Capítulo 3: La Sombra del Pasado

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La vida de Helena comenzó a cambiar de formas que nunca imaginó. Los días con Iris eran una mezcla de emoción y miedo, de descubrimientos y dudas. Aunque su relación crecía con rapidez, cada instante juntos estaba marcado por la fragilidad de su situación. Iris, sin saber la verdadera naturaleza de Helena, comenzaba a enamorarse de ella de manera cada vez más profunda. Y aunque Helena sentía lo mismo, su amor estaba envuelto en sombras que amenazaban con destruir todo lo que habían construido.

Helena había estado sola durante tanto tiempo que la idea de depender de alguien más, de permitir que Iris se convirtiera en su mundo, le aterraba. Había visto a otros vampiros perderse en relaciones con humanos, solo para ver cómo esas conexiones se desmoronaban, dejando cicatrices profundas. Cada vez que Iris la miraba con esos ojos llenos de amor y confianza, Helena sentía un nudo en el estómago, una mezcla de desesperación y deseo. No podía evitar pensar en lo que pasaría si la verdad saliera a la luz. Si Iris descubriera lo que era... Si se alejaba por miedo. O peor aún, si llegaba a sufrir por su culpa.

Una tarde de otoño, mientras caminaban por los pasillos del instituto, Iris la tomó de la mano, algo que siempre hacía para demostrar su afecto, pero esa vez, algo en el gesto pareció más intenso. La presión de la mano de Iris sobre la suya era cálida y firme, como si tratara de aferrarse a ella con más fuerza que nunca. Helena, sin embargo, no pudo evitar la creciente sensación de incomodidad que la invadía.

"Helena..." dijo Iris con una sonrisa juguetona, "¿Te gustaría salir este fin de semana? Hay una fiesta en casa de Kate. Estuve pensando que podríamos ir, disfrutar un poco, ¿qué opinas?"

Helena miró a Iris, desconcertada por la pregunta. Nunca antes había sido parte de las actividades sociales de los humanos. Su vida nocturna, sus citas, sus "recreos" eran muy diferentes a las de la joven. Pensó en la posibilidad de ir a un lugar tan lleno de humanos, con sus sentidos tan agudos. Imaginó el calor de sus cuerpos, el olor a sangre que se intensificaría con cada paso. Y luego, cómo tendría que mantener una fachada, sonreír, actuar como si nada estuviera en juego. Era un riesgo que no podía permitirse.

"No sé..." respondió con cautela, mirando hacia otro lado. "No me siento muy cómoda en esas cosas, Iris. Ya sabes... esas reuniones no son muy... mi estilo."

Iris la miró detenidamente, como si tratara de desentrañar la verdad detrás de sus palabras. "No tienes que ser perfecta para disfrutarlo, Helena. Solo quiero verte sonreír un poco, alejarte de todo eso que siempre te preocupa. Y si no te gusta, podemos irnos en cualquier momento."

El tono de Iris era tan dulce y lleno de esperanza que el corazón de Helena se aceleró. Desearía poder decirle la verdad. Desearía poder explicarle cuán difícil era para ella acercarse demasiado a los humanos. La tentación de probar su sangre, la necesidad de mantenerse oculta en la oscuridad... pero todo eso, se sentía tan distante de la calidez de Iris, que todo parecía una mentira.

"Lo pensaré," murmuró finalmente, forzando una sonrisa. Iris no dijo más, pero Helena sabía que la joven no dejaría que ese tema se desvaneciera. Había algo en ella que no podía rendirse tan fácilmente.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Helena se sumió en pensamientos que la atormentaban. Desde que conoció a Iris, su mundo había comenzado a tambalear, pero no solo por el amor que había comenzado a sentir, sino también por la constante amenaza de su propio ser. No podía soportar la idea de perderla, pero cada momento que pasaba con Iris la arrastraba más hacia el peligro. El amor que sentía por la humana era un fuego que podía consumirla.

Fue entonces cuando su teléfono vibró en la mesa junto a su cama. Un mensaje de texto de un número desconocido apareció en la pantalla.

"Sé lo que eres."

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