El diario cayó sobre la mesa. "Santiago, se le acusa de asesinato". Él no apartó la vista del lápiz que giraba entre sus dedos, como lo hizo con la vida de su amada horas antes. Las esposas pesaban en sus muñecas, pero su mente estaba lejos del tribunal. El abogado demandante empezó a leer. Sintió el sudor frío recorrer su frente mientras cada palabra del diario lo exponía. Deseó que todo terminara con una bala, pero no había salida. La sentencia estaba cerca, y lo sabía. No quedaba nada más que la memoria.
19 de septiembre
Aunque no volteó, sintió cómo los murmullos y miradas se marchitaban en la basura. Se cubrió con la capucha y corrió hacia el baño, donde se encerró durante todo el recreo, hasta que el sonido de la campana lo empujó de vuelta al mundo.
Cada paso pesaba, cada par de ojos clavados en él era como una cuchillada de burla; era el bufón de un espectáculo del que no podía escapar, y cada risa parecía resonar hasta en los rincones más oscuros de su propia vergüenza. Allí estaba Santiago, caminando con la cabeza gacha, sintiendo el sofoco acumulado entre la lana de su abrigo y la calidez que enrojecía sus mejillas, como un sol implacable que solo él padecía. Obligado por su propio miedo, no levantaba la vista y así fue que, de repente, se encontró con aquella chica.
Ella se agachó hasta quedar a la altura de su mirada, sacudiendo su mano frente a él como un gesto de juguetona inocencia, soltando una risa ligera antes de saludarlo. Santiago, sobresaltado, se frenó de golpe y retrocedió tambaleante, tropezando con su propio intento de fuga y cayendo al suelo, enredado en la desesperación de desaparecer.
-¡Santiago! -el grito de Allison, cargado de preocupación, lo sacudió de sus pensamientos, aunque tardó un segundo en procesarlo por completo.
Al ver los ojos de Allison, abiertos y delineados con precisión, Santiago dio un brinco instintivo, como si fuera una presa escapando de su depredador. Pero antes de que pudiera reaccionar del todo, la voz de Allison lo volvió a traer a la realidad.
-¿¡Estás bien!? -preguntó mientras se arrodillaba a su lado, acercándose a su altura con la misma urgencia que había mostrado antes-. ¿Te golpeaste mucho?
Santiago apretó las manos contra su espalda, sintiendo el dolor del golpe recorrer su cuerpo. Pero lo que realmente lo paralizó fue el toque suave de la mano de Allison en su hombro, irradiando una calidez inesperada que se extendió como un relámpago por todo su ser. Por un instante, todo lo que lo había mantenido en aquella fría burbuja de aislamiento se desvaneció. En su cabeza, el tiempo pareció detenerse mientras sus ojos se aferraban a los detalles de su rostro: la suavidad de sus pestañas, el brillo de su labial, las mechas cereza que se habían soltado y ahora rozaban su rostro como una caricia etérea.
-Allison, qué pena contigo -murmuró Santiago, sus labios temblorosos reflejando el sonrojo que se extendía por sus mejillas-. No quería reaccionar así. Discúlpame.
Ella lo miró con ternura, suavizando la intensidad de su mirada. Una sonrisa cálida apareció en su rostro, una que desarmó cualquier vestigio de vergüenza que él pudiera sentir.
-¿Pena de qué? -le respondió con una voz tan pura y sincera que sus palabras parecían borrar cualquier incomodidad-. Llegué de la nada y te asusté. Por eso diste ese brinco. No tienes que pedir perdón por eso, ¿okey?
Santiago asintió, aún con la mirada fija en sus facciones, completamente embobado por la mezcla de confusión y admiración que comenzo a sentir hacia ella. La caída había sido repentina, pero la presencia de Allison parecía amortiguar cualquier malestar.
Ella se levantó con agilidad y le tendió la mano, una invitación que Santiago vaciló en aceptar. Pero al ver la insistencia juguetona en el movimiento de sus dedos, finalmente accedió. La mano de Allison era suave y cálida, y de nuevo sintió cómo el manto helado que lo envolvía se derretía ante su toque. Con un leve tirón, Allison lo ayudó a ponerse de pie, apoyándose en un muro para sostener su peso.
De pie uno frente al otro, Santiago, que antes apenas se fijaba en los detalles de su compañera, la miró de reojo. Allison era mucho más pequeña que él, apenas llegaba a la mitad de su estatura, pero la confianza y el carisma que irradiaba eran tan potentes que parecían llenar todo el espacio a su alrededor, como si su tamaño físico no tuviera relevancia alguna.
-Algo en tu cara me dice que estás asustado -dijo Allison mientras se llevaba una mano a la barbilla, frunciendo ligeramente el ceño como si tratara de leer sus pensamientos.
Santiago sonrió de lado y negó con la cabeza, escondiendo su mentira tras un gesto sencillo. Ella no podía sentir el tamborileo en su pecho, en un ritmo de carreras de coches que lo delataba.
Antes de que pudiera responder, el toque firme de Allison en su muñeca lo desconcertó. Ella lo jaló con fuerza, guiándolo hasta una sombra solitaria bajo un árbol en el patio.
-Quería más privacidad -dijo con una sonrisa grande y despreocupada, la misma que había usado desde el inicio-. Y discúlpame si llegamos tarde a clase, pero quería pedirte un favor... -Hizo una pausa, acomodando sus pensamientos mientras sus expresiones se sucedían en gestos serenos y agradables-. Vi lo que te hicieron, y fue muy feo... no entiendo cómo alguien podría rechazarte de esa manera.
-No me rechazo -replicó Santiago, con una pesada franqueza-. Era mi amiga. Quise darle un ramo de flores, un regalo de amistad... lo malinterpretó. Sí, fue feo.
La calidez de Allison se deslizó por sus brazos en un abrazo inesperado, suave como el abrigo en una noche de invierno. Lo sostuvo por unos instantes en silencio, como si con ello pudiera aliviar el peso de su pena. Luego, con gentileza, se apartó y comenzó a buscar algo en su bolsillo hasta que sacó un pequeño y arrugado bulto de papel.
-Está un poco sucia, pero, toma.
Santiago desdobló el papel, sabiendo ya, en lo más profundo, lo que encontraría. Los segundos que tardó en alisarlo fueron una preparación muda para el golpe que vendría. Cuando vio la carta, aquella dedicatoria que había escrito para su amiga, acompañando el ramo de flores amarillas, sintió una punzada en el alma, como si se le desprendiera de repente de su cuerpo, un dolor profundo que lo envolvió de tristeza.
-Leerlo sin tu permiso... perdón por eso -dijo Allison, sus gestos intensificándose, llenos de una comprensión tan sincera que parecía acariciarlo con cada palabra-. Pero... es bellísimo. No me imaginaba que tuvieras ese talento para la poesía.
Santiago, atrapado entre la incomodidad de aquel elogio y el dolor del recuerdo, solo pudo sonreír, vacío, una sonrisa que no llevaba alma.
-Y quería pedirte el favor de... -continuó ella, cada palabra llenando su voz de un brillo genuino-. Que me escribas un poema.
Santiago sintió que una chispa se encendía en algún rincón de su ser. ¿Acaso soñaba? No, era real; alguien le pedía un acto genuino, algo que no se limitaba a las superficialidades, y eso le emocionaba.
-¡Jóvenes! -gritó la voz de la maestra desde la puerta del aula, un pin de conejo reluciendo en su camisa-. En vacaciones se dan amor, ¿sí? ¡Ahora vayan a clase!
Ambos voltearon y soltaron una risa compartida, una risa que se enredó en el aire como las hojas en el viento.
-Volvamos ya -dijo Allison, su cabello color cereza danzando con la brisa-. Después te digo los detalles sobre el poema.
Caminaron juntos de regreso al aula, uno al lado del otro. Santiago la miraba de reojo, pequeña y radiante, como una flor de cerezo que iluminaba la mañana con su delicadeza. En su mente, un cine de posibilidades proyectaba el futuro: Allison sonriendo, alegre, recibiendo el poema que él escribiría solo para ella.
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Yo Deseo
FantasySantiago está en juicio por el asesinato de su amada. La clave para condenarlo: su propio diario, su testimonio escrito de culpa. Mientras las páginas revelan decisiones fatales e irónicas consecuencias, Santiago revive un pasado lleno de arrepentim...