EN LAS LLANURAS DEL TIBET

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— ¿Por dónde nos llevas, Vatsa?

—Sigamos, les juro que lo vi caer por aquí.

—No puedo dejar por mucho tiempo solas a las ovejas—dijo Gyatso.

—Será rápido, se los prometo, además, esto es algo que no se ve todos los días. Se sorprenderán.

—Vatsa, confiaremos en ti —Gyatso parecía desconfiar.

dos pequeñas luces doradas, rodeadas por unos anillos blancos entraban y salían de las nubes.

—¿Vieron eso?—señaló entusiasmado, Gyatso—¿Serán los dioses?

—No, no lo son.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Amrita.

—Simplemente lo sé, sigamos.

—¿Entonces son amigos de ese ser que viste? —volvió a preguntar, Amrita, al tiempo que pateaba una piedrecilla.

—Si, bueno, la verdad, no lo sé. Solo lo conocí a él.

Los tres niños subieron por un camino angosto y empedrado que los guiaba hasta una profunda cueva que bajaba en forma de pendiente. Vatsa llevaba consigo un canasto con frutas.

—¿El Lama sabe sobre esto?

—No, no lo sabe, Amrita, yo quise que ustedes fueran los primeros en conocerlo.

—¿Qué cosas te enseñaba? —quiso saber Gyatso.

—Me habló sobre un mesías de su raza y de sobre un cataclismo universal que ocurriría pronto, me contó que las energías del universo sirven para nutrir motores más fuertes, más poderosos...ya estamos cerca.

—¿Para nutrir qué? ¿De qué motores habla? —Gyatso lucía bastante interesado.

La cueva estaba oscura y el reflejo de la luna se dibujaba sobre un gigantesco reptil albino en postura meditativa.

—Vatsa, que bueno verte, y te agradezco los alimentos que me has traído.

—Sabe hablar nuestro idioma—señaló perplejo y asustada Amrita, de ver a semejante criatura.

—Así es —señaló Vatsa colocando el canasto de frutas frente al reptil albino—.Tiene la capacidad de leer la mente y al leer la mía llegó a aprender nuestra lengua.

— ¿Y qué hace en nuestro mundo?—preguntó Amrita.

—Me comentó que de vez en cuando visita nuestro planeta y otros más para transmitir alguna de sus enseñanzas, su nombre es Rauka.

—Lo que dice Vatsa es cierto, no soy de tu mundo, solo los espíritus purificados entrarán en el nuevo mundo.

—¿El nuevo mundo? —preguntó Gyatso.

—Si se quedan un rato más conmigo, se los contaré.

Los tres jóvenes se inclinaron ante él y mostraron sus respetos, desde ese momento se convirtieron en sus discípulos.

Casi todas las noches le visitaban en la cueva, practicaban los ejercicios de meditación para poder realizar viajes astrales. Una de aquellas noches les dijo:

—Han estado conmigo y casi un año ha transcurrido, su evolución espiritual ha dado grandes pasos, por favor cuiden de mi cuerpo hasta que me haya ido, después, quémenlo. Hoy, me uno con las benditas estrellas.

Un aura de color azul rodeó su cuerpo y se reunió en su entrecejo como punto luminoso, su piel albina se tornó amarilla y se desquebrajó tal cual se desquebrajaría un huevo. Una luz salió en forma de columna hacia el orbe.

Los niños prepararon una pira y depositaron en ella los restos de Rauka, elevaron una oración y esperaron hasta que las flamas se apagasen, luego retornaron a sus hogares.

Después de aquel suceso pasarían quince largos años.


El Amanecer de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora