Capítulo 3.

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Escucho un ruido infernal, las aves ahora no parecen tan gloriosas como ayer, son las seis y media de la mañana. Abro los ojos sin ganas, miro rápido el teléfono. Hay sesenta mensajes en la bandeja. El último es de Jorge... Y también será el último que revise. Leo hacia abajo y encuentro varios de Diego, enviados de madrugada. Mejor marco.

––¿Diego? Buen día...

––Hola Jade, buen día ¿Por fin te amaneció?

Noto en su voz molestia. Leo rápido los mensajes. Era él pidiéndome irnos a las tres, luego a las cuatro... Contesto de inmediato.

––Ehm... Sí, disculpa, es que... Caí rendida y...

––Estoy abajo, en el lobbie. Si puedes, toma tus cosas y vámonos ya.

––Sí, sí claro.

Cual zombie que estoy aún, bajo corriendo. Todavía no recuerdo cuál es mi segundo apellido pero Diego parece haber visto algo que claramente yo no. Miro discretamente hacia abajo con un poco de terror, pensando en que quizá con la prisa no me puse ropa pero no, todo está en su lugar. Sonrío y él aún no contesta el gesto. Sigue molesto y apenas me mira. Este señor vive todo el tiempo enojado, ¿Qué le pasa? ¡Que se relaje un chingo, caray!

Diego toma la maleta que llevo y camina sin hablar. Llegamos al estacionamiento. Viajaremos en su puto jeep. Subo y como puedo me acomodo. Diego hace lo mismo, para ser un vehículo (y de gobierno) está bastante bien equipado.

Aún no sé cómo mantendremos una charla durante el viaje, ni siquiera sé todavía dónde pararemos primero. No es necesario, Diego conduce rápido y en silencio hasta que llegamos a una gasolinera, ahí, él saca un mapa nuevamente de la mochila verde que tiene detrás. Al pasar cerca de mí, huelo su loción y siento calosfríos ¡Tengo tantas ganas de morderle el cuello! Él lo nota porque regresa lentamente sobre su propio eje hasta incorporarse frente al volante.

––¿A dónde vamos?

––Es un viaje aproximadamente de seis horas si nos vamos directo, ayer te dije que haríamos escalas en diferentes lugares. Tendremos que ir parando, primero, -dice y se acerca a mí con el pretexto de mostrar el mapa-, vamos hacia Hecelchakán, ahí hay un museo de sitio que te puede interesar, hay una estela encontrada en la isla de Jaina y quizá sea algo de lo que estés buscando.

––Excelente.

Sonrío, por fin deja la cara molesta y pone música. Me pregunta si quiero algo en especial, digo no y lo dejo que él lleve la batuta, en todo. Me siento tan cómoda que por momentos me quito el cinturón de seguridad y me asomo por la ventana para tomar algunas fotos. Esa sensación de libertad es fantástica. El paisaje en tantos tonos azules y verdes revitalizan mi alma. Me siento ligera, no distingo entre cielo y tierra. De reojo miro a Diego, extrañamente hoy no trae su inmamable sombrero negro, así que puedo ver sus tatuajes que me seducen sin necesidad de hablar. Nubes cargadas de agua y ganas, se desplazan frente a nosotros. Diego inicia la conversación.

––¿Militas en algún partido?

––No, al final todos se rigen bajo estatutos similares, en mi condición de escritora, tengo que ver todos los ángulos de la historia para no dejarme influir, simplemente tomar la menor de las peores decisiones.

––Suenas fatalista.

––Sueno a lo que se nota en el país ¿Cómo es que no lo comprendes bien, si eres antropólogo?

––Porque lo soy te lo digo. La dichosa estabilidad siempre ha costado sangre al humano, siempre, en todos los ámbitos y en todos los países.

––¿Y no crees que sea posible pararlo?

El Viaje de JadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora