LIAM
—Mierda.
Miré hacia atrás. No solo venía un hombre con su cámara de fotos y su típica bolsa de cuero marrón, venían muchos más.
—Perdón, tengo que... Tengo que irme, lo siento.
Me levanté de la mesa en la que estaba con una conocida de mi madre, mientras ella se encontraba en el baño. Ya me lo perdonaría después, nadie la conoce, no a ella, o sí, pero no tenía tanta popularidad. ¿A mí? ¡Dios Mío! Ni siquiera podía permitirme salir por la puerta principal.
Cubrí mi cabeza con la capucha de mi sudadera gris. Iba en chándal, como siempre, no era nuevo en mí estar en chándal. De hecho, lo agradecía teniendo en cuenta que muchas veces tenía que salir corriendo, huir. Hoy no era menos, es más, hoy con más motivo tenía que salir corriendo si no quería que me hicieran preguntas. Un día que salgo sin James, y un día que tienen que aparecer todos. Sentí cómo la gente del local sacaba sus móviles de forma disimulada, que no era tan disimulada. Si la entrada no era la mejor opción, tendría que ir por otro lado, por la parte trasera. ¿Tendrían? Claro que tendrían, lo sabía perfectamente.
—Eh, colega. —llamé a un camarero que tendría mi edad, que ya me conocía porque alguna vez tuve que pedirle favores como el de hoy, pero es que... Madre mía, hoy con mucho más motivo lo necesitaba. Miré a todos los lados, nervioso y con ganas de saltar la barra sin preguntar, pero los modales van primero—. Necesito un favor.
—¿La puerta trasera, Carter? ¿Otra vez?
Dejó una jarra de cerveza a un señor que estaba concentrado en las noticias que reproducía la televisión de la esquina. Una televisión del año de la pera.
Asentí. No dudó ni un segundo y me abrió la puerta para entrar en la barra y dirigirme a la cocina. Entonces, escuché a más gente decir mi nombre. Hostia puta. O corría, o me moría en el intento. Me hizo falta una mirada fugaz para ver como una furgoneta de una cadena de televisión frenaba en seco, saliendo de ella un periodista. De puta madre. Como me sabía el camino, comencé a correr.
—¡Gracias, tío! ¡Gracias! ¡Te debo una! —grité corriendo hacia atrás.
—¡Me debes más de una! —respondió este, pero ni me giré para mirar si lo decía en broma o en serio. Seguramente lo decía enserio.
Nunca le he preguntado cómo se llama, simplemente un día me hice una foto con él para su hermana y, desde entonces, me agradece así. Supongo que a veces tengo ventajas por ser tan conocido. Al salir, pude respirar tranquilo durante unos segundos, que no duraron mucho, pues escuché el click de una cámara y unos pasos acercándose. Corrí hacia el otro lado del callejón, tirando un contenedor de basura prometiéndome mentalmente pagar todo lo que la limpieza requiera. Cuando vi la luz al final del callejón, llegando a todo el centro de la avenida, maldije por lo bajo.
Muy bien, Liam. Eres el ser más inteligente de la Tierra.
Comencé a correr hacia la izquierda, escuchando como la gente me llamaba por mi apellido como hacían siempre. No paraba de escuchar: "¡Carter!", "¡Traidor!", "¡Vuelve a tu equipo de mierda!"; o incluso, voces chillonas que martilleaban mi cabeza constantemente: "¡Tía, que es él!", "¡Eh! ¡Carter te amo, eres el mejor tío!", "¡Te quiero!".
Sí, yo también los quería. Lejos.
Entonces, como era lógico, corriendo no era más rápido que un coche, así que otra cadena de televisión llegó a mi lado con la reportera sacando su micrófono con una espumilla de color roja, su pelo despeinado por el aire y el cámara en la parte trasera con su cámara acechando. Me ajusté la capucha, dejándome el hueco suficiente para poder ver por dónde iba. No tenía ni idea, pero no paré de correr. Es como si me hubiera comido el espíritu de Forrest Gump.
—¡Señor Carter! ¡Solo serán unas preguntas! —comenzó a gritar la joven reportera.
—Señor... —solté por lo bajo, riéndome. ¿Señor? Tenía veintiún años, por favor.
—¡¿Cómo te sientes al venir al equipo del mayor rival de tu padre?!
Primera lección: nunca contestes preguntas a no ser que sean en una entrevista.
La verdad es que, si no me llevasen acosando una semana entera, en la puerta de mi casa, haciendo la compra con mi madre, yendo a correr a las cinco de la mañana cuando se supone que no hay nadie despierto... Pues, igual, solo igual, tendría la decencia y amabilidad de contestarles. No era el caso.
Me metí por una calle, dando gracias al de arriba porque hubiera puesto el semáforo en rojo. Un semáforo que no funcionaba para los paparazzi. ¿Qué eran? ¿El superhéroe ese que corre como la velocidad de la luz? Me tenían que estar vacilando. Frené en seco, con mi pecho subiendo y bajando a toda velocidad, mis oídos palpitaban a la vez que mí corazón. Tenía dos opciones: la derecha, una subida; la izquierda, una bajada.
Mordiéndome el labio, mirando detrás de mí percatándome de que no podía pensar mucho más tiempo. Entonces, me sonó el móvil. Era el tono de llamada que tenía con mi madre, y no tenía tiempo para dar explicaciones de las que ya tenía respuesta.
—A la derecha. —me dije a mi mismo, tirando a la izquierda.
Cuando quise dar cuenta, ya era demasiado tarde. Pensaba que la cuesta iba a ser más complicada por las cámaras que llevaban, y haciendo fotos, porque claro que estaban sacando fotos de este momento constantemente. Al menos, en la bajada tenían que ir con más cuidado. Me di las gracias mentalmente por estar acostumbrado a correr desde que tengo uso de razón.
Llegué a un vecindario, parecía mucho más tranquilo que todo el centro de Nueva York, pero las voces gritando mi nombre no cesaban. Tenía que meterme en algún lado. En algún sitio.
Y solo había casas.
Ay, la leche, iba a dar muchos dolores de cabeza.
La vida me sonríe.
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Teoría del Desastre
أدب المراهقينSi sus diferentes vidas en teoría, no son un desastre, no sé qué será. La vida de Valentina estaba siguiendo su rutina normal. Trabajo por la mañana, comida con su amiga, limpiar la casa, tocar su piano... O, al menos, eso era lo planeado hasta que...