había aquí. ¿Exactamente? No tenía ni idea de en qué vecindario estaba, pero estaba en una casa, de una chica joven por lo que tuve suerte. Podría haberme tocado con un señor mayor cuidando gatos, o algún psicópata.
Seguro que esta chica lo era.
Envié un mensaje rápido a mi manager, para decirle que más tarde necesitaré hacer un movimiento en la cuenta. Que no se enterase mi madre. Tenía dos cuentas, una con ella y otra secreta donde iba ahorrando poco a poco a escondidas de mi madre. Pues, siempre sacaba algo de dinero para decirle que era para ropa pero en realidad era para meterlo en la otra cuenta.
Dejé de darle vueltas al coco cuando escuché las miles de voces que había al otro lado de la puerta, y contuve la respiración. ¿Me sentía mal por dejar a la pobre chica allí? Sí, pero no se ha negado a hacerlo, así no era de todo mi problema.
—Sabemos que está aquí, niña. —odiaba a esa reportera.
—¿Quién? ¿Mi primo? —¿su primo?
Me llevé las manos a los ojos para tranquilizarme y ahogar un grito o carcajada de frustración, no sabía cuál quería salir antes.
—Carter. Liam Carter. Le hemos visto entrar. —insistió.
He conocido a gente pesada en toda mi vida, pero creo que ella se lleva el número uno.
—Ah, eh... —venga, cómplice, no me falles ahora— Mira, ¿sabes qué? Os diré la verdad, ¡A TODOS VOSOTROS!
Alzó la voz, logrando que retumbaran las paredes.
—No me jodas —susurré. Empecé a sentir como el pulso se me aceleraba.
Como ahora diga que no me conoce de nada, no la daré ni las gracias por dejarme entrar aquí. Me mordí el labio inferior, dejando caer mi cabeza a un lado de la pared que cubría las escaleras. La verdad es que estas escaleras eran estresantes, muy pequeñas y poco anchas. Por eso me había caído, por favor, si es que tenía que agacharme para subir por aquí. Que tampoco era aquí una jirafa, solo medía uno ochenta, pero vamos, que para ella la altura estaba a la perfección.
—¡Mi familia está pasando por un duelo muy doloroso! ¡Y sí, Liam está aquí, mi primo! ¡Ha venido corriendo en cuanto se ha enterado para darme apoyo, así que, si tenéis un poco de humanidad, os pido que nos dejéis intimidad!

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Teoría del Desastre
Teen FictionSi sus diferentes vidas en teoría, no son un desastre, no sé qué será. La vida de Valentina estaba siguiendo su rutina normal. Trabajo por la mañana, comida con su amiga, limpiar la casa, tocar su piano... O, al menos, eso era lo planeado hasta que...