Lucifer estaba sentado en una de las bancas de la iglesia, su cuerpo inmóvil, como si el peso del mundo entero hubiera caído sobre él. Los peluches favoritos de Charlie, dos pequeños dragones de peluche de un tono carmesí y rosa, estaban abrazados contra su pecho, sus ojos vacíos fijos en el altar. La luz tenue que entraba por los vitrales iluminaba su rostro demacrado, pero no podía sentir nada más que un abismo helado en su interior. El sacerdote, con una voz suave y compasiva, hablaba sobre la vida de su hija, pero las palabras se desvanecían en un murmullo distante. Todo lo que podía escuchar era el eco de su propio dolor, un grito sordo que resonaba en su mente.
Afuera, las personas comenzaban a acercarse a dónde yace su pequeña Charlie, susurros de condolencias flotaban en el aire. Algunos llevaban flores, otros simplemente se acercaban con miradas tristes y compasivas. Lucifer no podía ver sus rostros; todo se había vuelto borroso y distante. La realidad era tan cruel que su mente se negaba a aceptarla. Apenas hacía tres días que había soñado del futuro junto a su hija, y como sería el primer día en la universidad para Lucifer, con la promesa de una vida llena de oportunidades. Pero ahora, todo eso se había desvanecido como humo en el viento.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos adoloridos, cayendo sobre los peluches como si fueran las lágrimas de la misma Charlie. El dolor era abrumador, una presión constante en su pecho que le dificultaba respirar. Se sentía atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar. ¿Por qué le pasaba esto? ¿Por qué el mundo había decidido arrebatarle a su hija de una manera tan cruel? Había trabajado tanto por ella, había dejado atrás sus sueños y aspiraciones para darle una vida mejor. Había renunciado a su beca en deportes de veleros, una oportunidad que había anhelado durante tanto tiempo, solo para asegurarse de que Charlie tuviera todo lo que necesitaba.
El sacerdote continuó hablando, mencionando que tal vez era buen momento de dejarle a Charlie sus muñecas favoritas para acompañarla en su viaje al más allá. Las palabras resonaron en su mente como un eco aterrador. El aire se escapó de Lucifer; era impensable dejar esos peluches. Eran lo único que le quedaba de ella, un vínculo tangible con su pequeña. ¿Cómo podría soltarlos? Era como si al dejarlos ir, estuviera dejando ir también a Charlie.
Con un temblor incontrolable, se levantó de la banca, tambaleándose mientras la realidad lo golpeaba con fuerza. No podía hacerlo. No podía dejarla. Corrió hacia la salida de la iglesia, el sonido de sus pasos resonando en el suelo frío y duro. Las puertas se abrieron ante él como si el mundo mismo le estuviera dando la espalda. Salió al aire fresco, pero todo lo que sentía era un calor abrasador en su pecho.
"¡No!", gritó Lucifer, su voz desgarrada por la desesperación. "¡No puede ser verdad! ¡Charlie no puede estar muerta!" Su corazón latía con una intensidad frenética mientras corría, cada paso llevándolo más lejos de esa realidad insoportable. No quería aceptar que todo había terminado; que nunca volvería a escuchar la risa de su hija ni a abrazarla antes de dormir. Se sentía como un náufrago en un mar de desesperación, luchando por mantenerse a flote mientras las olas del dolor lo arrastraban hacia abajo.
El mundo se desvanecía a su alrededor mientras corría sin rumbo fijo, las lágrimas caían sin control por sus mejillas. La imagen de Charlie sonriendo, con sus ojos brillantes y llenos de vida, inundaba su mente. Quería volver a esos momentos, a las risas compartidas y a las historias contadas antes de dormir. Pero ahora todo eso se había desvanecido en un instante cruel.
Lucifer se detuvo por fin, exhausto y sollozando, las manos aferradas a los peluches como si fueran un salvavidas. No podía escapar del dolor; estaba atrapado en él. Su corazón gritaba por ella, por la niña que había amado con toda su alma.
¿Qué haría ahora?
Lucifer apretó los peluches contra su pecho con una fuerza casi dolorosa, como si intentara fusionarse con ellos, como si su amor pudiera devolverle a Charlie. Su respiración se volvió errática, cada inhalación era un recordatorio de la ausencia de su hija, cada exhalación un suspiro de desesperación. Caminó sin rumbo, las calles se desvanecían en un borrón de colores apagados y sombras alargadas. No sabía cuánto tiempo había pasado, solo que su cuerpo lo llevó automáticamente hacia el hogar que había compartido con ella, ese lugar que solía ser un refugio lleno de risas y juegos.
Al llegar a la parte trasera, donde tantas tardes había visto a Charlie correr y jugar, se dejó caer pesadamente en el suelo, el frío de la tierra calando hasta sus huesos. La brisa suave acariciaba su rostro, pero no podía sentir nada más que el peso del llanto que lo mantenía anclado a la tristeza. En ese instante, el mundo exterior se desdibujó; solo existía él y su dolor. Las lágrimas brotaron sin control, un torrente incesante que parecía no tener fin.
"¿Por qué no fui yo?", se preguntó en medio de los sollozos. "¿Por qué tuvo que ser ella?" La culpa lo consumía, una sombra oscura que se cernía sobre su corazón. Se encorvó en el suelo, sintiendo que el suelo absorbía su dolor, aunque no podía liberarlo. Cada latido de su corazón era un recordatorio de lo que había perdido, y cada sollozo era un grito silencioso por la vida que ya no podría compartir con su pequeña.
Mientras el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos de naranja y rosa, una voz familiar rompió el silencio que lo envolvía. "¿Papá? ¿Por qué lloras?" La voz era suave, llena de inocencia y alegría. Lucifer levantó la cabeza del suelo, aún sollozante, y murmuró con incredulidad: "¿Charlie?"
Y allí estaba ella, una visión etérea y perfecta, con esa sonrisa que iluminaba incluso los días más oscuros. "¡Es hora de jugar! ¿Mmm? ¿Seguiremos jugando como siempre todas las tardes, no?" Su corazón se detuvo por un instante. La esperanza y la desesperación chocaban dentro de él como tormentas en un mar agitado. Levantó una mano temblorosa hacia ella, pero no se atrevió a tocarla; el miedo a que se desvaneciera lo paralizaba.
"Sí, sí, mi princesa", respondió con la voz entrecortada. "Esa es nuestra promesa." Las lágrimas continuaban fluyendo por sus mejillas, pero en medio de su dolor había un destello de luz. El simple hecho de verla lo llenaba de una mezcla abrumadora de amor y tristeza. ¿Era real? ¿Era solo una ilusión creada por su mente desgastada? No importaba; era su hija, y eso era suficiente.
Cuando Charlie se lanzó a abrazarlo, Lucifer cerró los ojos con fuerza, temiendo que al abrirlos la imagen desapareciera. Pero no sintió el calor de su cuerpo ni el peso familiar de su pequeña en sus brazos. Era como abrazar aire, un vacío que lo atravesaba. Sin embargo, no quería romper la ilusión; no quería perderla otra vez.
"Charlie...", susurró entre sollozos, sintiendo cómo el dolor se intensificaba en su pecho. Quería gritar, quería dejar salir toda la angustia que lo consumía, pero se detuvo. En lugar de eso, abrazó lo que tenía: esa imagen de su hija radiante y llena de vida. La abrazó con fuerza en su mente y en su corazón, aferrándose a la esperanza de que tal vez, solo tal vez, ella podría sentir su amor.
"Siempre estaré contigo", prometió Lucifer en un murmullo quebrado. "Siempre serás mi niña." En ese momento suspendido entre la realidad y el deseo, sintió que el tiempo se detenía. Las sombras del atardecer comenzaron a alargarse a su alrededor, pero él permanecía allí, aferrado a la imagen de Charlie.
Aunque sabía que era solo un sueño o una ilusión creada por su mente rota, decidió abrazar ese momento como si fuera real. En su corazón, ella siempre sería su hija, siempre sería la luz en su vida.
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Nota: A veces la mente en el peor castigo.
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Más allá del cielo -RadioApple, AppleRadio-
FanfictionLucifer, sumido en la profunda tristeza tras la pérdida de su hija en un trágico accidente automovilístico, se encuentra atrapado en un abismo de soledad y odio propio. Su vida, marcada por el dolor, parece carecer de sentido. Sin embargo, un encuen...