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Las luces de la estación 51 parpadeaban en la penumbra mientras Brooklyn terminaba de organizar el equipo en la ambulancia, su cuerpo exhausto después de otro largo turno. Habían sido meses difíciles desde su llegada. Intentaba, día tras día, demostrar su valía, pero sentía como si estuviera luchando contra una marea que no dejaba de empujarla hacia abajo.

Por más que se esforzara, el ambiente no mejoraba. Su apellido seguía siendo un obstáculo, y el equipo parecía verla más como una amenaza que como una aliada. Incluso los intentos de Gabriela y Leslie de integrarla parecían insuficientes. La tensión, la frialdad de sus compañeros, y la constante desconfianza se volvían una carga cada vez más pesada.

Ese día, mientras recogía sus cosas para irse, escuchó un murmullo proveniente de la sala de descanso. Se acercó para despedirse, pero cuando escuchó su nombre en la conversación, se detuvo en seco, incapaz de resistir la tentación de escuchar lo que decían.

—¿Crees que ella puede manejarlo? —preguntó la voz de Matt Casey, en un tono bajo pero serio.

—No lo sé, Casey —respondió Kelly Severide con un suspiro—. Aún tengo mis dudas. No es que no quiera darle una oportunidad, pero es hija de Voight. Y si algo sale mal, no quiero tener que lidiar con eso.

El corazón de Brooklyn se encogió al oírlo. Sintió una mezcla de ira y dolor al comprender que, a pesar de todos sus esfuerzos, Kelly todavía no confiaba en ella. Ni siquiera para las tareas más básicas, al parecer. Era como si su apellido la condenara a cargar con una desconfianza perpetua, sin importar cuánto intentara demostrar su compromiso.

Se retiró de la puerta y se dirigió al vestuario, sus pasos pesados y su mente en una tormenta de emociones. Al llegar, se sentó en un banco, apoyando los codos en las rodillas y cubriéndose el rostro con las manos. Las palabras de Kelly resonaban en su mente, y su paciencia, que había soportado semanas de desprecio y frialdad, finalmente se agotó. ¿De qué servía seguir intentando? No importaba lo que hiciera; para ellos, siempre sería la hija de Voight, la hija del comisario complicado y cuestionado.

Con un suspiro profundo, Brooklyn se levantó y fue a su casillero. Lo abrió lentamente, mirando el reflejo de su identificación en el espejo pequeño que había colocado en la puerta. Tocó la placa con sus dedos, sintiendo la dureza del metal que representaba no solo su identidad como paramédica, sino también su lugar en el equipo, o al menos el lugar que intentaba ocupar.

Sin pensarlo más, sacó su placa de identificación y la colocó en el estante del casillero. Cerró la puerta de un golpe, respirando hondo como si con ese gesto final pudiera liberar toda la presión acumulada. Ya no quería ser vista como una carga, como un problema o una fuente de desconfianza. Si no podían verla por lo que realmente era, entonces quizás ese no era su lugar.

Mientras salía del vestuario, echó una última mirada al espacio, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. La estación 51 había sido un sueño para ella, un lugar donde pensaba que podría hacer algo importante, algo que realmente marcara la diferencia. Pero ahora, esa ilusión parecía lejana, como un reflejo en el agua que nunca podría alcanzar.

Brooklyn salió de la estación esa noche sintiendo una decisión firme en su corazón. Sabía que al día siguiente presentaría su renuncia, que dejaría atrás ese esfuerzo inútil de tratar de encajar en un lugar que no quería aceptarla. Sabía que merecía estar en un sitio donde pudiera ser valorada por su habilidad y no juzgada por los errores de alguien más.

Mientras caminaba bajo las luces tenues de la ciudad, sintió una mezcla de dolor y paz. Tal vez, después de todo, la estación 51 no era su hogar. Tal vez encontraría su lugar en algún otro sitio, lejos de las miradas de desconfianza y de la sombra de su apellido.

RESCÁTAME EL CORAZÓN-KELLY SEVERIDE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora