Liam.
Nunca en mi vida había enviado fotos de mi pene.
Corrección, nunca en mi vida había enviado una intencionalmente. Una vez, por accidente, le envié a mi mejor amigo una foto de la cara interna de mi muslo con una pequeña visión de mi pene en la esquina, pero eso fue porque no me di cuenta de que la cámara estaba encendida mientras que me cambiaba apresuradamente para mi trabajo después de la escuela en un Taco Bell. Habían pasado diez años desde eso, pero el imbécil todavía lo mencionaba cada vez que era conveniente.
Y con frecuencia era conveniente.
Pero, esta vez era algo intencional. O tan intencional como puede ser cuando te has bebido cuatro Sex on the Beach... hmm... tenía demasiado de esos en el sistema y encima estaba caliente y duro en una habitación de hotel a cientos de millas de casa y con nada mejor que hacer.
Una hora antes, estuve en el bar del hotel bebiéndome los nervios sobre una presentación de negocios que debía realizar, cuando el bartender comenzó a coquetearme. El tipo era lindo pero muy joven. Un poco delgado, pero tenía una sonrisa preciosa. Cada vez que sonreía a mi dirección, sentía como mi rostro se incendiaba y me veía en la necesidad de apartar la vista. Desafortunadamente, también tenía que acabarme la bebida y pedirle otra para calmar mis nervios. Eventualmente, cuando vino la cuenta, también lo hizo su número de teléfono.
Después de pagar mi consumo y meter el número de teléfono en mi bolsillo con un asentimiento avergonzado, hui. Y pasé los próximos cuarenta y cinco minutos masturbándome con fantasías de sexo con extraños e intentando convencerme de hacer algo loco por una vez. Hmm.
Clic.
Listo. Una fotografía anónima de mi pene, enviada.
Sentí un estremecimiento de excitación nerviosa. Lo hice. De verdad había dado clic al botón de enviar. Dejé que una risa cargada de adrenalina por mi inusual audacia resonara a través de la habitación de hotel vacía y sonreí ante la imagen en mi teléfono. No era cualquier pene. Era un falo fabuloso. Alto y orgulloso. Realmente robusto. Con buena luz y un color saludable... Mientras no se me ocurriera regresar al bar del hotel en lo que quedaba de semana y me encontrara de nuevo con ese chico en persona, yo tenía el mejor. De verdad lo había hecho. Había venido a Nueva York y me había vuelto un poco salvaje.
Y entonces, las dudas comenzaron a surgir.
No debí beber tanto. Jamás he enviado fotos de mi pene, mucho menos a un completo desconocido.
212-555-0160: ¿Y cuánto bebiste?
Parpadeé hacia mi teléfono. ¿Había enviado un mensaje con lo que estaba pensando...? Ah, sí. Parece que sí. Mis pensamientos se habían colado por mis dedos hasta el teclado de la pantalla. Mierda.
¿Debería responderle? ¿Por qué diablos no lo haría? No es como si fuera a verlo de nuevo a menos que regresara al bar.
Comencé a textear.
Liam: Hombre, ¿no lo recuerdas? Estaba nervioso por la presentación de mañana, fuiste tú quién me sirvió.
Hubo un par de latidos con nada antes de que una respuesta apareciera.
212-555-0160: ¿Eso hice? No lo creo.
Miré dos veces a la pantalla. Pero lo había hecho. El bartender había sido el único trabajando esa noche. Y había sido él quien deslizó su número de teléfono a través de la barra, en una nota pegajosa.
Antes de que tuviera oportunidad de discutirlo, él me mensajeó de nuevo.
212-555-0160: Sigo en el trabajo, pero, aprecio el caramelo para la vista que me enviaste.