20 de Septiembre

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La tiza danzaba entre los dedos de la maestra, trazando números y ecuaciones que para muchos eran jeroglíficos. Santiago, desde su rincón, se permitió una sonrisa al ver las caras de sus compañeros, tensas como cuerdas de violín, aguardando la sentencia del azar que los llamaría al pizarrón. Pero la risa se le atragantó al escuchar su nombre resonar en la voz de la profesora.

-¿Estás distraído hoy, Santiago? -inquirió con esa mezcla de cariño y desafío que la caracteriza en cada clase.

Santiago, aún absorto en sus pensamientos, se levantó, estirando el cuello.

-¿Cuál es el problema? -preguntó, tratando de sonreír mientras sus ojos seguían el caos de números en el pizarrón.

La maestra, en un gesto teatral, tomó el marcador rojo y se lo lanzó con precisión quirúrgica. Santiago atrapó el cilindro carmesí, sintiendo el frío de la tinta en su palma.

Con el peso de todas las miradas clavándose en su espalda, Santiago avanzó hacia el tablero, cada paso más pesado que el anterior. Sentía el aire cargado de expectativa, como si todo el aula contuviera el aliento. Frente a la pizarra, su mano comenzó a moverse casi por instinto, trazando números y símbolos. De espaldas a la clase, cubría con su cuerpo la maraña de cifras, esperando que por cosas del azar, no tejiera la solución de forma incoherente. Entonces, en un destello final, la solución se reveló ante él.

-Listo, profe -dijo con voz firme, dejando el marcador sobre la mesa con un leve chasquido.

La maestra se acercó, su mirada paseando entre las líneas confusas. Una sonrisa lenta y enigmática se dibujó en su rostro.

-El procedimiento es... curioso -comentó, alzando una ceja con divertida incredulidad-, pero el resultado es correcto. Excelente.

Santiago regresó a su asiento justo cuando la profesora anunciaba el temido trabajo en grupo. Cada vez que oía esas palabras, sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Pero entre el sonido de las sillas arrastrándose y las voces que llenaban el aula, su oído afinado captó el inconfundible ritmo de los pasos de Juliana. Cerro los ojos, esperando que siguiera de largo, pero, llegó una señal de rescate que rompió con la monotonia del momento que parecia que siempre se repetía.

-¡Santiago! -llamó Allison, con una voz que iluminaba como el sol de mediodía-. ¡Ven, hazte en nuestro grupo!

La sonrisa de Allison era un faro en la tormenta, y Santiago casi se levantó, pero un toque frío y familiar en su hombro lo detuvo.

-Hola, Santiago -susurró Juliana, acomodándose a su lado-. Mi viaje a Cancún depende de como me vaya en matemáticas, así que...

Santiago sintió el peso de un destino ineludible, encadenado al puesto por los lazos invisibles de Juliana. Desde su prisión, miró a Allison, quien, con un encogimiento de hombros y una sonrisa torcida, se volvió hacia su grupo.

Ajustándose el cuello del uniforme con un movimiento nervioso, Santiago trató de enfocar su atención en las palabras escritas en su libreta, pero su corazón dio un salto al notar que Juliana también las estaba observando con curiosidad.

-¿Qué es esto? -preguntó Juliana, arrancando el cuaderno de Santiago con un gesto felino-. Con que esto te tenía distraído...

Santiago sintió el ardor de la vergüenza subir por su rostro, su sangre convertida en lava.

-¿Estás enamorado de Allison? -Juliana sonrió con un aire de desinterés que cortaba más que cualquier burla-. ¿Por eso estas frases tan poéticas?

Santiago recuperó su cuaderno de un tirón, murmurando con un hilo de voz:

-Es... linda.

Pero sus palabras se apagaron bajo la mirada incisiva de Juliana.

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⏰ Última actualización: 7 days ago ⏰

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