En el peculiar mundo de Numeria, la vida de cada individuo giraba en torno a su número. Aquí, al cumplir años, no solo se sumaba un dígito a la edad, sino que se ascendía de rango en la sociedad. El joven Catorce estaba a punto de cruzar ese umbral mágico hacia la fama: convertirse en Quince. La víspera de su transformación, Catorce no podía contener su emoción. Había soñado con este día desde que era un simple Uno, cuando los mayores le contaban historias de los poderosos Quince, seres que brillaban como estrellas en el firmamento de Numeria.
La fiesta de graduación de Catorce era la comidilla de toda la ciudad. Se decía que los Quince tenían el poder de alterar la realidad con solo pensarlo, y que su celebración de ascenso era un espectáculo de maravillas y milagros. Catorce, decidido a no ser menos, había planeado una fiesta que sería recordada por eones. Invitó a todos los números, desde los humildes Dos hasta los venerables Cien.
La noche de la fiesta, la casa de Catorce estaba adornada con luces que parpadeaban al ritmo de su anticipación. Los invitados comenzaron a llegar, cada uno más curioso que el anterior por ver qué sorpresas les esperaban. Los Cuatro traían regalos de lógica pura, los Siete ofrecían su famosa suerte, y los Once, siempre tan misteriosos, llegaron con predicciones del futuro.
A medida que la medianoche se acercaba, la emoción se palpaba en el aire. Catorce, ahora en el centro de todas las miradas, se preparaba para el gran momento. Y entonces, cuando el reloj marcó las doce, algo increíble sucedió. Catorce se iluminó con un brillo deslumbrante, y en un parpadeo, se transformó en Quince.
La multitud estalló en aplausos mientras Quince se elevaba, flotando sobre ellos con una gracia recién adquirida. Comenzó a realizar proezas que desafiaban la imaginación: convirtió el agua en vino, hizo que las estatuas bailaran, y llenó el cielo nocturno con fuegos artificiales que formaban su nuevo nombre.
Desde ese día, Quince fue conocido no solo como una celebridad, sino como un milagro viviente. Su fiesta de graduación se convirtió en leyenda, y su historia se contó a cada nuevo Uno que nacía en Numeria. Y así, en un mundo donde los números eran más que meras cifras, Catorce, ahora Quince, se había convertido en el símbolo de un nuevo comienzo, de la posibilidad infinita que cada número llevaba dentro.
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