En la misiva que recibieron, todos los seleccionados fueron invitados a acompañar en el al príncipe y a las Dos Reinas durante el desayuno, en los jardines del castillo.
El enclave era un espectáculo de belleza natural. Caminos de grava serpenteaban entre el césped y fuentes de mármol. El aire estaba impregnado del suave aroma de las rosas y jazmines. El desayuno se servía en mesas cubiertas con manteles de lino blanco, sobre el que reposaban todo tipo de dulces inimaginables y humeantes teteras llenas de brebajes deliciosos.
A Leonor todo le resultaba tedioso. El personal no dejaba de atenderla, sirviéndole té sin parar. Isabel se divertía, pero cada vez que su hermana le preguntaba, ella desviaba la conversación y se unía a otro grupo, ignorándola. La pequeña de las Mendoza se preguntaba para qué la habría arrastrado su hermana allí para luego pasar de ella.
Mientras caminaban por los jardines, Leonor notó que la mayoría de los presentes eran mujeres, aunque también había un par de hombres. Reconoció a Rebeca, quien solía pasar largas veladas en su casa. Llevaba un vestido de terciopelo rosa que realzaba su figura y contrastaba con su cabello pelirrojo, que caía en suaves ondas sobre sus hombros.
—Las hermanas Mendoza, ¿quién las ha visto y quién las ve? Leonor, ¿desde cuando estás tan guapa?.—Leonor se sonrojó, preguntándose desde cuando Rebeca era tan descarada, ya que pudo sentir su mirada en el escote de su vestido azul marino, justo donde un medallón dorado se ocultaba entre su escote.—Está bien ver caras conocidas en este evento tan...abrumador.
—Siempre es un placer verte, Rebeca.—El tono de Isabel era ahora frío como el hielo. Leonor se preguntó qué mosca le habría picado, si hacía un rato se la veía tan a gusto.
—Lo mismo digo. ¿También os han arrastrado aquí en contra de vuestra voluntad? —preguntó Rebeca con una sonrisa irónica, mirando a Isabel. Leonor empezó a pensar que sobraba.
—Algo así —admitió Isabel—Mi hermana Leonor estaba entusiasmada y mi padre insistió en que viniese con ella.—Leonor miró a su hermana con desconcierto. Eso era claramente mentira. Pero decidió mantener la boca cerrada.
—Al menos no estamos solas en esto —Rebeca le guiñó un ojo a Isabel. Se apartó su roja cabellera de los hombros y se dispuso a alejarse.—Luego os veo.
Isabel arrastró a su hermana a un aparte, un lugar íntimo en el que un banco descansaba entre cuidados arbustos, lejos de las miradas ajenas. Parecía bastante molesta de repente.
—Leonor...siento el descaro de Rebeca. Creo que mereces una explicación. —Leonor asintió. Isabel estaba enfadada de veras. No parecía estarse disculpando, siquiera.—¿Recuerdas el bote verde de anoche? ¿El que pensaste que era un perfume?
—¿El que derramé por accidente?—Leonor frunció el ceño. — ¿Es una poción?
—Digamos que es una poción prohibida.
—Pero, ¿cómo que prohibida?—Leonor no podía creer que su hermana fuese tan atrevida. Prueba de que, cuando quería algo, nada se le podía poner por delante.
—Ya hablaremos de esto...—dijo Isabel con pesadumbre.— De momento, basta saber que es la razón por la que recibas tantas atenciones. Padre me la dio para cortejar al príncipe. Era parte de su plan. Y ahora todo se ha ido al garete.
La pequeña de las Mendoza se mantuvo dubitativa. Pero no pudo encarar a su hermana, ya que alguien las interrumpió.
—¿Todo bien por aquí, damas? —preguntó una figura, con bravuconería, surgiendo entre los arbustos. Su figura atlética y su porte elegante destacaban incluso con aquellos ropajes oscuros.
Su voz sonaba familiar en los oídos de la pequeña de las Mendoza. ¿Dónde la había escuchado antes?
—Sí, todo bien, alteza—respondió Isabel rápidamente, intentando mantener la compostura.
Leonor se viró para observar mejor a aquel joven de pelo oscuro y ojos brillantes. ¿Aquel era Fernando?
—¿De verdad? Porque me ha parecido que hablabais de una pócima prohibida. —El príncipe sonrió de manera arrogante. Leonor sintió una creciente aversión hacia él.—Os recuerdo que cualquier truco mágico está totalmente prohibido en el campeonato y supondrá la expulsión inmediata de quien lo utilice.
Su mirada, cargada de misterio, podía desarmar a cualquiera que se atreviera a sostenerla. Pero no a Isabel.
—Todo bien, alteza. Mi hermana tiene un problema de ventosidades y es una cura que nos han recetado. Espero que con eso puedan hacer una excepción.—Leonor miró furiosa a su hermana. Por una parte le estaba bien empleado, por andarse con jueguecitos con sus cosas. Pero no tendría que haber ido tan lejos.
Las explicaciones no parecieron convencer a Fernando, pero Isabel consiguió dar una disculpa y huir de la escena. Leonor no tuvo tanta suerte.
Sintió de pronto el calor de la mano grande de aquel muchacho, que la sujetó contra el arbusto que los había ocultado. Estaba tan cerca que sentía su aliento en su cara. La cercanía de Fernando era demasiado. Aún con la máscara, su rostro afilado se veía hermoso. Y sus profundos ojos oscuros brillaban con luz propia. Se preguntaba si ese sería también un efecto de la pócima.
—Andaos con cuidado tu hermana y tú. —dijo, su voz goteando sarcasmo. Podía sentir su aliento en la cara. Su pulso se aceleró. —¿Una poción? ¿De verdad que con esas os andáis? No hay nada más patético que necesitar una pócima para que alguien se fije en ti.
Leonor no iba a permitir que Fernando, por muy príncipe que fuera, la pasara por encima.
—¿Más patético que tus madres tengan que encontrarte pretendiente porque tú solo no eres capaz?
—No sabes nada—espetó, su voz cargada de ira contenida.
Un sonido de trompetas interrumpió su discusión. Fernando soltó a Leonor y ella no dudó en correr hacia la zona con más bullicio del jardín, de nuevo.
Las reinas se levantaron de sus asientos, sus rostros serios y solemnes, captando la atención de todos los presentes. Con una voz clara y autoritaria, una de ellas anunció:
—Damas y caballeros, ha llegado el momento de la primera prueba.
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La Competición
FantasyLas hermanas Mendoza son invitadas a la Corte Real de Lazonia para competir por la mano del príncipe Fernando. Isabel sueña con su propia historia de amor real mientras que Leonor, la rebelde de la familia, prefiere la libertad del bosque a las rígi...