El baile

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El salón de baile era vasto y majestuoso, con techos abiertos al cielo nocturno que permitían ver las estrellas brillando como diamantes. No había lámparas ni antorchas, pero el espacio estaba extrañamente bien iluminado por un hechizo que hacía que la luz pareciera emanar de las paredes mismas, bañando todo en un resplandor suave y etéreo. En el centro del salón, una gran escalera de mármol blanco se alzaba hacia un estrado elevado, donde las dos reinas, con grandes pelucas adornadas con joyas, y amplios vestidos brocados, observaban a los invitados con autoridad. La atmósfera era mágica, como sacada de un sueño.

Isabel se movía por el salón de baile como pez en el agua, saludando a varios de los invitados. Parecía conocer a cada uno de ellos y disfrutaba de la atención y la conversación. Leonor, en cambio, quería largarse cuanto antes. No conocía a nadie y se sentía fuera de lugar en medio de tanto lujo y formalidad. Se sentía muy incómoda. Cierto es que la gente parecía ver que no se sentía a gusto, y varios intentaban darle conversación, adulaban su vestido (su simple vestido verde que le hacía parecer una doncella) o sus rizos (totalmente despeinados). Nada tenía sentido aquella noche, como lo de aquel guardia. ¿De verdad que no se fijaban en la belleza de Isabel?¿En serio que iba a tratar de cortejarla a ella? Por suerte, no estaba interesada. 

El baile no tardó en comenzar. El cuarteto de cuerda, cuyos músicos vestían túnicas de lino y capas de terciopelo, tocaba melodías suaves y envolventes, parecían arrastrar poco a poco a los invitados a la pista de baile. Su música resonaba con una armonía antigua y encantadora. 

Leonor intentó mantenerse al margen, refugiándose en las sombras del salón y observando desde la distancia. Aquellos eventos eran cosa de Isabel, no suya. La insistencia de los invitados la obligó a cambiar de opinión. Incómoda y sin saber cómo manejar la situación, se encontró girando en la pista de baile, rodeada de admiradores que no se ponían de acuerdo para bailar con ella de uno en uno y no todos a la vez.

Isabel se movía con naturalidad, demostrando que los pasos de baile no eran ajenos para ella. Aquello se le daba realmente bien. Parecía una verdadera princesa. Leonor estaba segura de que no tendría problemas para conseguir una de las invitaciones para hacerse con la mano del príncipe. Parecía divertirla el hecho de que su hermana recibiese tanta atención.

Pronto, su diversión se transformó en curiosidad, y luego en reticencia. Isabel observaba a Leonor con una mezcla de interés y desconcierto, preguntándose qué estaba pasando para que todos se sintieran tan atraídos por ella. Podía lidiar conque le prestasen atención a ella pero, ¿a su hermana? Algo raro estaba pasando. A su cabeza volvió el frasquito verde que descansaba en la repisa de sus aposentos. O eso esperaba. ¿Podía ser? No podía ser.

Las dos reinas interrumpieron sus pesquisas, apareciendo en el estrado. Eran la personificación de la majestuosidad y el poder. Ambas llevaban grandes pelucas adornadas con joyas que brillaban bajo la luz mágica del salón. Sus vestidos brocados eran obras de arte en sí mismos. Su hijo Fernando, destacaba detrás de ellas con su altura y porte imponente. Los sonidos de trompeta llamaron la atención de todos los presentes antes de que una de ellas se adelantase para hablar con una voz clara y majestuosa.

—Gentes de Lazonia, espero que estén disfrutando de nuestra pequeña fiesta.

—Como sabéis, nuestro hijo pronto cumplirá 21 años y, como es tradición, al hacerlo deberá presentar al Reino quién será su futura esposa. O esposo. —Las risas no se hicieron esperar.

—Por eso, contamos hoy con la presencia de varios de los hijos de nuestros más queridos amigos y conocidos, con la esperanza de que se animen a participar en la pequeña competición que hemos organizado para escoger un candidato acorde.

—Para ello, durante toda una semana, se celebrarán una serie de pruebas que permitirán al pequeño Fernando escoger a su futuro cónyuge. —Los vítores fueron audibles en toda la sala.—Los afortunados participantes, recibirán una misiva indicando que lo son. En cualquier momento, Fernando podrá anunciar su compromiso.

—Y sin más preámbulos, que continúe la fiesta.

El baile continuó y el príncipe descendió del estrado con una elegancia innata. Llevaba una máscara dorada que ocultaba su rostro, pero dejaba entrever unos ojos oscuros y penetrantes que observaban a la multitud con una mezcla de curiosidad y desdén. Su traje de brocado negro estaba adornado con detalles dorados, y una capa de terciopelo negro caía sobre sus hombros, añadiendo un aire de misterio a su presencia. Todos los jóvenes invitados intentaban llamar su atención, lanzándole miradas coquetas y sonrisas tímidas, deseando ser los elegidos para bailar con él.

Isabel, para sorpresa de su hermana, no participó en el espectáculo. Con una expresión de preocupación en su rostro, tomó a Leonor del brazo y la arrastró de vuelta a sus aposentos antes de que pudieran acercarse al príncipe. Leonor, aliviada por no tener que aguantar más allí, siguió a su hermana sin protestar, agradecida por la oportunidad de escapar de la atención no deseada. Mientras caminaban de regreso a sus aposentos, pensaba en lo afortunada que era de poder regresar a casa al día siguiente, lejos de las miradas insistentes y los comentarios aduladores.

Al llegar a la habitación, el pánico llenó los ojos de Isabel. El bote estaba en su sitio, pero estaba totalmente vacío. No podía ser verdad. Si alguien se enteraba de aquello era...era su fin. Podría ser acusada de traición. Tenía que haber una explicación.

—Leonor, ¿sabes por casualidad qué ha pasado con lo que había en ese bote verde? —preguntó Isabel a Leonor. Ante la expresión de su hermana, no tuvo fuerzas para mentir.

—¿Te refieres a ese bote de la repisa? Lo derramé por accidente. —Isabel la miró con incredulidad.—Juro que fue sin querer. Te compraré otro.

—Ahora entiendo por qué todos te prestan tanta atención.—Isabel no parecía enfadada, sino pensativa, lo que despistó a Leonor.

En ese momento, dos guardias entraron en la habitación, interrumpiendo su conversación. Leonor y Isabel se miraron, temiendo lo peor. Pero, contra todo pronóstico, los guardias traían dos sobres.

—Estos son para ustedes —dijo uno de los guardias, entregándoles los sobres.

—¿Para mí?—Dice Isabel.

—No, damas. Para las dos.

Leonor y Isabel abrieron los sobres con manos temblorosas, sin saber qué esperar. Las dos estaban dentro.

La competiciónWhere stories live. Discover now