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Las dos semanas siguientes fueron mucho más que agobiantes. Mi rutina se basaba en estudiar, en lo que Marc me traía algún que otro café. Él también se tenía que quedar muchas tardes en la universidad, terminando proyectos que le ocupaban la mayoría del tiempo. Nuestro piso era un poco catástrofe, las tazas de café se acumulaban durante el día y por la noche uno de los dos se encargaba de fregarlas. A la mañana siguiente la danza de las tazas volvía a comenzar.
Lo que siempre me enternecía era que ambos buscábamos alguna que otra vez minutos en los que pudiéramos compartir algún tipo de contacto. A lo mejor era yo, yendo hacia Marc, mientras él dibujaba algo en el gran escritorio que estaba en su cuarto, colando mis manos bajo su camiseta y abrazándolo por la espalda. A veces era Marc viniendo a por mí, dejándome un beso en la cabeza mientras yo tenía una libreta delante y mis apuntes de matemáticas, tratando de encontrar la solución que la profesora nos planteaba para un problema.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó él, observando todo lo que iba escribiendo en la hoja.
—No lo sé ni yo, esto es complicado —exclamé, dejando el lápiz a un lado.
—¿Todo esto tienes que estudiar para ser maestra? ¿Pero es necesario? —preguntó, señalando mis apuntes. Sí, las matemáticas eran relevantes... pero no sé hasta qué punto iba a utilizar todo para enseñar a niños a contar y calcular.
—¿No era la que hacía collares de macarrones? —me levanté, dándome la vuelta para estar frente a él. Me sonrió de lado, acercándose a mí.
—Ay, sí, perdona. ¿Los macarrones es mejor agujerearlos con punzón o bolígrafo? ¿Se te rompen muchos al hacer presión con el pincel y la pintura de dedos? —habló, a lo que le di un pequeño golpecito en el hombro, de broma—. Bueno, fuera bromas, no sé si podré solucionarlo, pero si necesitas ayuda puedo intentar resolver contigo todas esas cosas que has dibujado —me ofreció, pareciéndome demasiado tierno.
—Tranquilo, debo calentarme yo la cabeza. Para mí, este examen es el más gordo de este año y el último. Estoy bastante nerviosa, las mates nunca han sido lo mío y llevo cuatro años sin darlas —confesé, a lo que él frunció el ceño—. Encima nos van a poner en un aula horrible a examinarnos, no puedo ni cuchichear un poco con Lara y Gala para pasarnos soluciones. —Marc se rio frente a mí.
—¿Cuándo lo tienes?
—El martes, a las nueve de la mañana. Veremos cómo sale. —Él posó sus manos en mi cintura, acercándose para darme un beso en el cuello. Dejó su cabeza apoyada en mi hombro, a lo que aproveché para abrazarle—. Oye, oye, ¿usted por qué ya no me pide permiso para besarme? —cuestioné, a lo que Marc se rio, causando que su aliento chocara con mi cuello. Sentí un escalofrío, así como una corriente de calor.
—Porque ya sé ver en ti que quieres que te bese —respondió, alzándose y quedándose frente a mi rostro, agachándose un poco. Sus manos recogieron mis mechones rosados, colocándolos tras mis orejas—. Tus ojos verdes me lo chivan —argumentó, observándome. Luego se acercó a mi boca. Me besó, un solo contacto de labios que despertó en mí las ganas— y tus labios me lo gritan. He aprendido a leerlos.
Más tarde me enseñó cómo también había aprendido a leer mi cuerpo demasiado bien, todavía más sobre aquella mesa de mi escritorio. Nuestras manos no podían estarse quietas, mucho menos viviendo en el mismo piso... así que nos buscábamos. En la ducha. En la cama. En la encimera. En el sofá. En la pared de mi cuarto. Por la mañana, temprano. No sabía cuántas veces habíamos mantenido relaciones, pero sabía que en todas ellas acabábamos exhaustos, buscando aire y demasiado satisfechos.
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¿Guardamos un secreto?
Romance¿Qué harías si descubres a tu crush acostándose con tu compañera de piso? Vega dejó su pueblo atrás para poder estudiar en Valencia y encontró un hogar después de una búsqueda complicada. Cambió su cabello, su ropa, su forma de ser... y fue ella mis...