Capítulo 2. Enredos del Mar

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Salgo al balcón para mirar el mar. Suena nuevamente el teléfono. Contesto mientras hago notas de voz. Todo parece irrelevante. Reviso finalmente el correo que Diego me ha dejado, después de todo, el bendito viaje a la Laguna sí se hará. Algo dentro de mí, acepta sin chistar la decisión, como que nunca lo dí por perdido. Tomo mi libreta de apuntes, me coloco los audífonos y comienzo a escuchar música. Miguel Bosé con el Reino de la Salamandra brincó de pronto a la lista de reproducción. Me sumo totalmente en la escritura.

Decido dar por terminado el día, después de lavarme la cara con todo lo que encuentro en el tocador, me miro muchas veces en el espejo y sospecho que las cosas comenzarán a ponerse divertidas. El hecho de ya no ver a Diego como un asesino misterioso o depredador sexual, me pone las cosas fáciles. El problema, es que ha perdido ese encanto que suele volverme loca, otros, le llaman indiferencia. De Ernesto, apenas pasaron unas horas y ya extraño su cuerpo y sus besos... Mejor ya me duermo... Y suena el puto teléfono.

––Hola Jade...

––¿Qué hay?

––Te he estado mandando mensajes y ni así me llamas...

––Todavía no me has dicho qué rollito te traes con Pau y Jorge...

––Eso ya pasó Jade, no te emputes.

––No, para nada, no me emputo Mariana pero luego no me salgas con que me amas y que quieres que te firme y te lleve ante la virgencita y no sé cuánta mamada... mamadas sí pero no de esas.

––¡Ash!¡No sé para qué te llamo!

––Pues para escuchar lo que tú quieres pero ya te dije que eso no va a pasar...

Creo que Mariana azotó tan fuerte el teléfono que quizá se rompió poquito de una esquina. Yo hago lo mismo pero lo aviento a la cama, ni que estuviera pendeja, todavía no lo termino de pagar. El pobre siempre recibe lo peor de mí. Lo dejo, ahí, inerte. Me rindo ante todo y destino las horas que faltan a dormir, mañana a las cinco debo estar lista para el viaje a la Laguna.

Con la oscuridad en el cielo, abro los ojos. Siento culpa por lo que hice anoche, con Mariana y con mi celular, así que de inmediato lo levanto. Me apuro y pongo música. Adoro entrar en trance con música de shamisen, mis preferidos, los Yoshida Brothers, literalmente me transportan y justo eso, es lo que necesito ahora. Termino el cabello, voy con los labios. Recojo llaves y todo lo que pueda necesitar. Cierro la puerta del cuarto y me dirijo a las escaleras. Tengo tan buen ánimo que casi olvido que Ernesto no podrá venir por mí en lo que reste del tiempo. Después del recorrido por el Fuerte, tengo miedo de que este día sea un completo fiasco también. Como quiera, salgo y pido un taxi del hotel que me lleve directo a las oficinas de Turismo. Mientras lo espero, sigo escuchando la música, algo de Camila Cabello. Siento el ritmo, lo llevo a mis piernas mientras miro al horizonte.

Recorro la corta distancia y llego. Afuera está el Jeep de Diego. Y un auto rojo pequeño también. Bajo del vehículo, y me topo de frente con quien supongo, es el buzo. Alberto sonríe y dice, mientras se levanta un par de lentes oscuros (que de madrugada no entiendo qué hace con ellos puestos).

––Hola, buen día ¿Eres la persona que viene con nosotros al viaje de la Laguna?

––Sí, hola.

Extiendo la mano y lo saludo. Me sonríe. Será que soltera todos los hombres me parecen atractivos o es que el calor de Campeche tiene algo en el ambiente que éste también se me antoja. Río para mis adentros. En ese justo instante aparece la silueta del "Antropólogo Pito de Oro" y no puedo más que evitar reírme a carcajadas. Ambos hombres me miran curiosos. Diego con su cara de "perdona vidas" y su maldito sombrero negro que me impide verlo del todo, hace un comentario que apenas cae como anillo al dedo.

El Viaje de JadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora