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Su figura pálida y delicada, atrapada en el polvo y los escombros de la obra en construcción, era un contraste de belleza etérea y crudeza terrenal.

A la vez, Yoko simbolizaba una flor intacta en las ruinas de mi imperio, uno que alguna vez goberné con absoluto poder, pero donde ahora me sentía vulnerable.

Su rostro se inclinó ligeramente hacia un lado, sus ojos capturaron los míos, y sin necesidad de palabras, me mostró que sabía. Sabía lo que provocaba, el efecto que su cuerpo y su presencia desataban en mí. Dentro de mí rugía una fuerza primitiva, un volcán a punto de estallar, un deseo tan abrumador que amenazaba con consumir todo a su paso.

Me incliné sobre ella, sosteniendo su cabello con la medida justa de delicadeza y rusticidad, tirando de él lo suficiente para hacerla jadear. Su risa, entrecortada y cargada de complicidad, rompió el aire pesado.

-Me encanta -murmuró, su voz entrelazada con un gemido suave, y mi sangre se encendió.

El impulso me llevó a acercarme más, a fundirme con ella, pero en el fondo de mi mente se coló una sombra inesperada. Una imagen, una duda corrosiva. ¿Había habido alguien más en ese año que perdimos el contacto? ¿Alguien, antes de mí, había conocido esta faceta de Yoko? El pensamiento era una llama helada que apagó mi deseo de golpe, dejando tras de sí un torbellino de celos.

Respiré profundamente, intentando recobrar el control, pero ella lo notó. Siempre me descubría.

-Perdón -musité, dejando caer mi frente sobre su espalda. Sentí cómo se relajaba bajo mi peso, como si me sostuviera sin esfuerzo.

-No tienes que disculparte -respondió girándose hacia mí, permitiéndome refugiarme en su pecho. Sus brazos me rodearon con una calidez que desarmaba cualquier defensa.

-Quiero hacerlo... -confesé, aunque las palabras salieron arrastradas, pesadas como el polvo que nos rodeaba-, pero estoy... celosa.

Ella rió suavemente, una risa ligera como el viento que despeja las nubes.

-Eres tan sensible -dijo, y su voz estaba cargada de ternura, no de juicio. Me besó en la frente, su gesto tan inesperado como tranquilizador.

Su beso fue un bálsamo. Mientras ella se incorporaba con gracilidad para vestirse, la observé en silencio. Había algo celestial en la forma en que su belleza se alzaba sobre el caos de aquel lugar, como si la suciedad y el polvo no pudieran tocarla. Era un faro en medio de una tormenta, un recordatorio de que incluso en el desorden había algo puro.

Cuando finalmente estuvimos listas, salimos al exterior. Nos encontramos con Kevin, quien nos miró de pies a cabeza con una mezcla de sorpresa y preocupación.

-¿Qué les pasó, muchachas? -preguntó con su voz teñida de alarma.

Nos miramos por un instante, compartiendo un pacto silencioso. Entonces Yoko, siempre más rápida y astuta, respondió con una sonrisa tranquilizadora.

-Me caí... Bueno, nos caímos -añadió, lanzándome una mirada cómplice. Nuestra ropa estaba tan sucia.

Kevin arqueó una ceja, claramente escéptico, pero no insistió. Yoko, como siempre, tenía la capacidad de transformar cualquier situación en algo manejable.

Mientras nos alejábamos, no pude evitar volver a mirarla, maravillada por su gracia y su capacidad para convertir incluso los momentos más desastrosos en algo íntimo y significativo. Había un cosquilleo persistente en mi frente, la huella de su beso, y en mi pecho, una certeza inesperada: con ella, el caos sólo era un cachorro juguetón.

Caminábamos tranquilamente hacia el edificio, inmersas en una conversación ligera sobre su cursada. Me relató cómo estaba haciendo nuevos amigos, y aunque no me sorprendía, pues era hermana de Neko, no pude evitar sentir una punzada de inquietud.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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La hermana de mi mejor amiga || FayeYoko × Faye Peraya y Yoko ApasraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora