Cabizbaja, Juliana pasaba el dedo por el borde del pocillo.
—¿Te paso algo? —preguntó Sharon tras dar un sorbo a su café—. Estás muy callada.
Juliana dejó el pocillo sobre la mesa y enderezó su postura, con la espalda rígida.
—Me desperté una hora antes de venir, me arreglé a las carreras, no almorcé, corrí como tonta para no llegar tarde y terminé en un taxi manejado por un pedófilo. Y, como si fuera poco, está tronando —se dejó caer hacia adelante, apoyando la frente en la mesa—. Estoy cansada.
La madera crujió bajo sus brazos, justo cuando un susurro llegó como brisa cálido a su oído.
—¿No será por ese "chico"? —murmuró Sharon, alargando la palabra con picardía.
Juliana respondió extendiendo el brazo con una rapidez que no impidió que los dientes de su amiga quedaran marcados en su piel. Se incorporó sobándose la herida ahora húmeda de saliva.
—Boba, aún me duelen los raspones, y mordiéndome.
—Mmm, ya, perdóname, my love. Pero, ¿sí es por él?
Juliana no respondió. El silencio que llegó a sentir en su mente era tan abrumador que llegó a escuchar el latir de sus propias venas como un eco lejano, que un relámpago interrumpió. Apoyó los codos sobre la mesa, sosteniendo el mentón con ambas manos.
—No debería contártelo, pero... sí. Es que tengo que decirle algo, pero si lo hago, seguro se asusta. Y si no se lo digo, lo sabrá por alguien más y será peor. No quiero ser yo quien le arruine la vida, pero tampoco puedo quedarme callada...
Sintió el calor reconfortante de la mano de Sharon cubriendo la suya.
—Calmada, que todo tiene solución. Somos mujeres que resolvemos —dijo Sharon con una sonrisa tranquilizadora—. ¿Vas a decir algo más?
Juliana bajó la mirada, desganada.
—Solo... no quiero amargarlo más por haberle rechazado aquel día... unas flores.
Sharon se levantó con un salto exagerado que casi la hizo perder el equilibrio.
—¡Lo sabía! —exclamó, sin preocuparse por las miradas de los otros comensales—. ¿Santiago? ¿Así se llamaba? Y antes de que preguntes: los chismes vuelan, chica.
La mesera apareció enseguida, con una sonrisa tensa, que por la luz de un trueno en un instante pareció tenebrosa, y una pregunta cortés que buscaba apaciguar el alboroto. Mientras tanto, Juliana, con los ojos llenos de súplica, rogaba en silencio que su amiga no siguiera desatando su torbellino de ideas.
Sharon, comenzó a revolver el azúcar en su café con una energía que desbordaba la taza.
—¡Escribe una carta! No, mejor mándale un mensaje. O dile en persona. ¡O escríbelo en el cielo con un avión!
Por cada palabra que salía de la boca de Sharon, a Juliana le parecía más absurda que la anterior. Mientras la miraba fijamente, de repente, el sonido de su voz se desvaneció. Solo escuchaba los susurros del resto de los comensales, esas conversaciones cotidianas que tejían el ambiente de la cafetería. Pero un murmullo en particular la sacó de su ensimismamiento: dos señoras en la esquina hablaban, como si fuera algo trivial, sobre una fiesta. El asombro de Juliana fue tal que terminó escupiendo el café que estaba tomando, regresando abruptamente a la realidad.
—No tomes tanta azúcar, porque si así ya estás de movida... —le dijo Juliana, apartando la taza de Sharon hacia su lado.
—Tal vez, no vaya a ser que se me empeore la diabetes —respondió Sharon con desenfado, levantando la mano para llamar al mesero—. Pero igual, no voy a dejarte sola con lo del chico.

ESTÁS LEYENDO
Yo Deseo
FantasySantiago está en juicio por el asesinato de su amada. La clave para condenarlo: su propio diario, su testimonio escrito de culpa. Mientras las páginas revelan decisiones fatales e irónicas consecuencias, Santiago revive un pasado lleno de arrepentim...